Extraña y circular. Así es la memoria.
Tenía cuatro años y solo había vivido en departamentos, en una ciudad de mucho cemento con olor a mar.
Al llegar a Salta, entré a una casa con fondo y con árboles.
¡Qué maravilla los árboles!! Para subir por las ramas alto, alto, hasta sentir vértigo en la panza, para jugar a las escondidas. Era la casa de mi abuela.
Llegar a ese patio era…como entrar a la selva: la perra Puki, la gallina colorada y la bataraza, un gallo cogote “pila”, pollitos para corretear, higueras, un nogal, malvones para sacar pétalos y pegar con saliva como uñas de señora. Un mundo de realidad al que mi “Lela”, le ponía mucha fantasía.
Me subía a las ramas y ella desde abajo jugaba a que tomaba fotos con una cámara invisible : ”“clic, clic, clic”- decía y yo posaba muerta de risa, escondiendo mi cara entre ese mar de aromas verdes.
Hoy tengo un duraznero y los otros días para alcanzar las frutas más lejanas me subí a lo más alto del tobogán.
Mi nieto de dos años, que creía que yo me quería deslizar, me gritó desde abajo “Dale Lelita, tirate…yo te ayudo”
Allá en lo alto, en otro mar de aromas verdes, muerta de risa me acordé de esa lejana época en que mi Lela, me sonreía desde abajo, con ese rayo de amor en los ojos.
Otras épocas, parecidas miradas de amor.
La memoria es extraña y circular.
Ellos apenas se conocieron, él era un bebé de pocos meses cuando mi abuela partió y sin embargo, apenas pudo hablar, mi nieto me llamó un día desde el jardín: «¡Lela!”-
Demoré en darme cuenta que me llamaba a mí.
(Patricia Patocco)