Se presentó en Salta, en abril pasado la obra poética Cuando me voy, de Aníbal Díaz Gallinal. La presentación- una gran reunión de amigos- estuvo matizada por las palabras de la profesora María Eugenia Carante, quien hizo un pormenorizado análisis de su obra.
Díaz Gallinal es un autor y traductor uruguayo radicado desde hace algunos años en La Caldera, Salta.
Artenautas reproduce a continuación las palabras de María Eugenia Carante.
“Felicito a Aníbal por su primer libro, entiendo; aunque es un reconocido traductor, oficio que no deja de ser también un trabajo de escritura. También, le agradezco su confianza en mi lectura.
He acudido como epígrafe de este comentario, por parecerme que resume, según mi lectura, el tema central, el corazón del libro de Aníbal, a un poema de Álvaro Mutis, que se llama “Exilio” (de Los trabajos perdidos):
Voz del exilio, voz de pozo cegado,
voz huérfana, gran voz que se levanta
como hierba furiosa o pezuña de bestia,
voz sorda del exilio,
hoy ha brotado como una espesa sangre
reclamando mansamente su lugar
en algún sitio del mundo.
Tratándose de una reunión familiar y de amigos, no es necesario recordar la biografía y la trayectoria de Aníbal, tan importante sobre todo por su magnífica traducción de Simone Weil y, desde luego, como lector, como intelectual, muy interesado por la filosofía, la historia, y por el pensamiento humanístico en general.
Pero sí quisiera mencionar algunas de sus circunstancias biográficas, que echan luz sobre este poemario, que se gesta a partir de un acto de despedida o como mínimo de interrupción del contacto entre el poeta y algo muy amado que está en trance de perder; en este caso, su tierra natal, Uruguay.
Su padre, Aníbal Díaz Mondino, fue un diplomático de carrera. Siete años como cónsul uruguayo en Bilbao, luego en París como Ministro y Delegado permanente de Uruguay ante UNESCO. Por el golpe militar de Juan María Bordaberry (1973-1985), renunció a su cargo y debió exiliarse. Con el retorno de la democracia en su país, en 1988, fue restituido a su cargo en el Ministerio de Relaciones Exteriores, y en 1990 es nombrado Embajador ante el Estado de Israel, en plena guerra del golfo (1990-1991). Muere en 1994, en Madrid.
Deduzco que la familia debió haber vivido durante largos períodos y por distintas circunstancia fuera de Uruguay. O sea en el exilio, a veces no expresado tan fehacientemente, salvo en la palabra que se vislumbra en muchas circunstancias, quebrada y tenaz.
De modo que, Aníbal debió afrontar más de una vez y desde muy joven, el exilio. En “Tres estaciones” dice: Verano en Santillana/ Sollozos de otoño en el Sena/ Primavera en Madrid/ ¿Hay un lugar para el invierno?
El título “Cuando me voy”, da cuenta de esta acción de partida reiterada. En el poema que da nombre al libro, lo expresa claramente: “Lo que esconden pretéritos suburbios/ lo que tiembla en los fierros, en el vidrio/ de ventanas tiradas por el piso/ -chasquido espiritual que me estremece-/ todo eso llevo en mí cuando me voy” (p. 13). No dice “cuando me fui” o “cuando me vaya”. Así considerada, la despedida resulta una verbalización de una separación fáticamente reiterada y ritualizada.
Son muchas las alusiones al exilio, presentes en este poemario. Voy a citar como ejemplo, el poema “Junio” (p.35), donde hay un epígrafe: “Busco el sitio de mi muerte”, de Ricardo Paseyro, poeta y diplomático uruguayo. Fue funcionario de Uruguay en Francia durante quince años En 1974, tras el golpe de Estado de Juan María Bordaberry, Ricardo Paseyro es destituido. Obtiene la nacionalidad francesa y decide residir permanentemente en París.
En el caso de Aníbal, la huella traumática del exilio está básicamente sublimada, por así decirlo, a través de la palabra. Aunque sí podemos detectar en sus versos algunas imágenes más nítidas de la nostalgia por «lo perdido», prueba de la honda carencia emotiva que ha dejado el exilio.
La incitación al canto, a la poesía, surge desde las pulsiones más elementales hasta adquirir necesariamente el estatuto de un destino, de un imperativo de carácter metafísico.
Su voz es la de alguien que no se resigna a olvidar. Y en su condición de criatura cautiva, intenta protegerse mediante la construcción de un refugio literario que le sirva de puente de retorno. En este sentido, podemos decir que todo el libro es una Oda a su tierra natal que funciona como anclaje. Evoca su grandeza épica, hechos históricos puntuales, lugares emblemáticos, el gauchaje, los caballos, los espacios rurales y también urbanos.
El poeta instala una especie de Arcadia, para lo que acude a la hipérbole, como recurso predominante, y a imágenes de la tradición grecolatina, que producen el efecto de un manto épico, legendario, que inmortaliza de alguna manera la patria. Por ejemplo, en el poema “Muros” (p.27), expresa:
“En las mansas orillas del gran río/ Montevideo, con sus muros dorios/ en su cuchilla grande encaramada/ se bate con las olas bajo el cerro/ que inmutable y sereno la contempla.
¡Qué belleza la rambla cada enero,/ cuando el sol con sus rayos quema y dora/ los techos y la arena del poblado!/ Resplandece y flamea allá a lo lejos,/ en naufragio de espumas y de amores/ hundida por el limo y la nostalgia.
Indómita guerrera cuyos muros/ en vano el enemigo codiciara:/ por esos muslos de granito quieren/ trepar las manos del antiguo Apolo./ Inasible serás ya –Dafne del mar-/ primavera que naces en la orilla/ en arena y almejas transformada…”
Bello poema éste en el que Aníbal reporta toda una tradición lírica, desde la poesía elegíaca y mitológica grecolatina, hasta la de tradición española, y que nos trae también a la memoria el soneto de Quevedo: “Miré los muros de la Patria mía”, en la visión nostálgica del paso del tiempo y también de la literatura árabe (que hereda España), cuando acude a la imagen de la ciudad como una mujer.
Hay una búsqueda intuitiva y constructiva de sus raíces, de la identidad profunda de su tierra, de la Patria Vieja, plasmándolo literariamente a través de la historia (“La Patria Vieja” se llama a un período que comprende el auge de Artigas entre el 25 de febrero de 1815 y el 20 de setiembre de 1820 en que este decide retirarse al Paraguay, poniendo así fin a su campaña en la provincia Oriental). O sea que estamos hablando de la génesis de Uruguay como estado independiente, del nacimiento de la Patria.
En el exilio, sea voluntario o forzoso, el que emigra lo hace en medio de la incertidumbre llevando consigo el don precioso de la esperanza de volver a su tierra.
En el poema “Redota” (p. 24), que hace referencia a la emigración del pueblo oriental que sigue a Artigas hasta Salto Chico, en 1811 aquel episodio que la historia recoge con el nombre de “Éxodo del Pueblo Oriental”, o por la “Redota”, dicho en lenguaje gauchesco (como se verá, se trata de un exilio), dice:
Cuando salga el sol/ quiero que me encuentre/ en la Patria Vieja/aquella que no vi/ y vive en mí…
En general, este libro es un encuentro gozoso del poeta con su Montevideo natal. No obstante, y habiendo sido escritos en distintas épocas y circunstancias, también hay poemas intimistas, manifestaciones de un estado emocional personal. Algunos hacen hincapié en cuestiones como la identidad en el espacio actual, y la manera en la que esto se refleja en la literatura del exilio, como el poema “El que amanece” (p. 38), dedicado a Graciela Maturo que, entiendo, fue una gran impulsora y animadora de poesía de Aníbal.
Por ejemplo en el poema “Menú” (p. 56), dice:
“Sobre la mesa se abren ríos, mares,/ estofado de merluza y lenguado,/ empanada, brótola, sopa y caldo./ Hoy menú de pescado. //Inmerso en lo cotidiano/ al lado de mi vida/ intuyo la vida del otro lado”.
Para finalizar, quiero resaltar que hay en la escritura de Aníbal una cierta fidelidad a las formas poéticas más o menos tradicionales, no cae en excentricidades, por decirlo de alguna manera, ni en experimentos literarios. Hay sonetos, cielitos, tímidas incursiones en el verso libre. Como dice acertadamente Sánchez Zinny en el prólogo: “obvias costumbres de alguien bien enseñado”.
Me gustaría destacar como un logro del poeta porque sintoniza muy bien con el espíritu del libro, esta resurrección de la Patria, la “Tonada de la Patria Vieja” (p. 29), donde hace uso de una forma poética tradicional: “el cielito”. Si bien se origina como una danza y un canto patriótico y popular en los momentos previos a la independencia, luego pasa como la primera forma estética de la literatura rioplatense, a través de la gauchesca.
La primera estrofa, que dice:
“Cielito, cielito lindo,/ patria que conmigo vas/ te digo Patria Vieja/ porque eras antes de estar.
Ya en mil ochocientos diez/ la pobre Banda Oriental/ es bosquejo de patria/ comunidá espiritual…”
Dicen que “el hombre lo es porque, entre otras cosas, no olvida”. Recordar es humano, podemos decir que es en sí lo humano. Y es privilegio de la poesía convertirse “en memoria y sin dejar que el pasado acabe” (Gunter Grass, 1999).
Podemos inferir que la poesía de Aníbal es memoria, es un pacto con el tiempo, acaso con la emoción y la esperanza de mantener el eslabón de una cadena cuyas raíces se asientan en los predios de un largo ayer, y puedan continuar en un largo mañana.”
Colaboración de María Eugenia Carante