Los arquetipos son esas construcciones imaginarias, sociales, que nos han formateado el ser durante milenios.
El modelo perfecto, el patrón sobre todo lo otro que se construye después.
Se dice que tienen carácter universal y que se manifiestan – con diferencias según las culturas en las que nos hemos criado- en los relatos, los sueños, el arte, los mitos, incluyendo los de las religiones.
El arquetipo del padre, por caso, representa la autoridad, la ley, la protección y productividad y se observa en los cuentos populares y obras de ficción, como la figura del Rey.
La maternidad – en cambio- es el arquetipo del amor incondicional, el cuidado o la compasión. Aparece en las narraciones como el hada madrina, la maga, la divinidad.
Desde que apareció la discusión sobre la legalización del aborto en la agenda diaria, aunque haya existido desde el inicio de los tiempos, cada reunión, cada encuentro puede ser el momento propicio para asistir a confesiones y sinceramientos varios entre quienes nunca jamás habían pensado contar los detalles de su intimidad.
Las redes sociales se han convertido en batallas campales entre los que se oponen con todo fervor a la idea y los que decidieron reflexionar y tomar posición ante lo que la realidad muestra. Ambos, al margen de lo hecho o no, en sus propias vidas.
Y es que el feminismo, con su implacable análisis de todo lo que concierne a las mujeres y la ideología de género con su deconstrucción del pensamiento binario (hombre/mujer) ha traído, entre tantos temas la lenta disolución del arquetipo de la madre.
Los padres ya cambiaron el suyo hace mucho, cuando dejaron de reconocer hijos, de cuidarlos, de sustentarlos, cuando pasó a ser tan normal que no estuvieran en las vidas de los hijos. No todos, por supuesto, pero reconozcamos que ha sido y es una práctica tan común.
Y no es que ahora las madres se hayan transformado en brujas obscenas, ni hayan perdido un gramo de amor por sus descendientes, ni se hayan convertido en salvajes asesinas, nada de eso.
Es que ahora las mujeres se han atrevido a desafiar todo el statu quo, todo lo establecido como verdades reveladas, únicas e inconmovibles.
Las más grandes, interpeladas por las adolescentes y jóvenes han mirado sus vidas, sus elecciones y las obligaciones que significaron…los deseos que quedaron en el camino. Confesos o no.
Las más jóvenes han observado a sus madres y abuelas y han visto frustraciones, facturas cobradas a los hijos, vacíos en el alma, soledades de crianza que no quieren repetir. Ya tienen libertades que las otras no tuvieron pero quieren más, quieren toda y sobre todo quieren la libertad de sus cuerpos.
¿Han estado frente a una catarata? El recuerdo de las madres de antes, con el ruido monótono del agua cayendo de la canilla abierta toda la siesta, lavando a mano montañas de pañales en la pileta, puede – a la distancia- parecer una imagen tierna, pero no lo es.
Hace ahora el ruido de una catarata, un río desbordado que se ha llevado la vida y el deseo de tantas.
Carl Gustave Jung, psicólogo y psiquiatra pensaba que los arquetipos se manifiestan a nivel personal (a través de los complejos) y a nivel colectivo (como características de todas las culturas). Pensaba también, que la tarea de cada generación es comprender en forma diferente su contenido y efectos.
El Senado de la Nación no registra eso, no nos ha visto, no divisa la historia que sucede a la par de la historia oficial. Pero la revolución de las hijas, viene a eso.
A revisitar la idea de ser madres, la libertad de serlo cuando se crea conveniente. O no serlo jamás.
Las mentiras que nos dijimos, lo dicho secretamente durante siglos, lo oculto por vidas enteras empieza a salir a la luz. Los velos caen y otros arquetipos nacen.
Llegan los padres comprometidos, los que se de-construyen. Llegan las madres libres, la “blasfemia” de que las madres tengan otro deseo. Tengan deseo. Tengamos…
(Patricia Patocco, 14 de agosto de 2018)