NINGUNA PLANCHA

 

Se probaban todas las opciones.

Armaban conjuntos, se intercambiaban remeras, anillos, pulseras.

Salían radiantes y el perfume llegaba antes que ellas, bonitas adolescentes.

Y no importaba cuan aniñadas o agrandadas parecían. Bastaba la risa y el brillito de los ojos y labios para que fueran bellas.

Gritos, bromas, charlas con música de fondo hasta que llegaba el instante preciso en que el ritmo las llamaba. Ahí se paraban y arrastraban a la que estuviera cerca para bailar.

Los varones se agrupaban – ellos también lindos, arreglados como para que no se notara- a murmurar, conversar y reír. Alguno se sumaba a la ronda y sino…no parecía importar demasiado, ellas bailaban y multiplicaban las risas tratando de coordinar los mismos pasitos.

Se movían ondulantes, alegres, con un disfrute que nacía desde adentro con el placer sencillo de acomodar el cuerpo al ritmo de moda.

Bailaban solas.

Nada era impostado y aunque, con el rabillo del ojo relojearan al que les gustaba, no era obstáculo para bailar entre ellas.

Me provocaba curiosidad, confieso que no entendía.

Antes el baile era en parejas. Por siglos la cultura occidental marcó que era de a dos, costumbre que imagino tendrá sus raíces en el concepto antropológico de la danza como ritual de apareamiento.

Pero esa generación de chicas descubrió otra cosa. Hace mucho, hablo de unos veinte o veinticinco años atrás.

Y no se olvidaron de la seducción.

Y fueron bastante obedientes a los disciplinamientos de su tiempo: que una nena hace esto, que hay que sentarse así, maquillarse asá, hablar de tal modo…bla bla bla.

Bailaron, bailan solas.

Decidieron no esperar a que las “saquen” a bailar. Si sucede, maravilloso, porque nada más lindo que bailar en pareja, pero si no, bailan igual.

No se quedan a esperar que alguien les marque cuánto y cómo se divierten, ni aguardan en un rincón que las habiliten a ser felices con una invitación a bailar como en los cuentos de hadas.

Se animaron a tomar decisiones profundas sobre sus cuerpos, sus bailes, sus vidas.

Fue un cambio inmenso.

Un movimiento de adentro hacia fuera sin retorno, como la inocente sensación de danzar. La revolución de los jóvenes, pero sobre todo de las chicas, que luego hicieron punta en exigir reivindicaciones, cupos, tomas de decisiones.

Hace rato que no necesitan que nadie las “saque” a bailar. Ellas bailan solas y que las miren si quieren.

Eso tan simple fue el preludio de todo lo liberador que vino después.

¿O habrá sido solo el sutil arte de que les importe un carajo la opinión ajena?

Como sea, después de tanto tiempo recién lo comprendo.

Y las aplaudo.

¿Saben las veces que me quedé “planchando” en los bailes? Pero no, esa es otra historia.

Ellas ni saben lo que es “planchar” y en buena hora.

 

 

(Patricia Patocco, 29 de agosto de 2020)