Las marchas cumplieron su cometido. Crearon conciencia. Armaron agendas.
Pusieron a las más despiertas de la sociedad en estado de alerta. Convocaron a los nuevos hombres a actuar diferente.
Pero no basta para frenar la reiterada violencia contra la mujer.
Ahora hay que empezar a buscar los nidos. Buscar y buscar,¿ dónde es que anidan los huevos de las serpientes?
En el hogar, el primero. Donde se enseñan las subjetividades del ser hombre como sinónimo de jugador/conquistador del mundo y del ser mujer bonita/sumisa. Donde se baraja el día a día de juguetes para varones y mujeres, de hermanas que lavan lo que los hermanos ensucian, de permisos diferentes para varones y para mujeres, de normas distintas para unos y otras.
En la escuela, el segundo nido. Porque lo que dice la maestra es palabra santa y si ella maneja terminología de género y les muestra el camino, los niños y niñas aprenden que el mundo puede ser un lugar más igualitario y llevan a sus hogares lo que aprenden.
Pero los nidos más oscuros se yerguen en lugares donde el común de los mortales no tenemos acceso, en los sitios de un Estado que debe hacer una profunda revisión de saberes y de prácticas, de cara al siglo XXI.
La capacitación de género dejo de ser una opción. Es ya una urgencia para estamentos como la docencia, la policía y la justicia.
Esa Justicia que no repara lo suficiente en el oscuro entramado que deja salir con tanta prisa a los violadores o que en un Domingo de Ramos, dicta un 2 x 1, a un violador vestido de sacerdote.
Ya marchamos, ya creamos consignas.
Ahora empecemos a desactivar uno a uno estos nidos de serpientes, que como bombas químicas, siguen reproduciendo el horror a escalas inconcebibles.
(Patricia Patocco, 10 de abril de 2017)