¿Se acuerdan de las ollas a presión?, esas tan preciadas por nuestras madres y abuelas, donde se cocinaba el puchero con osobuco, con una válvula superior dando vueltas y silbando eternamente?
Nuestra sociedad es por estos días también una gran olla, en la que se fue cociendo a fuego lento, durante mucho tiempo un líquido extraño, espeso, caliente que no tenía nombre.
Y ahora reventó, porque la válvula se rompió y no vienen repuestos.
El fenómeno que se desborda se parece a una catarata quemante, que despertó recuerdos y corajes.
Pero conmociona profundamente. Da en la tecla del dolor colectivo.
La confesión de una, apoyada por el colectivo de actrices argentinas contra un actor, quien ya tiene otras denuncias por abusos y violaciones convocó a la memoria de millones.
Cada frase que surge desde algún instante de dolor, que se desborda del discurso normal de cualquier mujer, hiere el alma.
Desde ese día, los tweets, los whatsapp, las noticias en los medios no dejan de aparecer.
Como en una inmensa catarsis colectiva, lo digamos o no, cada una ha reconocido algún acoso, algún abuso o alguna violación sufrida alguna vez. Algunas tienen la pantalla grande, otras, las redes, pero la mayoría, simplemente el susurro dolido a la amiga.
No importa a que se dedica, ni su edad, ni el tiempo transcurrido; cada una está contando su entripado.
Y nosotras nos creemos, porque podemos empatizar en esa turbación, ese temblor, ese instante de horror o miedo que alguna vez nos atravesó.
Las explicaciones de los machistas – de cualquier género- ponen los pelos de punta “querrá prensa”, ¿pero cuántas pueden ser?, “es una opereta del gobierno”, “son inventos de las pañuelos verdes” y se siguen escuchando fabulaciones de ese tenor, hasta que le pasa a alguien cercana/o.
Lo cierto es que los acosos y abusos vienen de siglos, pero nunca se lo hablaba. Sucedía y se continuaba en silencio. Primero porque no se sabía que eran abusos sexuales y además porque no existía el exhibicionismo y hartazgo de esta época.
Se les fue la mano muchachos y no se dieron cuenta que el paradigma de la humanidad cambió.
Primero el machismo, ese que, como ahora es políticamente incorrecto sigue sonriendo en los memes sobre Juan Darthes que circulan en las redes.
Pero cuidado, porque hoy, hay otros factores.
Se suma la peligrosa asociación del alcohol, primera de las drogas lícitas y todas las otras drogas que circulan como agua y han creado un inmenso problema social.
Un coctel peligroso que hay que desarticular. En sus primeras reuniones adolescentes, chicos y chicas ya empiezan a consumir alcohol y otras sustancias.
Y acá nos tenemos que alarmar todos.
Falta educación sexual y sobran sustancias adictivas. Falta charla profunda en casa y sobran salidas y consumo, se pone más difícil el asunto.
No es una guerra contra los hombres.
Al contrario, a los hombres verdaderos los necesitamos de aliados. A los hombres íntegros, padres, compañeros, hermanos, amigos, hijos, a los que sea que amamos, hay que invitarlos a nuestra lucha
Esta es una guerra contra el sistema patriarcal que sostiene la violencia machista. No contra los hombres.
Hay algunos, claro, que ya no tienen reparación posible. Un Darthes o un Rodrigo Erguillot y los muchos más, que salen como cucarachas de las baldosas.
La lucha no es el exterminio, la lucha es la concientización a los hombres de bien, de cabeza abierta y sobre todo a los jóvenes. Tenemos que enseñar el respeto al cuerpo de los demás, el templo de cada uno, sea mujer, hombre o del género que sienta.
Para eso se necesita la ESI – Educación Sexual Integral- y el diálogo. Que #miracomonosponemos y #hermanayotecreo no sean de la boca para afuera, que sean profundas banderas de reflexión y libertad.
Qué no sea una caza de brujas al revés, contra todos, como las que sufrimos nosotras hace siglos, ayer nomás.
Pero que arda el patriarcado y se lleve a todas las cucarachas.
(Patricia Patocco, 15 de diciembre de 2018)