MIGRANTES

 

El hombre regordete que hacía la limpieza en la estación de trenes del noreste de Italia corría al moreno que salía del baño, ahuyentándolo de muy mala manera.

Mientras buscaba el manojo de llaves, explicaba alterado “que estaba harto de los inmigrantes, que se desnudaban y bañaban ahí, a la vista de todos, sin pudor, con el agua del lavabo”. Y lo explicaba en italiano. No conozco mucho el idioma, pero se entendía igual, colorado y furioso como estaba. El muchacho parecía de origen libio o árabe, salió sin apuro. Pronto se unió a su grupo y despreocupado retomó el juego de naipes en el pasto.

Caminamos al hotel, a solo dos cuadras de la estación, nos instalamos y salimos a conocer.

Lo primero que ví fueron las flores.

Cercos y canteros prolijos por todos lados, en las veredas, al lado de varios cursos de agua que atraviesan la ciudad que le daban a las callecitas, un aire de cuento. Flores en la plaza, en la subida al antiquísimo Castillo de Údine, al costado de cualquier camino. Por todos lados la mansa sencillez de margaritas, emilianas, alegrías del hogar de todos colores, las conozco porque son las que tengo siempre en mi jardín y esa percepción tan simple me trajo una rara sensación de íntima felicidad, de estar en casa.

Recorrimos admirados las Puertas de la Ciudad, los arcos, los edificios, una arquitectura preciosa para un pequeño sitio lindero a Eslovenia y a Austria, rodeado de montañas, que parecía enclavado en otro tiempo.

Vimos la capilla humilde, pasamos por el frente de la casa donde vivió la fotógrafa Tina Modotti, la antifascista contemporánea de mi bisabuelo emigrado a la Argentina.

Luego caminamos hasta el Registro Civil, deseaba averiguar de mi pariente nacido allí y el encantamiento pareció romperse.

Nos atendió un hombre hostil.

Ni nos miraba cuando le hablaba, ponía sellos, pasaba papeles y hasta parecía molesto con nuestro idioma castellano. Yo me empeñaba en explicarle que buscaba algún dato de mi familiar, de nombre Pietro. Me pidió mi pasaporte.

Se lo extendí y sin inmutarse lo dejó un largo rato sobre el escritorio. Cuando finalmente leyó mi apellido me miró a la cara por primera vez y me dijo que volviera a las 15 hs, antes de que cerraran. Algo en su actitud había cambiado, su tono ya no sonaba tan altisonante.

Antes de la hora señalada estuvimos de regreso.

Se paró de su silla apenas nos vio y con gran amabilidad y una enorme sonrisa nos hizo pasar a otra oficina, llamó a su jefa y a algunos compañeros y todos de pie, como en un acto, empezó a leer en tono solemne el acta de nacimiento de mi “bisnonno”, en un italiano – que yo no entendía, pero entendí-

Me explicó que nunca lo iba a encontrar como Pietro porque su madre, Verginia había pedido expresamente que se llamara Pietro Antonio, quizás para diferenciarlo del tatarabuelo, también Pietro. Qué había nacido a dos cuadras solamente del Registro Civil actual, en tal dirección, el 21 de mayo de 1872, y que en ese acto me entregaban copia del acta de nacimiento y que me saludaban como compatriota y bla bla bla.

No recuerdo mucho más, solo la humedad de las lágrimas que me surcaban el rostro, en ese precioso instante de reencuentro íntimo con parte de mi historia. Entendía sin entender y no es un juego de palabras.

Era una comprensión de otro orden que me trajo una pena inmensa por todos los que habían tenido que emigrar de aquella Italia sin horizontes de fines del siglo XIX y por los que se habían quedado, todos fragmentados para siempre.

Al salir, el oficinista me extendió efusivo la mano y me dijo que recordara siempre que era italiana por “ius sanguini”, que solo debía volver a Argentina y presentar ese papel en el Consulado e inmediatamente lo sería oficialmente.

Por supuesto que no fue así.

Mi entusiasmo me llevó a cientos de trámites, consultas, certificados, timbrados y apostillados después pero jamás logré dar con el certificado de defunción del bis nonno en Argentina y casi olvidé el asunto.

Pero aquella noche, luego del episodio del acta de nacimiento, en un restaurant de Údine comiendo las pastas más deliciosas que probé en mi vida, tuve la extraña sensación de escuchar la voz de mi padre susurrándome ese fragmento que su abuela le cantaba de niño “…cuando Garibaldi toca la trompeta, todos los soldados comen la polenta…”.

Luego de la cena, al pedir un café nos sirvieron una taza de café con leche y un plato de panettone exquisito, que devoramos como si aun tuviéramos hambre, por el solo placer de esa delicia en pleno julio.

Quizás fueran solo los efluvios del vino friulano que disfrutamos pero me sentí por un largo rato feliz y despojada, como si estuviera ligada a ese sitio por lazos extraños. Se que algo parecido le ocurre a quienes conocen la tierra de sus ancestros,

Ocurrió hace mucho y en fin, hoy es 21 de mayo.

Anoche se conoció que ya es la ley la noticia.

Georgia Meloni, la premier italiana acaba de anular, apoyada por el Congreso toda posibilidad de ciudadanía italiana de bis nietos y el bis nonno cumpliría años, todo en rara coincidencia.

Era sabido, un gobierno de derecha que no quiere inmigrantes, en tiempos en que el mundo entero gira hacia las derechas puras: ultra conservadurismo, autoritarismo y siempre el racismo, la xenofobia y otras fobias inconcebibles del mundo actual.

Yo me quedo con la intensidad de lo que experimenté en esa tierra lejana que parecía ser parte mía también en algún recóndito lugar de mis células.

Una correntada, un mar embravecido de hábitos, mesas, comidas, canciones, rasgos, frases, imágenes y “piaceres” que no se borran con ninguna ley. No se puede, simplemente están, son.

La sangre transporta junto a todo lo biológico muchos otros datos invisibles.

Así que Georgia, “vaffanculo” con todas tus políticas restrictivas.

Y buon cumpleanno bisnonno, por tus años felices en la generosa Argentina que alguna vez te cobijó, a vos, a tantos, a todos los migrantes del mundo, como dice nuestro Preámbulo, tan vapuleado en estos días.

 

 

Patricia Patocco  (junio de 2025)