Margaret Randall
TANTAS MARGARET

 

Margaret Randall (1936) hizo de su vida una apuesta contracultural: vivió entre los artistas abstractos de New York y los poetas beat. Esta activista feminista anticapitalista es una autora admirablemente prolífica: poeta, ensayista, fotógrafa, periodista, traductora, académica, compiladora y analista, y su obra suma más de un centenar de volúmenes. Propulsora de la mítica revista El corno emplumado. Se la considera integrante de la Generación beat.

La distinguieron con la Medalla Haydée Santamaría que otorga Casa de las Américas y el Consejo de Estado de Cuba a intelectuales nacionales y extranjeros. Y recibió el título de doctora honoris causa en Letras otorgado por la Universidad de Nuevo México.

Feminista, escribió varios libros sobre la revolución y las mujeres, recopilando historias orales en Cuba y Nicaragua. Se casó, tuvo varias parejas e hijos y luego descubrió su lesbianismo y se casó con su compañera desde hace más de 30 años, la pintora Bárbara Byers.

En una reciente entrevista la preguntaron si podría marcar diferencias entre el feminismo de su generación y el de este presente, teniendo en cuenta las distancias y disparidades entre el Norte y el Sur, a lo que respondió: “Crecí, me hice mujer, en los años 50 del siglo pasado, una era particularmente terrible para nosotras; sofocante. Y vivencié la degradación en todas las fibras de mi ser: como artista, como luchadora, como mujer. La sentí en mi hogar original, aun cuando mi padre era un hombre bastante liberal. La sentí con mis varios matrimonios. El feminismo de mi generación iba desde luchar por los derechos reproductivos y la educación y los salarios iguales hasta el derecho de librarnos de los hombres poderosos que creen tener el derecho de abusarnos de varias maneras. Las feministas de ahora tienen sus propias batallas, no menos importantes que las nuestras. Deben conocer nuestras luchas, a la vez que abren nuevos frentes que nosotras no podríamos haber imaginado. Por ejemplo, un debate importante actual es el derecho de librarnos de las categorías binarias. Al volver a mi país reconocí mi condición lésbica. Mis revueltas comenzaron a incluir no solamente la igualdad de género, sino además la de las personas trans e intersexuales. Siempre hay una categoría de individuos que recibe el cúmulo del desprecio social. Siempre hay una categoría nueva que necesita de nuestro apoyo. Para mí el feminismo siempre ha sido una herramienta para examinar el poder: quién lo tiene, cómo se ejerce y en favor de quién”

Entre sus obras más recientes se  incluyen Che On My Mind (ensayo), El rizoma como un campo de huesos rotos (poesía) y Haydée Santamaría, Revolucionaria cubana: Ella dirigida por la transgresión (ensayos). Para cambiar el mundo: Mis años en Cuba (memoria, con fotos), Narrativa de poder y primera risa (ensayo), y Stones Witness, Sus espaldas al mar, Mi ciudad, Algo está mal con los campos de maíz y Ruinas (poemas, con fotos), y Como si la silla vacía / Como si la silla vacía (poemas en homenaje a los desaparecidos de América Latina, en edición bilingüe, traducciones de Leandro Katz y Diego Guerra).

Algunos de sus poemas:

 

Mujer entregándose a la cámara

Baltimore, octubre de 1897: Hannah Pollack

envía un retrato Bachrach

a su hermano Aaron en Nueva York.

Él era mi bisabuelo,

ella su hermana.

 

A casi cien años, la fotografía

exige una doble toma, esta mujer

aferrada alojo de la cámara.

Nuestro lenguaje ahora

es algo más que sangre.

 

La imagen del espejo se imprime contra

los márgenes de tu presencia

que flota, en la cima del estilo de aquellos años.

El corpiño ajustado. El cuello alto. La promesa

de mangas corpulentas.

 

La frente ancha, el pelo partido justo al centro

y arreglado para dejar ver una oreja,

leve sombra de peinado en la nuca.

Hannah, necesito mucho más

que esta superficie. Mis dedos quieren

tocar el calor de tu mejilla,

apretar tu fina boca con la mía.

¿Qué acuerdo

cerraste con esa postura formal?

¿Qué sabías?

 

Esta Margaret que se parece a Hannah

que se parece a Margaret que

se parece a Hannah, y yo- la fotógrafa-

en cuclillas de este lado

del objetivo.

 

Nuestro ancestro común es el silencio de las palabras

no dichas en tu siglo.

Hannah, te devuelvo ahora

todas las promesas menos una: mi nombre,

que como un eco retumba en nuestro pulso.

( del libro “Cuando el corazón de una mujer se rompe”)

 

Los escindidos cuartos de tu memoria

 

Cada mañana, muchas veces al día

me dices: Encontrar una cama es condenadamente difícil.

Ésta es tu cama ( toco su baranda de metal).

Ésta sigue siendo tu cama. Y tu sonrisa continúa interrogando.

 

Hoy estás seguro de que tu esposa de sesenta años

quiere divorciarse.

Se está viendo con aquel doctor, explicas

y gimes como si levantaras tiestos que entrechocan,

rompecabezas de palabras que desaparecen

por puertas llenas de telarañas.

 

¿Dónde están los cuartos comunicantes

en un cerebro que se cansa en el esfuerzo

de encontrar una cama?

Tus paredes ya son demasiado frágiles

para distinguir entre infidelidades de hace cuarenta años

y una visita fallida.

 

No hay tal divorcio, papá. No hay tal joven médico.

Mamá sigue siendo tu esposa.

Llegará en cualquier momento. Qué maravillosa sorpresa, dices,

me llena de alegría.

Los pasillos se despejan, las conexiones vuelven

por un momento.

 

De todos modos, me gustaría tener una escoba

para los escindidos cuartos de tu memoria,

barrerlos para que la lógica resultara más fácil,

correr los visillos

y gimotear las buenas noches como cuando era niña.

( De “Cuando el corazón de una mujer se rompe”)

 

La segunda foto

 

He encontrado otro retrato:

me tienes sobre tus piernas,

flanqueada por mis dos abuelas

que lucen congénitamente preocupadas,

como debe ser.

Por tu parte pareces vagamente alucinado

como ciertamente eras

tus labios y ojos enfocados en planos discrepantes.

 

Largamente y con ahínco he mirado

las manos de esa foto.

Ambas mujeres ocultan las suyas, de manera distinta.

Las tuyas, abuelo, rodean disolutamente

mi cuerpo de tres años,

tu derecha  cubre mi izquierda, tu izquierda

rodea mi trasero engalanado como para una fiesta,

tus dedos en una rara postura, como haciendo un signo seco.

 

Leo todo esto en el retrato.

Lo estoy leyendo porque sé.

Lo estoy contando porque ahora

medio siglo después

comprendo por qué mis ojos en la foto

enfrentan la cámara, demandado respuestas.

( De “Cuando el corazón de una mujer se rompe”)

Garantía de por vida

Los años llevan desgaste a las partes del cuerpo

y me imagino un negocio

donde los repuestos estén clasificados

por modelo y por fecha,

los experimentales y los de producción en masa

en mesas especiales de saldo

alentándonos a probar una nariz de plástico

inmune al daño solar

o superbaterías para el corazón o el hígado

que prometan durar para siempre.

 

Los modelos genéricos atraerían

al comprador de ingresos bajos,

las versiones de lujo a la élite

que tiene de todo

menos un cuerpo que marche a la perfección.

El lugar podría ser

una boutique exclusiva o un hipermercado

donde todo el mundo fuera a buscar gangas

 

Todavía ninguna cura para los cánceres más graves,

la demencia o la bacteria carnívora.

 

Soluciones a corto plazo que se anuncien

con términos elogiosos

ofrecidas en llamativos exhibidores

junto a la caja:

Te esperan a la salida,

y no se puede dejar seña.

El oxígeno portátil con sabor tropical

es el especial del mes.

Cuando la esperanza llega a un límite

no escasea el engaño.

 

Me imagino en un negocio, boutique o

sector de ofertas así de futurista,

y sé que es un sueño del Primer Mundo

Personas desesperadas de todo el planeta

venden partes de su cuerpo:

el pelo y los riñones

o usan los órganos para pasar contrabando.

Si les va bien, ganan lo suficiente

para comer unos meses más

o la oportunidad fugaz de otro día.

 

¿Qué querrá decir garantía de por vida

para un cuerpo que solamente lleva puesta la esperanza?

¿El consumidor aguantará hasta que haya ADN de diseño

o invertirá en partes del cuerpo de repuesto?

Y los que venden una parte de ellos, ¿cómo podrán estar seguros

de que no se pierde un haz de espíritu ni  una hebra de personalidad

en ese arreglo de última instancia?

El privilegio deambula por el Primer Mundo

mientras en cualquier otro lugar la supervivencia tiene

un costo trágico.

 

 

Entumecidos para la acción sobre el terreno

 

Mi memoria fue de todo menos

domesticada para guardar silencio,

adelgazar y dispersarse

al cruzar el paralelo 17

agarrada de mi mano.

 

No estuvo a bordo de esos helicópteros

que despegaron del techo de la embajada

en una ciudad que rebautizaron

después de Ho Chi Minh,

pero entrenó con las imágenes

 

que llenaban las pantallas de nuestra TV, trató

de compensar el impacto

con lo que había oído decir

a madres y hermanas

acerca de por qué pararon la contienda.

 

Cuando los abandonamos

nuestros recuerdos se corrompen

en un pantano, cosidos a la culpa

o entumecidos para la acción

sobre el terreno.

 

Ahora recupero mi memoria

la saco de donde se esconde,

la doblo prolijamente

o la guardo en una percha

de alambre en mi ropero.

 

Nunca la hice limpiar,

ni lavar a mano o a máquina,

ningún ojo

pudo verle las manchas

estampadas por los libros de historia.

 

Los que cuentan historias falsas

y se van,

confiados en que nadie va a darse cuenta,

a cuestionar su credibilidad

ni a descubrirlos mintiendo.

 

Mi memoria se da cuenta. Habla

con la voz segura de los años,

pronuncia cada palabra

así como las imágenes que vio

y grabó hace tanto.

 

Desaparecido

 

Una palabra sin manos ni pies,

nada con qué correr,

ningún apretón cálido

para los dedos temblorosos,

una palabra solitaria,

con la sangre subiéndosele a la cabeza,

tambaleando sobre los muñones en carne viva

antes de desplomarse

en un montón de preguntas que se apagan.

 

Una palabra que perdió su resonancia

como el árbol talado

donde no hay oído

que registre su impacto

contra el suelo del bosque,

silencio ritual

en el que hasta la suavidad

del terciopelo

lastima la piel.

 

Una palabra incapaz de describir

el peso de la pérdida,

el asma

cuando intenta hablar,

congelada en el tiempo

aunque salpicada de un fuego

que quema

los millones de manos

extendidas para abrazar su dolor.

 

Hace treinta y dos años Rodolfo

se esfumó de su vida

en Buenos Aires, con un último mate

en el hueco de la palma,

un último sorbo

de la bombilla de plata,

y ni una carta más a la opinión pública,

ni un paso más ni una respiración más

en nuestro largo invierno del desespero.

 

Ahora leemos “Argentina no extraditará

oficial de la Guerra Sucia”:

La puntuación sospechosa del titular,

sustituto de los miembros arrancados,

las palabras suspendidas en el tal vez

o la promesa perversa,

una hoja tan pulida y lustrada

que te corta la cabeza

en un único gesto de asentirle al corazón.

 

Ahora probable condena y prisión para

el Ángel Rubio de la Muerte

y otros criminales

que este año el gobierno encuentra

responsables de tu suerte

y la de otros 30000,

escritores o no, figuras públicas

o simplemente hijos e hijas,

amantes y trabajadores

 

que siguen caminando por las calles marcadas

de una ciudad habitada por fantasmas,

conversaciones en voz baja,

canciones truncas

cuyas palabras se borran

y solo pueden leerse en las paredes viejas

o en el eco adentro de la cabeza

de los que quedan:

 

buscando todavía, enamorados todavía.

 

 

 

 

 

( Versiones en castellano de Sandra Toro, revisadas y autorizadas por la autora)