Marosa di Giorgi
LO BELLO Y LO SALVAJE

 

 Fue una de las grandes innovadoras de la literatura uruguaya, una de las poetas más singulares de Latinoamérica.

Nació en Salto, Uruguay en 1932 y murió en Montevideo el 17 de agosto de 2004. Es una de las voces mayores de la lírica latinoamericana. Poeta y narradora. Su poesía está escrita en prosa; la recorre un halo de misterio, entre imágenes oníricas y siniestras, combinadas con otras de excelsa belleza. La naturaleza juega un papel primordial en su imaginario poético que crea y recrea historias relacionadas, en muchos casos, con el ámbito familiar, evocando lugares comunes de la infancia y la adolescencia. Sus descripciones de situaciones cotidianas se entremezclan con detalles fantasiosos en un collage que sitúa en un mismo escenario a seres maléficos, querubines, hadas y mariposas, así como a una gran variedad de flores y utensilios de uso doméstico. La riqueza de su imaginación desbordante y su particular forma de articular los elementos que componen sus textos, hacen que su obra no tenga parangón.

Su extensa obra poética está compilada en Los papeles salvajes, que reúne su producción desde su primer libro, Poemas (1954), hasta Diamelas a Clementina Médici (2000). En narrativa ha publicado Misales (1993, traducido al francés y reeditado en Chile y en Colombia), Camino de las pedrerías (1997), Reina Amelia (1999) y Rosa mística (2003). Sus relatos eróticos completos están reunidos en su libro póstumo El Gran Ratón Dorado, el Gran Ratón de lilas.

Su obra ha sido traducida al inglés, francés, portugués e italiano.

 

Mi alma es un vampiro grueso, granate, aterciopelado

 

Mi alma es un vampiro grueso, granate, aterciopelado. Se
alimenta de muchas especies y de sólo una. Las busca en la
noche, la encuentra, y se la bebe, gota a gota, rubí por rubí.
Mi alma tiene miedo y tiene audacia. Es una muñeca grande,
con rizos, vestido celeste.
Un picaflor le trabaja el sexo.
Ella brama y llora.
Y el pájaro no se detiene.

 

(29)

Las flores de zapallo corren por el aire y por la tierra como una enredadera de bengalas; mi madre las siega, las pone en el cesto; de pronto, se estremece, queda inmóvil; pero, huye hacia la casa; y pronto un aroma a óleo y a almuerzo recorre la casa. Estoy sentada en el comedor, trazo mis deberes —tendré que cruzar el campo, que ir a la escuela—, los platitos y las tacitas, en línea, como calaveras de nenas recién nacidas. Surge un diablo; se para a mi lado. Mi madre —desde allá— nota que hay algo extraño entre las paredes; acude; él se oculta; ella va hacia el jardín, dice algo por disimular; luego, arriesga: «—Creo que aquellos están otra vez; hoy vi uno en el zapallar».
Yo nada digo; ella vuelve a su fuego y a sus flores. Él surge de nuevo, se para a mi lado —es oscuro, hermoso, alto casi como un hombre—; me mira, me dice que me quiere, que va a ir conmigo por el campo.

(Magnolia, 1965)

 

 

 [Para cazar insectos y aderezarlos…]

Para cazar insectos y aderezarlos, mi abuela era especial.
Les mantenía la vida por mayor deleite y mayor asombro de los clientes y convidados.
A la noche, íbamos a las mesitas del jardín con platitos y saleros.
En torno, estaban los rosales; las rosas únicas, inmóviles y nevadas.
Se oía el run run de los insectos, debidamente atados y mareados.
Los clientes llegaban como escondiéndose.
Algunos pedían luciérnagas, que era lo más caro. Aquellas luces.
Otros, mariposas gruesas, color crema, con una hoja de menta y un minúsculo caracolillo.
Y recuerdo cuando servimos a aquella gran mariposa negra, que parecía de terciopelo, que parecía una mujer.

 

 

Había nacido con zapatos. Rojos, finos, de taco alto

Había nacido con zapatos. Rojos, finos, de taco alto,
que fueron la desesperación de todos los que vivimos juntos
en aquel tiempo.
Y en la cara tenía varias dentaduras, y lentes celestes como
el fuego.
Al pasar, por la tarde, parecía el ángel de la devoración con
pie punzó.
Mas, en realidad, amó la luz solar. Comía guindas, llevándose
una a cada boca.
Y sentía temor y amor hacia el Maestro Tigre que llegaba
en la noche a buscar doncellas.
Y nunca la eligió.

Árbol de magnolias

Árbol de magnolias,
te conocí el día primero de mi infancia,
a lo lejos te confundes con la abuela, de cerca, eres el aparador
de donde ella sacaba el almíbar y las tazas.
De ti bajaron los ladrones;
Melchor, Gaspar y Baltasar;
de ti bajaban los pastores y los gatos;
los pastores, enamorados como gatos,
los gatos, serios como hombres, con sus bigotes y sus ojos de enamorados
Esclava negra sosteniendo criaturitas, inmóviles, nacaradas.
Virgen María de velo negro,
de velo blanco, allá en el patio.
Eres la abuela, eres mamá, eres Marosa, todo eres, con tu
eterna
juventud, tu vejez eterna,
niña de Comunión, niña de novia,
niña de muerte.
De ti sacaban las estrellas como tazas,
las tazas como estrellas.
Estuvo oculto en tus ramos el Libro del Destino.
Te has quedado lejos, te has ido lejos.
Pero, voy retrocediendo hacia ti,
voy avanzando hacia ti.
Te veré en el cielo.
No puede ser la eternidad sin ti.

Ellos tenían siempre la cosecha más roja, la uva centelleante

Ellos tenían siempre la cosecha más roja, la uva centelleante.
A veces, al mediodía, cuando el sol embriaga -si no, nunca
nos atreviéramos-, mi madre y yo, tomadas de la mano,
íbamos por los senderos de la huerta, hasta pasar la línea
casi invisible, hasta la vid de los monjes. La uva erguía
bien alto su farol de granos; cada grano era como un rubí
sin facetas con una centella dentro. Ellos estaban aquí y allá
con las sayas negras o rojas, y parecían escudriñar diminutas
estampillas, grandes láminas, o meditar profundamente sobre
el Santo de esos lugares. A nuestro rumor alguno dirigía
hasta nosotras la mirada como una flecha de oro o de plata.
Y nosotras huíamos sin volvernos, temblando bajo
el inmenso sol.

 

Bajó una mariposa a un lugar oscuro

Bajó una mariposa a un lugar oscuro; al parecer, de
hermosos colores; no se distinguía bien. La niña más chica
creyó que era una muñeca rarísima y la pidió; los otros
niños dijeron: -Bajo las alas hay un hombre.
Yo dije: -Sí, su cuerpo parece un hombrecito.
Pero, ellos aclararon que era un hombre de tamaño natural.
Me arrodillé y vi. Era verdad lo que decían los niños. ¿Cómo
cabía un hombre de tamaño normal bajo las alitas?
Llamamos a un vecino. Trajo una pinza. Sacó las alas. Y un
hombre alto se irguió y se marchó.
Y esto que parece casi increíble, luego fue pintado
prodigiosamente en una caja.