Crónica FIN DE CURSO

Buenos Aires es otro país. Sus formas, su movimiento, sus calles…

Está en cartelera por estos días la obra “El Inspector”, de Nikolai Gogol. En versión de Daniel Veronese la obra cuenta con las interpretaciones de lujo de Jorge Suárez y Carlos Belloso, quienes encabezan un elenco de 18 impecables actores.
A pocas cuadras del Obelisco, la obra puede verse en el Teatro San Martín, que luego de muchos años de refacciones abrió nuevamente al público. Desde 1960, es un espacio importante en la vida cultural de Buenos Aires. Tres enormes salas teatrales, un cine, varios salones para exposiciones y una fotogalería, en trece pisos y cuatro subsuelos. Un lujo.
” “El Inspector” es una sátira con personajes fallidos, tambaleantes, que muestran el derrumbe del entramado social de un pueblo de Rusia en 1830. El temido estallido de lo establecido. Muestra la condición humana, la codicia y que el ser humano es el único que a veces ríe ante algo que quizás, debería darle miedo”- dice el equipo de dirección del teatro.
Exquisita puesta, risas y reflexión, con una entrada a solo $ 190. Claro, es un teatro de la ciudad.
En Salta se ha impuesto -desde hace algunos años- una extraña modalidad.
Los tradicionales actos de fin de año escolares se han transformado también en verdaderas puestas en escenas.
Con el argumento de poco espacio en escuelas y colegios, se alquilan teatros y salones para obras y actos de fin de curso. Un mes de ensayos previos, en los que las maestras hacen malabares para terminar programas sin descuidar los detalles de las obras, disfraces complicados para padres que deben alquilarlos o buscar modistas. Docentes y niños llegan nerviosos y agotados, luego de muchos ensayos y presiones para que todo salga bien.
Llegado el momento de que los padres vean a sus hijos cerrar su ciclo escolar, deben además – la mayoría de las veces- abonar las entradas para ver a sus hijos. Los valores de las entradas del 2017 han superado el precio del Teatro San Martín.
Una situación insólita, pero instalada.
Luego, si se divisa a los pequeños entre tantos, apenas se podrá ver su paso fugaz por las tablas, eludiendo celulares en alto de padres que intentan fotografiar a los suyos.
Obras largas y aburridas porque claro, los chicos no son actores.
Decíamos que Buenos Aires es otro país, claro.
Se ven niños vendiendo baratijas en los subtes, niños trabajando.
En Salta no hay subtes, pero hay niños que trabajan o piden en la calle y otros, que van a estudiar y terminan siendo rehenes de situaciones desvirtuadas. Igual que sus padres.
Como en la sátira de Gogol, “el ser humano es el único que ríe de situaciones, que quizás deberían darle miedo”.
Como el buen teatro, que nos remite de inmediato a la realidad.

(Patricia Patocco, 9 de diciembre de 2017)