Jorge Teillier fue un poeta chileno nacido en 1935. Perteneció generación literaria de 1950 y comenzó a escribir poemas a los doce años.
Formó parte del grupo Trilce y fue continuador de la herencia poética chilena representada por autores como Vicente Huidobro o Gabriela Mistral, a los que admiraba profundamente. En su obra también hay influencia de una caótica y larga lista de escritores entre los que figuran Jack Kerouac, Rainer Maria Rilke, Antonio Machado, Dylan Thomas y Robert Louis Stevenson por su predilección hacia los escenarios narrativos fantásticos y de aventuras.
En 1965, «movido por el impulso de configurar su espacio mítico, publicó Los poetas de los lares, ensayo en el que revisa la obra de todo un grupo de poetas que centraron su obra en la provincia, la infancia y el respeto por las tradiciones, inaugurando una importante vertiente de la poesía nacional, la poesía lárica o de los lares».
La poesía lárica o de los lares, es decir, del origen o de la frontera, corresponde a la ética y estética que fundó Jorge Teillier y que transmitió en toda su obra. Esta forma de entender y crear la poesía se caracteriza por la vuelta hacia el pasado, a un paraíso perdido en el cual lo cotidiano y lo amable contrastan con la modernidad imperante en la época. Teillier hace hincapié en la búsqueda de los valores del paisaje, de la aldea y de la provincia, donde confluyen imágenes nostálgicas de la infancia perdida y de la naturaleza primigenia del mito. A través de una escritura usualmente sencilla, propuso el retorno hacia una Edad de Oro
Fue galardonado con importantes premios como el Premio Gabriela Mistral y el Premio Alerce. Algunos de sus libros más destacados son Para ángeles y gorriones (1956), El árbol de la memoria (1961), Poemas del País de Nunca Jamás (1963), Muertes y maravillas (1971), Para un pueblo fantasma (1978), El molino y la higuera (1993) o En el mudo corazón del bosque (publicado póstumamente en 1997).
Afirmaba que el poeta no debía significar sino ser y defendía el arraigo a los espacios rurales en una generación partidaria del éxodo hacia las ciudades.
PARA HABLAR CON LOS MUERTOS
Para hablar con los muertos
hay que elegir las palabras
que ellos reconozcan tan fácilmente
como sus manos
reconocían el pelaje de sus perros en la oscuridad.
Palabras claras y tranquilas
como el agua del torrente domesticada en la copa
o las sillas ordenadas por la madre
después que se han ido los invitados.
Palabras que la Noche acoja
como a los fuegos fatuos los pantanos.
Para hablar con los muertos
hay que saber esperar:
ellos son miedosos
como los primeros pasos de un niño.
Pero si tenemos paciencia
un día nos responderán
con una hoja de álamo atrapada por un espejo roto,
con una llama de súbito reanimada en la chimenea,
con un regreso oscuro de pájaros
frente a la mirada de una muchacha
que aguarda inmóvil en el umbral.
***
LETRA DE TANGO
La lluvia hace crecer la ciudad
como una gran rosa oxidada.
La ciudad es más grande y desierta
después que junto a las empalizadas del Barrio Estación
los padres huyen con sus hijos vestidos de marineros.
Globos sin dueños van por los tejados
y las costureras dejan de pedalear en sus máquinas.
Junto al canal que mueve sus sucias escamas
corto una brizna para un caballo escuálido
que la olfatea y después la rechaza.
Camino con el cuello del abrigo alzado
esperando ver aparecer luces de algún perdido bar
mientras huellas de amores que nunca tuve
aparecen en mi corazón
como en la ciudad los rieles de los tranvías
que dejaron hace tanto tiempo de pasar.
***
NOTAS SOBRE EL ÚLTIMO VIAJE DEL AUTOR A SU PUEBLO NATAL (Fragmento)
7
Me cuesta creer en la magia de los versos.
Leo novelas policiales,
revistas deportivas, cuentos de terror.
Sólo soy un empleado público como consta en mi carnet
de identidad.
Sólo tengo deudas y despertares de resaca
donde hace daño hasta el ruido de alka
seltzer al caer al vaso de agua.
En la casa de la ciudad no he pagado la luz ni el agua.
Sigo refugiado en los mesones,
mirando los letreros que dicen «No se fía».
Mi futuro es una cuenta por pagar.
***
IMITANDO A UN FANTASISTA
I
¿Para qué buscar la gloria, tonta etiqueta
o publicar versos en absurdas revistas?
Las estrofas que un día dejó fluir mi mente
las comprarán por nada los libreros de viejo
y cual vuelo de becasinas se irán mis dedicatorias.
Pero, por lo menos, alguna hoja servirá
para que un niño fabrique débiles barquitos
o una pareja de amantes antes de subir a un hotel
lea un poema mío comprado en liquidación.
***
SI ALGUNA VEZ
Si alguna vez
mi voz deja de escucharse
piensen que el bosque habla por mí
con su lenguaje de raíces.