FERIAR

 

El Teatro Colón se erige en la ciudad de Buenos Aires, grandiosa construcción destinada a la ópera, a la música, al ballet.

Ha cumplido 110 años y su historia estuvo signada por la tragedia en su construcción, con los dos primeros arquitectos muertos a los 44 años en situaciones algo extrañas y los contubernios entre municipio y nación. Pero, además de los arquitectos, cientos de obreros, sobre todo inmigrantes trabajaron en él, en cada detalle asombroso de esa inmensa obra.

Por su tamaño, acústica y trayectoria está considerado uno de los cinco mejores del mundo.

Salones enormes y lujosos, un subsuelo activo de talleres y escuelas de arte, la magnificencia hecha edificio. La sala principal, en forma de herradura, cumple con las normas más severas del teatro clásico. La planta está bordeada de palcos hasta el tercer piso con una capacidad total de 2.478 localidades, pero también pueden presenciar los espectáculos, arriba, alrededor de 500 personas de pie.

Dicen que allí se instalaba el pueblo, y sobre todo las familias de los obreros – mayoritariamente italianos- que trabajaron allí.

Lejos de la elite para la que el teatro fue concebido, (hasta entraban por otra puerta), subían a lo más alto. Allí se instalaban, de pie, pero disfrutando de escuchar ópera en el lugar más acústico del inmenso palacio.

 

Hoy estoy en el supermercado.

Miro precios, compro lo imprescindible sabiendo que es un lujo que hoy, no es dable a todos.

Encuentro a un amigo que hace lo mismo, lleva lo absolutamente necesario y la breve conversación nos detiene en precios, en datos de ofertas, en los negocios más económicos y a los que definitivamente, ya no se puede entrar.

Me despido pensando, ¿a eso se remiten ahora nuestras charlas? ¿A decirnos los sitios dónde conseguir ofertas?

Antes pasábamos horas hablando de política y de libros, de religiones y de chistes, de música y poemas.

¿En qué momento empezamos a conversar de este modo? ¿Cuándo empezamos todos a hablar así? En encuentros ocasionales, en reuniones de amigos, en la vida cotidiana.

Por toda la ciudad se renuevan en forma permanente, carteles de ferias, de living room, de ventas de garaje, de ferias itinerantes, de emprendedurismo, de shopping del tablón. Sinónimos populares o más elegantes de la crisis que vivimos.

Y la palabra se ha convertido en un verbo muy usado: feriar. Yo ferio, tu ferias… lo usamos para todo.

Garages de casas abiertos al mundo derramando artículos destinados al sacrificio. Cosas inútiles, ropa, adornos, juguetes, cualquier cosa se vende.

Las madres, subidas a la montaña rusa de la gira de fin de curso del adolescente o el viaje para el campeonato, a regañadientes primero y entusiasmadas después, alquilan un tablón un sábado cualquiera y sacan a relucir los trapos viejos al sol.

Se feria en todas las clases sociales.

Ferian los que hacen pan y los que hacen plantas; ferian los artesanos y los artistas; los que hacen ropa de diseñO, los que traen ropa de La Salada y hasta los que rematan toda la ropa que pasó de moda.

Se feria en la universidad, donde en marzo se podía ver, estantes colmados de fotocopias de libros, dejados allí para que los alumnos los lleven y dejen a cambio, los que ya no usan.

En Vaqueros, donde a la feria primera de productos genuinos de la zona se le sumó la de cientos de puesteros venidos de todas partes, descendidos de inmensas trafics o camiones que se agolpan cada sábado a vender.

En cada sitio abierto. No hay forma de precisar el inicio. Cada gobierno se lo asigna al anterior.

La inflación y sus penurias, la economía descontrolada que se cuela en cada bolsillo, llevando vidas desesperanzadas al tacho, naturalizando desde hace décadas modos impiadosos de vivir.

El cineasta británico Ken Loach, autor de un cine humanista, crítico del ultra neoliberalismo dice a sus 82 años…“El capitalismo ha convertido en normal lo inaceptable”

Porque más allá de encontrar las maneras dignas de vivir en las crisis, el solo hecho de sobrevivir es también morir un poco, es naturalizar lo no elegido. Aunque se disfrace de moda vintage, de reciclaje, de ecología, de oportunidades creativas.

El imperativo es subsistir, claro, pero tenemos derecho a más.

Quizás encontrar en esta vida, en este mundo, lo que nos conmueve profundamente; lo que nos de otro sentido para salir del estado de supervivencia y como aquellos obreros analfabetos, solo dueños de algún oficio, reinventar los modos del vivir, cambiar lo inaceptable.

No héroes, no víctimas.

Solo imaginar cada uno su ópera, su poema, su película…Resistir, encontrar la propia quimera para vivir de pie hasta alcanzar la otra orilla.

 

(Patricia Patocco, agosto de 2019)