Crónicas EL HOTEL

Un gigante de hormigón, enorme, helado, todo blanco por dentro.

Desde afuera es solo un enorme edificio, pero apenas subir las escaleras ya se pueden imaginar las escenas.

Impactan los pabellones largos y anchos, llenos de ventanales. El simple taconeo del caminar  trae un eco antiguo, lejanos sonidos  que llenan de fantasmas el lugar  Los inmensos espacios se pueblan de personas de todas las edades: sentadas en los bancos, haciendo fila para vacunarse, comiendo en enormes mesadas, algunos empiojados, enfermos, esperando sus turnos para la vida.

A fines del XIX y principios del siglo XX  llegaban al país de la Utopía y se los albergaba convenientemente. Era tan vasto el territorio y había tan poca población que se necesitaba esa mano de obra que huía del hambre y de las guerras y que llegaba en barcos, en sucesivas oleadas.

Hasta que encontraban trabajo o a los familiares  podían alojarse allí, gratuitamente por un tiempo.  Comían, se bañaban, los atendían los médicos, se recuperaban de largas travesías y luego se les conseguía trabajo o al menos se los orientaba según sus oficios para que los consiguieran.  Las mujeres se quedaban con los niños, lavaban la ropa en esos mismos piletones profundos y largos que siguen allí. Los hombres salían a contactar a los parientes,  buscar alojamiento y  trabajo.

En una semana por lo general, se iban a nuevos destinos. Mientras tanto,  mil personas desayunaban, almorzaban y cenaban por turnos. Un plato de sopa abundante y guiso con carne, puchero, pastas, arroz o estofado. Los niños también tomaban una merienda. Mil personas más trabajaban allí, atendiéndolos.

Es el Hotel de los Inmigrantes, un antiguo edificio, que tuvo tres sedes hasta que se cerró definitivamente en 1953.  Planta baja más tres pisos de azulejos blancos, enorme  mole de hormigón,  donde hoy funciona el Museo de la Inmigración.

Emplazado en Puerto Madero, ahora zona chic de Buenos Aires, pero desde  siempre la zona del puerto,  el ingreso al país. Un gigante blanco y frío como un hospital, pero que  daba asilo.

Entre 1870 y 1929 llegaron seis millones de inmigrantes al país. Yo busqué a mis “bis nonos”, a mi bisabuela con mi abuela/niña, en los registros. No los encontré pero si no  estuvieron, habrán estado cerca porque todos llegaban en barcos, porque ningún inmigrante se va de su tierra solo por espíritu de aventura. Huyen del hambre y de la pobreza, como  los que cruzaron el Mediterráneo y murieron en sus aguas, como los que hoy vienen a curarse en hospitales argentinos.

En 1990, los edificios del Hotel y Desembarcadero fueron declarados Monumento Histórico Nacional. En  2013, por la articulación entre la Dirección Nacional de Migraciones con la Universidad Nacional de Tres de Febrero, el Museo de la Inmigración reabrió sus puertas con una propuesta desarrollada en el Tercer Piso del Hotel (antiguos dormitorios).

Caminar por esos pabellones desolados, ver las fotografías ocre, las prendas y cartas exhibidas, sentir el oleaje cercano, el viento frío que entra por las ventanas,  el desamparo de quien no conoce las reglas de otro lugar, me parece un buen ejercicio de memoria.

Cambiaron los tiempos y las circunstancias pero allí dormían hasta 3.000 personas por día…¿Cómo es que cien años después no logramos acordar sobre qué ofrecerles?

 

(Patricia Patocco, 2 de marzo de 2018)