ATÓNITO, EL MUNDO

La lengua de fuego se extiende pavorosamente. Zigzaguea y avanza. Tajea todo lo verde y mata todo lo vivo a su paso.

Sabemos cómo es el fuego. Juega, se esconde, amenaza retirarse y se vuelve a prender. Pero esto no es un juego, es la macabra consecuencia de políticas enceguecidas.

Por estos días las imágenes del Amazonas se replican aterradoras por diversos medios en todo el mundo, incendian la esperanza, ponen al planeta en alerta

El fuego, esos fuegos, no son “incendios naturales”, poco frecuentes en la zona. La mayoría fueron comenzados por granjeros que preparaban tierra de labranza cercana a la Amazonía para los cultivos y la pastura del próximo año.

Durante su campaña pasada, Bolsonaro declaró que “las vastas tierras protegidas de Brasil eran un obstáculo para el crecimiento económico” y prometió abrirlas a la explotación comercial así que desde que asumió su gobierno redujo los esfuerzos para combatir la tala, la ganadería y la minería ilegales.

En mayo de 2019 se conocieron datos preocupantes. Según el Observatorio Mauna, ubicado en Hawai, la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera había alcanzado niveles mucho más elevados que en cualquier momento de los últimos 800.000 años. Al respecto afirmó el meteorólogo Eric Holthaus “Esta es la primera vez en la historia humana que la atmósfera de nuestro planeta ha tenido más de 415 ppm de CO2. No sólo en el tiempo del que tenemos registros, no sólo desde la invención de la agricultura hace 10.000 años. Desde antes de que existieran los humanos modernos hace millones de años. No conocemos un planeta como éste”.

Ahora, en agosto de 2019 arde la Amazonia y el mundo, atónito, no logra ponerse de acuerdo para frenar esta catástrofe.

Los meteorólogos locales afirman que el humo llegará en breve a Salta.

Lo que no se subraya adecuadamente es que los desmontes ya han avanzado lo suficiente en nuestra región. Y que el Chaco Salteño, importantísima reserva ecológica, también está siendo diezmada por desmontes para cultivos.

La vida del pueblo wichí y de las otras etnias que habitan el noroeste corren peligro hace muchos años. Los animales, su vegetación, sus plantas medicinales- que son patrimonio de la humanidad – también están empobrecidos, dañados, debatiéndose entre las sequías y las inundaciones, con necesidades básicas insatisfechas y carentes de los recursos que otorga la civilización.

Miéntras tanto, una muchedumbre de “aspirantes a…” bailan la danza de las candidaturas vacías, sin propuestas concretas, plagadas de contradicciones, de demonizaciones, sin hablar claro de temas esenciales como la ecología y el cuidado del medio ambiente, cómo avanzar en eso pequeño que podemos hacer cada uno, cada día, para mejorar el único hogar que conocemos, ni qué medidas de largo aliento tomarán ellos, como líderes, como caciques momentáneos.

Como si no supieran…¿quizás no saben?

Los especialistas han puesto fecha: si antes de 2030 no se cambia de dirección, no habrá marcha atrás para la vida en el planeta. Aumento de las temperaturas, calor extremo, aumento de casi medio metro del nivel del mar, todas las especies en peligro.

Si no se sabe, hay que aprender. Urgente, antes que la realidad nos devore.

 

“… ¿ Guardará la catástrofe los enigmas,

los globos de la filosofía,

los trapecios de la ciencia

que cuelgan de la disolución,

habrá alcanzado su infancia

el cadáver traslúcido

del arte?

Ahora que todo se ha perdido

son dolorida espuma

en los abismos

fagocitándose

 

mientras cae sin geometría la noche

y huye sin música el agua

y sin color el aire”

( LII, del libro “Manada” de Leopoldo Castilla)

 

( Patricia Patocco, 24 de agosto de 2019)