AMOR CONTRA LA MUERTE

 

 

Las palabras están vivas.

Y ella lo sabía bien.

Cada miércoles las presentaba, las explicaba, les ponía alas.

A veces nos leía, las más nos hacía leer.

Luego charlábamos- sobre el tema, exclusivamente- y a escribir jugando. Y a jugar a que escribíamos: ponerle significado a palabras nunca oídas, inventar palabras jamás dichas, consignas extrañas para tres renglones, cadáveres exquisitos (ese juego en el que cada quien escribe un renglón y pasa el papel con su línea oculta para que otro escriba el suyo y finalmente se lo lee de corrido)

Si en la semana le daban un reconocimiento a alguien o si llegaba a morir algún/a poeta ya sabíamos que inexorablemente nos traería lectura de esa persona.

Era su taller semanal de poesía.

Escuchaba con total atención lo que escribíamos: delirios, paparruchadas, cursilerías la mayor parte de las veces y ella inmutable solo decía: “interesante” y sabíamos que esa era su forma respetuosa de decirnos que siguiéramos trabajando el texto.

Alguna que otra vez a alguien le decía: “muy bien” y allí sabíamos que ese texto andaba y quien lo había hecho podía irse sonriendo a la casa.

Sus clases de poesía eran lujos que jamás cobraba. Alguna vez le preguntamos por qué y solo dijo extrañada, “yo tengo mi jubilación”…

La transacción eran apenas unas monedas que se dejaban en el centro de la mesa para retirar el juego de fotocopias y que ella guardaba – cuando la hacían acordar- para las copias de la semana venidera. Jamás contaba el dinero, lo guardaba en su bolso sin mirar, confiada en que todas poníamos y la que no, sería porque no podía.

Pienso aún en esas tardes de sus talleres y me siguen pareciendo misas.

Una liturgia de la palabra poética, donde explicaba secretos y cánones, biografías y épocas con una sencillez pasmosa, tanto como cuando se acordaba en que libro de qué poeta estaba el poema que nombraba .

Un amor descomunal. Sin solemnidades, con el espacio necesario para que los asistentes echaran a volar sus espíritus.

La pienso en este mundo de egos infinitos, porque siendo la reconocida poeta que era, no hubo ni una clase donde nos hablara de ella misma.

Tampoco nos leyó sus poemas y menos aún indicó leerlos.

Sí nos dejó en claro que, para hacer el hábito de leer, bastaba un poema por día. Solo uno.

Teresa “Kuky” Leonardi fue única por varias buenas razones. Hoy, a cinco años de su partida, volvemos a leer a esta militante del amor contra la muerte, que sigue hablándole al futuro con cada uno de sus poemas, aún lo más breves, como este, uno de los primeros de su juventud.

 

TODO EL AMOR

Sólo el amor triunfante

que me salva, nos salva

de este mundo ordenado para que seamos tristes

de ese disfraz antiguo que habita entre los otros.

 

( De su primer poemario publicado en 1969 por el Consejo Provincial de Difusión Cultural de la UNT)

 

 

(Patricia Patocco, 26 de marzo de 2024)

( Fotografía: Pablo Karanicolas)