Crónica MONSTRUOS

“Pinta de amarillo

el verde limón

has venido al mundo

sólo por amor”

(Fragmento de Huayno de Lía Comitini y Patricia Couto)

Se conoció la sentencia del caso Thiago Quipildor, el niño maltratado hasta morir. Presentaba 276 lesiones en su cuerpo ”pero no murió por ellas”, se dijo en el juicio, como si la aseveración pudiera mermar las culpas… Se dijo también que con su muerte salvó a su hermana pero de verdad que nadie se salva aquí, luego de haber vivido en el infierno.

Conocidas las sentencias, el espanto y la pena por la historia de estos hermanitos, nos interpelan como sociedad que no deja de producir ni evitar víctimas.

La violencia no se detiene. Como una araña, teje y teje todo el tiempo su manto oscuro, tan espeluznante como la muerte de un niño. Los monstruos, llamados padres sustitutos, autores directos, por acción u omisión, ya tienen su condena…¿pero no queda acaso más tela que cortar?

A cada quien le cabe su grado de responsabilidad, a la madre que por delito y adicción, no los supo cuidar, al padre ausente (del que no se habla), a los vecinos que no se animaron a avisar de los golpes y los gritos, a los diferentes profesionales – que seguramente trabajaban en condiciones paupérrimas y son víctimas también, como lo relatan- al Ministerio de Derechos Humanos de quien dependían los profesionales que no ejercieron controles adecuados, a la asesoría de menores, al juez, larga cadena de mandos ineficiente a la hora de proteger a los niños. Negligencias y todo un sistema que funciona al revés de lo que debiera.

El Estado es quizás, el monstruo mayor. Atorado de pobreza estructural, de recursos mal repartidos, de ausencia de educación. Como una gran cabeza sin ojos, declarándose ciego para ver y hacerse cargo de las reales necesidades, siempre llegando detrás de las alas de la muerte.

Sus brazos largos no alcanzan a las comunidades originarias, salvo cuando ocurren las tragedias, y llega atropellándose en disculpas, lavándose las manos en las aguas sucias del río. No encuentra el modo de detener la violencia contra las mujeres, ni de educar correctamente en temas de género y educación sexual. Ni proteger del maltrato y la muerte a los más desvalidos, ni siquiera de cuidar a sus agentes, a los últimos eslabones del sistema, los que son “carne de cañón” cotidiana.

Un cuerpo voluminoso que no alcanza a moverse con la celeridad necesaria y que cada tanto cambia su rostro, sus caras, sus máscaras, – como las que ahora pueblan las calles de Salta, tiempo previo a las elecciones- pero que, en esencia, sigue siendo el torpe Polifemo que hilvana soluciones desatinadas, tristes curitas que pretenden sanar una enorme herida que no para de sangrar.

Las sonrisas que cuelgan desde los postes de luz hacen silencio.

No habría ni que sonreír.

Nadie se atreva, se están robando infancias, que debieron ser de cantos, de risas, de verde limón.

(Patricia Patocco, 9 de agosto de 2017)