INDOLENCIA

Verano caluroso, termino de pasar mi agenda.

La sigo usando en época digitales.

El trámite fue rápido, al fin y al cabo son solo contraseñas. Guiños veloces, casi efímeros de este tiempo.

El resto de la mañana me entrego a la indolencia del calor.

Indolencia.

Me gusta esa palabra. La descubrí hace muchos años en el libro “Mujercitas”. Tuve que buscarla en el diccionario “indolencia, in-dolencia”…solo esa sensación de dejarse estar, sin apuro.

Indolencia, aunque esté en dolencia con el virus invadiendo el cuerpo, como le sucede a tanta gente en este momento. Acunada por trinos de pájaros que intentan convivir conmigo y otros bichos, entre verde y plantas, con la bendición del agua, lujos absolutos en este tiempo de escasez pecaminosa.

Pero anoche soñé y es buen síntoma porque cuando el cerebro está agotado me niega esas señales. Anoche fue generoso y disparatado.

Me vi en París, caminando de la mano con mi niño chico. Más atrás venía mi madre joven con mi hermana pequeña, rubia y bella como es. Paseábamos tranquilas, admirando cúpulas doradas.

Un entramado calmo y feliz fuera de época porque nada de eso coincide.

Mi madre ya no está, mi hermana hace mucho que es adulta y mi niño es un hombre.

Solo un sueño. El aislamiento y el calor suelen crear esas atmósferas irreales.

El extrañamiento de la indolencia “en dolencia”.

Pero hay también cosas reales que me provocan extrañamientos. Las que veo en redes sociales.

Aislada como ando, tomo el celular y a cada rato me asaltan las imágenes de funcionarios de todo rango sacándose selfies en piletas de natación y en playas paradisíacas. Con esa “alegría digital, esa puesta en escena”, que señala el filósofo Byung- Chul Han en su libro “No-Cosas. Quiebres del mundo de hoy”

Las fotos dan cuenta de opulencias que- quizás- de no ser funcionarios públicos no se los darían. O si, vaya uno a saber pero… ¿cuál es la necesidad de esa exhibición? Hay algo llamado pudor y hay una materia llamada ética que muchos no han cursado.

Nuestro país ha alcanzado niveles de pobreza indecibles. El agua o la luz son los únicos lujos de la inmensa mayoría, otros tantos hacen filas eternas aún para un hisopado que certifique que encima están enfermos, en un maltrato continuo al ciudadano de a pie.

En ese contexto de país caído, endeudado y pobre es de una impudicia atroz esa ostentación.

Acostumbrados como estamos a presenciar actos tan reñidos con la ética, parecemos anestesiados, ya nada nos asombra, seguimos haciendo la fila que nos toca cada día.

El resto del día sigo afiebrada y el extrañamiento no cesa. Suenan Los Redondos en el aire “El lujo es vulgaridad dijo y me conquistó (de esa miel no comen las hormigas)”.

 

(Patricia Patocco febrero de 2022)