Gonzalo Mario Rojas
ERÓTICA Y MÍSTICA POESÍA

 

Uno de los exponentes más destacados de la poesía hispanoamericana del siglo xx, su obra se enmarca en la tradición continuadora de las vanguardias literarias latinoamericanas. Fue galardonado, entre otros, con los premios Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, Nacional de Literatura de Chile y el Cervantes en el 2002.

En 1958 reúne por primera vez en Chile a los escritores del país para dialogar acerca de la situación de la literatura.El Primer Encuentro de escritores de Chile tiene lugar en el Salón de Honor de la Universidad de Concepción en enero, y el segundo, en junio del mismo año, en la ciudad de Chillán.

En 1960, con el auspicio de la Universidad de Concepción organiza el “Primer Encuentro de Escritores Americanos”, al cual asisten grandes figuras americanas. Luego, en 1962, convoca a escritores, científicos, filósofos, juristas, artistas plásticos, tales como Linus Pauling, Carlos Fuentes, Pablo Neruda, Osvaldo Guayasamín, Oscar Niemeyer, John D. Bernal, Mario Benedetti, Alejo Carpentier, Augusto Roa Bastos, José María Arguedas, Héctor Agosti, Giannpietro Puppi, Thiago de Melo, Benjamín Carrión, Mariano Picón Salas, José Miguel Oviedo, Francesco Flora, Frank Tannenbaum, Jorge Millas, Claribel Alegría, José Bianco, Robert Merton, Miguel Serrano, Anatoli Svorykin, Nobushige Ukai, Robert Ulich, Roberto Torreti, José Ricardo Morales, entre otros. Los debates se centran en los dos temas propuestos por Rojas: “Imagen de América Latina” e “Imagen del hombre actual”. Con posterioridad, algunos escritores de América latina como Carlos Fuentes y José Donoso aventuraron la tesis de que el nacimiento del llamado Boom literario de Latinoamérica hubiera tenido allí su punto de partida.

El presidente Salvador Allende lo nombra consejero cultural en China . Tras el golpe de estado de 1973 se le anulan sus documentos de identidad y se le prohíbe regresar al país, donde es exonerado como profesor de todas las universidades chilenas. Proscrito en Chile de todas las universidades por la dictadura militar, asume tareas académicas en Estados Unidos.

Numerosas universidades de América y de España le confieren el título de Doctor Honoris Causa.

​Su primer libro, La miseria del hombre (con ilustraciones de Carlos Pedraza), fue publicado en 1948 Pasaron 16 años antes de que publicara su segundo libro, Contra la muerte, en 1964. Rojas expresaría: «Mientras mi primer libro había tenido un grado de audiencia dispar, pero intensa, el segundo tuvo una acogida mayor. Sin presumir, puedo decir que situó mi nombre en América Latina».[ En 1977 apareció Oscuro , libro que le dio gran difusión en el continente.

A partir de entonces publicará periódicamente poemarios y antologías, en total más de 50 libros. Considerado uno de los más grandes poetas iberoamericanos del siglo xx, fue distinguido con importantes galardones y a lo largo de su vida recibió más de veinte Doctorados Honoris Causa de universidades latinoamericanas, europeas y norteamericanas.

Baudeleriana

Astucias que le son y astucias que no le son
dijera Ovidio: los tacones
le son, ojalá altos, lo bestial
visible, los pezones, no importa
lo exiguo del formato, el beso
bien pintado, parisino
el aroma, azulosos
sin exceso los párpados, sigiloso
el zarpazo drogo y longilíneo
de su altivez, visionario
el fulgor, especialmente eso, visionario el fulgor.

Y claro, áureos los centímetros
ciento setenta del encanto
del tobillo a las hebras
torrenciales del pelo. -«Piénsese
irrumpe entonces a esa altura Borges con asfixia, ¿quién
sino el Aleph pudiera entera esquiza y
bestia así olfatear, besarla en el hocico,
durarla, perdurarla en su enigma, airearla,
mancharla por lo hondo hasta serla, al galope
tendido del tedio? ¿Quién,
especialmente eso, la hartara?»

Especialmente nada, muchachos, ¡videntes
de otra edad! ¡Borges,
Publio Ovidio!, nada: lo cierto
es que no hay nada, salvo
cada 28, sangre
de parir y ese es el juego. De ahí vinimos viniendo los
poetas malheridos aullando
mujer, gimiendo
hermosura, Eternidad
que no se ve: especialmente eso, muchachos,
que no se ve.

Perdí mi juventud en los burdeles

Perdí mi juventud en los burdeles
pero no te he perdido
ni un instante, mi bestia,
máquina del placer, mi pobre novia
reventada en el baile.

Me acostaba contigo,
mordía tus pezones furibundo,
me ahogaba en tu perfume cada noche,
y al alba te miraba
dormida en la marea de la alcoba,
dura como una roca en la tormenta.

Pasábamos por ti como las olas
todos los que te amábamos. Dormíamos
con tu cuerpo sagrado.
Salíamos de ti paridos nuevamente
por el placer, al mundo.

Perdí mi juventud en los burdeles,
pero daría mi alma
por besarte a la luz de los espejos
de aquel salón, sepulcro de la carne,
el cigarro y el vino.

Allí, bella entre todas,
reinabas para mí sobre las nubes
de la miseria.

A torrentes tus ojos despedían
rayos verdes y azules. A torrentes
tu corazón salía hasta tus labios,
latía largamente por tu cuerpo,
por tus piernas hermosas
y goteaba en el pozo de tu boca profunda.

Después de la taberna,
a tientas por la escala,
maldiciendo la luz del nuevo día,
demonio a los veinte años,
entré al salón esa mañana negra.

Y se me heló la sangre al verte muda,
rodeada por las otras,
mudos los instrumentos y las sillas,
y la alfombra de felpa, y los espejos
copiaban en vano tu hermosura.

Un coro de rameras te velaba
de rodillas, oh hermosa
llama de mi placer, y hasta diez velas
honraban con su llanto el sacrificio,
y allí donde bailaste
desnuda para mí, todo era olor
a muerte.

No he podido saciarme nunca en nadie,
porque yo iba subiendo, devorado
por el deseo oscuro de tu cuerpo
cuando te hallé acostada boca arriba,
y me dejaste frío en lo caliente,
y te perdí, y no pude
nacer de ti otra vez, y ya no pude
sino bajar terriblemente solo
a buscar mi cabeza por el mundo.

Al silencio

Oh voz, única voz: todo el hueco del mar,
todo el hueco del mar no bastaría,
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte,
y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera
oh majestad, tú nunca,
tú nunca cesarías de estar en todas partes,
porque te sobra el tiempo y el ser, única voz,
porque estás y no estás, y casi eres mi Dios,
y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro.

¿Qué se ama cuando se ama?

¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué
es eso: ¿amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?

¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces
de eternidad visible?

Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.

Retrato de mujer

Siempre estará la noche, mujer, para mirarte cara a cara,
sola en tu espejo, libre de marido, desnuda
con la exacta y terrible realidad del gran vértigo
que te destruye. Siempre vas a tener tu noche y tu cuchillo,
y el frívolo teléfono para escuchar mi adiós de un solo tajo.

Te juré no escribirte; por eso estoy llamándote en el aire
para decirte nada, como dice el vacío: nada, nada,
sino lo mismo y siempre lo mismo de lo mismo
que nunca me oyes, eso que nunca me entiendes nunca,
aunque las venas te arden de eso que estoy diciendo.

Ponte el vestido rojo que le viene a tu boca y a tu sangre,
y quémame en el último cigarrillo del miedo
al gran amor, y vete descalza por el aire que viniste
con la herida visible de tu belleza. Lástima
de la que llora y llora en la tormenta.

No te me mueras. Voy a pintarte tu rostro en un relámpago
tal como eres: dos ojos para ver lo visible y lo invisible,
una nariz de arcángel y una boca de animal, y una sonrisa
que me perdona, y algo sagrado y sin edad que vuela en tu frente,
mujer, y me estremece, porque tu rostro es rostro del Espíritu.

Vienes y vas, y adoras al mar que te arrebata con su espuma,
y te quedas como inmóvil, oyendo que te llamo en el abismo
de la noche, y me besas lo mismo que una ola.
Enigma fuiste. Enigma serás. No volarás
conmigo. Aquí mujer, te dejo tu figura.