Esperan en silencio que sea la hora. Cuando les indican piden a los presentes cerrar los ojos y sentir lo que sucede. Acomodan sus pututus (trompeta, en quechua) de cerámica y soplan, soplan largamente.
Los sonidos, uno más grave, el otro más agudo son verdaderamente extraños, como un llamado ancestral de un gigante caracol marino transmutado en un caracol andino.
Ha terminado la ceremonia del solsticio de verano en un centro de yoga de Salta capital, una reunión que se ha repetido en miles de lugares del mundo el pasado 21 de diciembre y ellos, seguramente también la hubieran hecho en su casa. Por el simple agradecimiento a la naturaleza, a ese día en que la luz ilumina el hemisferio sur con más intensidad que nunca
Rafael González Bonorino y Cecilia Videla son ceramistas.
Artistas o artesanos, les da lo mismo la definición y viven en la Quebrada de las Flechas, en los Valles Calchaquíes.
El nació en Ushuaia, ella en Mendoza, se encontraron hace muchos años, luego de recorrer largos caminos, cada uno por su lado y unieron sus afinidades en la fotografía y la cerámica para vivir creando.
“En 1987 me instalé acá y empecé a trabajar la cerámica y desde allí ha ido evolucionando mi conocimiento y mi pensamiento. Luego me encontré con gente de la Universidad de Tucumán, empezamos a organizar encuentros de escultura en Cafayate, hicimos 6 o 7 con la particularidad de que no se podía utilizar herramientas a motor, tenía que ser trabajo manual. Cecilia, por su lado, había conocido la Quebrada de las Flechas, cerca de Angastaco, por una fotografía, que fue su oficio por el mundo, hasta que nos conocimos. Y en el año 1999 emprendimos el camino juntos en Salta”- dice Rafael
“Al comienzo seguí con la fotografía Cuando descubrí la cerámica y ví que todo está ahí, a mano en la naturaleza, bueno, empecé a conjugarlos”
Erigieron su casa en un sitio casi desértico y la fueron armando de a poco. Hoy, con los paneles solares han alcanzado un alto confort y disfrutan todo lo que la naturaleza les brinda: el viento, el silencio, lo desértico del lugar
“No tenemos una producción estandarizada. Sí hacemos por ejemplo, 6 o 7 jarras pero cada pieza tiene un detalle, un algo que la hace única. Nosotros decimos que hacemos arte o artesanías “neo-calchaquíes”, porque no hemos nacido en esta tierra, no pensamos igual que los habitantes de acá, sin embargo vivimos totalmente consustanciados con el lugar, enriquecidos con los conocimientos de la cultura calchaquí. Nosotros somos vivenciales del arte, nuestra casa es parte del paisaje, de los colores del lugar, realizada con materiales de la zona y todo lo que hacemos tiene ese sello. Nuestro arte lo tiene, pero también aportamos cada uno de nosotros todo el bagaje cultural que provoca esa mixtura en nuestra vida y nuestras obras”- dice Cecilia.
“Claro- agrega Rafael- es una vivencia, somos vivenciales del arte, una visión interna, una recreación de todos esos elementos que nos rodean. Suena como algo gracioso esto de “neo-calchaquí”, sin embargo es algo que se va desarrollando y hay un montón de gente que viene de otros lados con lo suyo y descubre algo en el valle calchaquí, sin saber que es algo hermoso que va permeando. Hay gente que cree que la cultura calchaquí es pura cumbia y cumbia y no es así. Al ver a la gente comer nomás uno se da cuenta, costumbres ancestrales que los mantienen. Nosotros somos distintos, comemos distintos, vivimos distinto, sin embargo estamos en ese lugar aquerenciados hace mucho tiempo y participamos del mismo.
-¿Trabajan de manera individual o juntos, como es la creación?
-Tenemos un estilo, trabajamos juntos y separados…es costoso el trabajo en cerámica porque todo es manual. No tenemos electricidad así que es pura energía. Es una co- creación, cada pieza pasa por nuestras manos unas 30 veces. Buscamos la materia prima, la seleccionamos, la molemos en un molinoque funciona pedaleando bic, otra característica es la textura de nuestra cerámica. hacemos la forma. Toda pieza – al menos la utilitaria lleva madera o cueros que hay que buscar, trabajar y aplicar. Hay que hornear también, que es otro tema…hay pasos en los que uno no interviene, solo interviene la naturaleza. Uno puede influenciar con la experiencia pero a veces no sale bien, por eso pienso que se habla de la cerámica como de un arte menor. En la madera por ejemplo, uno puede intervenir hasta en el último detalle, pero en la cerámica no – explica Rafael- según la horneada va a salir un color u otro.
Hacemos elementos utilitarios, que no es solo vajilla sino también pututus, tambores, orús, que luego vendemos de manera particular o en ferias de lugares cercanos.
-Viven al compás de la naturaleza .¿Hay vacaciones en esa tarea?
– No porque nuestra tarea y nuestra vida es un disfrute. No necesitamos cortar para descansar. Manejamos nuestros tiempos, no necesitamos hacer otras cosas y de hecho lo hacemos cuando salimos a vender, vamos y dejamos la piezas en la Asociación de Artesanos de San Carlos donde uno deja las piezas y cando se venden deja una comisión para que funcione la Asociación, es un muy bien sistema.
– ¿Por que eligieron vivir aislados y allí en plena Quebrada de las Flechas ?
- ¿Aislados?, nooo- se sorprende Rafael con la pregunta-, no estamos aislados y además ese lugar tiene las formas…al comienzo sí, no teníamos agua, a veces el camino estaba intransitable pero ahora que ya nos construímos la casa, se solucionó el tema del camino, tenemos un confort total, tenemos todos y además tenemos las formas…
“Además pensamos que ese lugar nos protege de muchas cosas de la civilización”- agrega Cecilia
“Nosotros no vivimos fuera del sistema. Bien dentro de él porque por ejemplo, no producimos nuestros alimentos. Vivimos en el sistema de un modo diferente, no extraño ni muy diferente a como viven nuestros vecinos de los valles Calchaquíes”- dice Rafael
-“Durante varios años íbamos a la escuela del Paraje Santa Rosa y compartíamos lo que sabemos de la cerámica con los chicos y los grandes de la escuela. Para nosotros fue nuestro contacto con los vecinos y la gente del lugar. Para ellos el ver que nosotros vivimos de esto, un oficio que ellos casi han perdido, con materiales que brinda la naturaleza, bueno, fue un intercambio de saberes muy interesantes. Algunos recordaban haber visto a sus abuelos haciendo cerámicas. Y para nosotros fue lindísimo, a partir de esos encuentros los chicos se presentaron a una feria de ciencias y ganaron, aprendieron a tornear, a la escuela a partir de eso les dieron doble jornada…fue una experiencia muy linda y un punto de mucho contacto con todos ellos, de mucha energía circulando.
Rafael González Bonorino y Cecilia Videla se van felices, después de unos días en la ciudad necesitan volver a su casa. La meditación, la cerámica y el viento, los esperan por segundos.
Patricia Patocco