La poeta cordobesa, oriunda de Jesús Maria, Susana Cabuchi, murió en su ciudad natal este julio de 2022, a los 73 años tras sufrir un infarto.
Autora de varios libros como «El corazón de las manzanas”, “Patio solo” y “Álbum familiar”, “El dulce país y otros poemas” y “Detrás de las máscaras”, había estrenado su última obra, «Siria», la semana pasada.
De su primera obra, Joaquín O. Giannuzzi dijo: «Su transparencia me permite saber en todo momento de qué se está hablando, pese a que el sentido, paradójicamente, resulte complejo».
Susana Cabuchi había nacido en 1948 y ha tenido una larga carrera literaria. Textos de su autoría han sido incluidos en numerosas antologías argentinas, americanas, europeas y en ensayos y estudios críticos de poesía hispanoamericana y de literatura escrita por mujeres. Fue traducida al francés, italiano, portugués y árabe. Obtuvo por su escritura distinciones nacionales e internacionales. Como gestora cultural organizó Ferias del Libro, Semanas de Cultura, Talleres, Seminarios, Concursos Literarios, Ciclos de Lectura, Debates, Publicaciones individuales y colectivas, otros. Actuó como Miembro de Jurado en diversos concursos nacionales de Poesía y Narrativa. Ha participado como panelista y conferencista en Congresos, Encuentros, Festivales y Jornadas en su país y en el exterior.
Los poetas y los lectores, la han despedido por estos días con hondo pesar, no solo por la indudable calidad de sus poemas, sencillos y profundos, sino también por su alta calidad humana.
Algunos de sus poemas.
LA CARTA
Ha llegado la carta.
Está sobre la mesa,
al lado de las flores.
La miro
largamente.
Conozco la letra.
Pero la leeré
a la medianoche,
cuando los trenes
que pasan hacia el norte
hagan temblar
los vidrios de la casa.
De Patio solo, 1986
VISITA
Un viajero
ha llegado a la casa.
Salimos todos
a abrazarlo
porque trae noticias del hermano.
Habla de campos secos,
del hambre en las ciudades,
muestra fotografías.
Después del almuerzo
le servimos
la fruta más dulce del ciruelo.
Y la ha comido,
pero sin alegría.
De Patio solo, 1986
ÁLBUM FAMILIAR
Los padres
fueron una vez
a Mendoza.
Me dejaron
una foto con nieve
a orillas del camino
con un gran auto negro
y con amigos.
Me dejaron
una foto con nieve
y este frío.
De Álbum familiar, 2000
PASOS
He bebido las aguas
del Shu – Am
como si no estuvieran
contaminadas.
A orillas
del río silencioso
crecen flores amargas
sobre las que he descansado,
leyendo.
Y no he pecado
sino
lo necesario.
De Álbum familiar, 2000
12 DE JUNIO
Esa mano que muere
no está sola.
El anillo dorado
la devuelve
a una danza de bodas
y a sus giros.
A una siesta
de parrales ardientes.
A los vinos
guardados
para las grandes fechas.
Está
el metal redondo
sosteniendo
que todo fue verdad.
El anillo de bodas
de mi padre,
en la mano, en la vida
de mi padre.
En el día de la muerte
de mi padre.
De Álbum familiar, 2000
CIELO
Sobre las montañas nevadas,
como una flecha oscura,
van los patos salvajes.
Cruzan.
Como tu sombra
sobre mi corazón.
De Álbum familiar, 2000
VINCENT VAN GOGH
Aquí estoy
en esta soledad luminosa,
plena, habitada
de fuegos y ventanas.
La casa
arde de girasoles
como un infierno congelado
entre aceites
y vientos amarillos.
Sordo de tanto silencio
y dispuesto
a entreabrir
cada lirio celestial,
cada cristal de paja,
cada gota de acero,
cada ojo de sangre,
cada vidrio de miedo.
Así te escribo.
Sobre las torres de la desesperación,
a orillas del Ródano,
entre la mezcla brumosa de los óleos,
a la hora del ángelus,
a pleno mediodía,
sobre el caballo áspero
de la pena,
con la piedra roja
de la desgracia,
con la arena negra de la locura,
con las sílabas celestes del amor,
con la sorpresa blanca de la tela
vacía,
con el cuervo del hambre
sobrevolando mi cama,
con la mordedura hirviente
del deseo,
entre el humo agrio de la luz,
en el paraíso húmedo
de los manteles,
en los bares nocturnos,
así,
hermano mío,
hermanito menor,
casi mi padre.
De Álbum familiar, 2000
EXILIO
Al cerrar el negocio
mis padres
se sentaban en la vereda
del Panamericano
a mirar el desfile.
Mi padre sonreía
con la misma serena tristeza,
repetida,
tantos años después,
en la fila de cajones
abiertos hacia el crematorio,
más oscuro, con los párpados quietos,
entero, intacto,
esperándome.
Así dio su perdón,
así recibió el mío.
Acompañaba la fiesta
con la mirada suave
del que ha danzado, inocente,
sobre los barcos del exilio.
Cuando pregunté
en el Registro de su país
la íntima caligrafía
sentenciaba “desertor”.
Cómo explicar
que tenía dos años al partir,
que nunca se había ido,
que cada mañana
ascendía las calles amarillas
de Maalula
mientras levantaba las persianas.
De Detrás de las máscaras, 2008
VISITA AL PURGATORIO
El cartel anuncia
“El Paraíso”.
Aquí están
la directora del colegio,
la fundadora del Teatro Vocacional,
el carnicero,
el prestamista, el notario.
–Sí madre,
traigo galletas,
sacaremos una mesa,
jugaremos a la confitería,
tomaremos el té.
Las pequeñas carrozas
–trípodes, andadores,
sillas de ruedas–
giran.
Aferrados al pasamanos
los caminantes
repiten la peregrinación,
como antes en la plaza,
ahora a orillas de la ciudad,
a orillas de la vida,
con las máscaras de la vejez,
con los pesados trajes,
marchitos.
Sí madre,
soy la tía Emma
y también soy Susana.
Entre sombras
la comparsa emite
entrecortados llantos, gemidos secos.
–No madre, sus padres
no la olvidan,
están muy ocupados.
Cuando puedan
vendrán
con un ramo de rosas.
De Detrás de las máscaras, 2008
SIRIA
A Jeannette Kabouchi
I
Ha despertado
seguramente temblorosa.
Ha escuchado los ayes
ascender las piedras de Sednaya,
ondular sobre las cambiantes dunas
hacia el desierto,
reptar entre los arcos de Palmira,
crecer en los olivos.
Por favor querida, dice
desde ciudades inolvidables
a la hora del sueño.
Por favor querida,
insiste,
escriba sobre Siria.
II
Juntas hemos visto
los juegos del Mediterráneo
frente a las costas de Latakia
y las manchas lejanas de la tierra turca
a través del mar.
Sabe que escuché, conmovida,
cinco veces al día
el hondo llamado a la oración
que surge, poderoso y verdadero, desde
las mezquitas, desde sus altos minaretes.
Sabe que me gustaba caminar
hacia el zoco Al-Hamidiyah
para oler los tejidos
y las especias.
En mitad de la noche
ha querido llamarme. A pesar
de los años y la distancia.
Debió recordar que en la Feria
de Libro de Damasco
me vio adquirir obras
escritas en un idioma que no leo
y que algo en mí reconoció los signos,
esas suaves y delgadas canoas
sobre el papel, esas líneas
de arenas y de vientos.
lll
Jeannette,
la prima de mi padre,
no usa velo.
Simplemente lo prefiere así.
Ella es cristiana, Fayez
su esposo, musulmán.
Hemos viajado al mar,
hemos nadado juntas
vestidas con trajes de baño occidentales
como las cristianas y las judías
mientras las musulmanas jugaban
en el agua
con sus largos vestidos mojados
adheridos al cuerpo, más sugestivas
que las turistas europeas
que extendían sus claras
y desnudas figuras
en las playas doradas.
IV
Qué sé, qué desconozco para que ella repita
varios meses después, Susana, no lo olvide
–suena firme su voz en el teléfono–
escriba sobre Siria.
Qué espera, qué me pide?
Hablaré de Quneitra,
del pasto crecido sobre los escombros,
de los testimonios del Golán?
Ibrahim me muestra unos montículos de nada
y dice: esta era mi casa.
Por esta calle iba a la escuela cada mañana.
Y señala la escuela, lo que debo
creer que fue una escuela,
cemento y hierros
arrasados por las topadoras.
De quiénes eran las tumbas?
Cuántos lloraban entre los olivos?
Alguien preguntó
sobre la poesía después de Auschwitz,
también yo lo pregunto
desde las ruinas de Quneitra,
sus hospitales muertos, sus calles incendiadas,
las infinitas filas de cruces blancas sobre
la vergüenza del mundo.
De quiénes son las tumbas?
Cuántos lloran entre los olivos?
De Siria
Samovar
En tu casa Jeannette, en Damasco,
usé por primera vez
un samovar.
Había uno muy bello
en el comedor de la abuela Naíme,
sobre el piano.
Yo lo conocía
por las novelas rusas,
por la misteriosa vibración de su nombre.
Pero aquello que nombraban
Dostoievski, Tolstói, Chéjov,
no era ruso,
provenía de Siria.
Fue a orillas del Éufrates
donde Adán descubrió la frescura del agua,
seleccionó ramas del árbol de fuego,
algunas hojas de la planta del té
e inventó el samovar,
esa tetera del oriente,
ese cofre que guarda
los sonidos del río
de la lluvia
la memoria del sol.
Y en el centro de tu mesa
era
ofrenda silenciosa,
belleza de los días.
La infusión dorada ingresaba
a los cuerpos
como una tibia bendición.
Así lo recuerdo. Así agradezco
aquella serena plenitud.
Fayes ha muerto.
Siria padece y se desangra.
Nuestro dolor no olvida.
Pero el samovar,
ante todos los pesares de este mundo,
promete
el vapor milagroso de las tazas
la bebida aromática
la paz.
*En la margen del Éufrates / Adán descubre la frescura del agua. J.L.Borges
Éufrates
El Éufrates
llamado El Río,
el que atravesó el Templo de la Lluvia,
uno de los cuatro ríos del Edén,
el de viaje sereno,
se cruzó con
El Tigris,
el de paso veloz,
otro de los ríos del Paraíso,
la frontera del cántaro.
Juntos
definieron La Mesopotamia,
transitaron montañas, pantanos,
el tiempo,
hasta llegar a mi vida, a mi país,
a Córdoba,
porque la familia los nombraba,
porque viajaban por las páginas de geografía,
porque eran infinitos.
Agua.
Súmeros, acadios, arameos.
Uvas, granadas, dátiles.
Agua
para los jardines de Babilonia,
para la asiria Nínive,
para las sabaras,
frutas asombrosas
que quitaban la sed de animales y de hombres.
En Uruk las tablillas escritas,
ciudades increíbles en Ur,
la Siria Histórica,
La Gran Siria,
higos, aceitunas, café,
una primera Biblioteca en Ebla,
astronomía,
música, la rueda,
El Río.
Poetas sirias me llevaron ante su presencia
a mirar largamente el azul de su viaje,
su caudal, su nostalgia.
Este es El Éufrates
dijeron
y recordé
su voz, el canto
que se desplaza
poderoso
desde la eternidad
hacia todos los días de este mundo.