INA

 

En la lejana Rumania, hay un santuario de animales, que devuelve a su hábitat a los osos pardos en cautiverio.

Libearty es la reserva que tiene en la actualidad 116 animales viviendo al aire libre, en un enorme bosque donde re aprenden a nadar, a buscar sus alimentos, a jugar.

Hace poco tiempo recibió a la osa Ina que había estado veinte años en el zoológico de Piatra Neamt, en una jaula pequeña de la que casi no salía.

Por estos días se difundió un video en el que se la ve, al aire libre caminando en círculos.

Ahora está en libertad, pero no se da cuenta.

Una imagina que un animal salvaje, nacido en el bosque lleva en su genética los instintos y todo lo que hace falta para la supervivencia: el olfato para encontrar alimento, buscar el río para nadar a sus anchas o los sitios más tibios para el invierno…sin embargo, su cerebro fue adiestrado de otra manera y de algún modo, anulado.

El maltrato, el supuesto poderío de los humanos sobre las demás especies, el encierro, son temas que no dejan de sorprender por sus alcances y por la diversidad de sus formas. Desde cautiverios en condiciones viles para reproducción y alimentación hasta la humanización que se hace de ellos.

La imagen de esa enorme osa, caminando día tras día en un pequeño anillo, marcando un círculo perfecto en la nieve, pese a tener el bosque entero a disposición me hizo pensar en los niños y las crianzas.

Sobre todo en la infancia víctima de violencias.

Porque si hay tantas mujeres violentadas, hay muchos niños en esas condiciones.

Sobrevivientes de femicidios en primer lugar, que no tienen el amparo conveniente del estado.

Pero también hay sobrevivientes de historias puertas para adentro.

Esos que son objeto de maltratos naturalizados, que viven entre gritos, golpes o lo que es peor, entre silencios y omisiones de deberes de los padres.

Los no reconocidos, objeto de violencia identitaria y económica. Y también esos otros que parecen tener todo lo material, pero carecen del entusiasmo cotidiano de sus padres, ocupados siempre en sus propias vidas.

Los hijos a los que se les brinda lo que se “debe” y nada más: ni risas, ni abrazos, ni tiempo generoso para acompañarlos en el crecimiento.

En esos que crecen con rótulos “sos malo”, “sos inútil”, “no podés” hasta que son malos, son inútiles, no pueden…

Los profesionales en salud mental afirman que la violencia reiterada deja huellas en el cerebro y en las almas, tan profundas huellas que solo el espacio reparador de largo aliento con especialistas puede revertir.

A veces, claro… porque la violencia y el maltrato se disfrazan, se ponen máscaras. Algunas se transforman en adicciones, o malestar y pena para siempre.

Muchas son invisibles, como la que persiste en el cerebro de la osa.

Jaulas imaginarias que solo pueden verse en los ojos tristes del animal, memorias del cuerpo.

Por estas horas están tratando que Ina entienda que puede caminar sin rumbo fijo entre las hojas, las hondonadas y la nieve donde quizás encuentre el ánima de la naturaleza soplando en el silencio de su bosque y pueda recuperarse.

¿Dónde podremos encontrarnos nosotros mismos, sobrevivientes de esta sociedad maltratadora, del Estado violento, ausente e ineficaz para tantos ¿Y que hace la vista gorda para tantos otros delitos y canalladas?

¿Dónde recobramos las mieles? Algo… algo al menos del oxígeno y la dulce embriaguez de la vida extraviada.

 

 

 

(Patricia Patocco, 12 de Febrero de 2021)