Néstor Groppa
CRÓNICAS EN TONO POÉTICO

Por Rosa Machado

Néstor Groppa nace en Córdoba en el año 1928, en 1951 elige dejar la gran Buenos Aires para desarrollar su obra en la ciudad de Jujuy, hasta su muerte en 2011. Fue una voz comprometida que describió Jujuy desde la subjetividad. El querido poeta, arriba a la provincia y toca tan intensamente la poesía jujeña, que a sus seguidores les permite trascender el paisaje y les enseña a mirar lo de todos los días.
Uno de sus hallazgos, en bucle con el movimiento que en el noroeste inicia el grupo La Carpa, fue la producción de la revista Tarja, en el año 1955, con otros poetas jujeños como Jorge Calvetti, Mario Busignani, Andrés Fidalgo incluyendo al pintor Medardo Pantoja publican esta revista que destacó como testimonio documental de la actividad literaria de la época. El grupo de la revista, toma como principio ofrecer una literatura en contacto con el lector, asumiendo con Walter Benjamin defender el arte marginal, “interrumpiendo mentalidades” así, en la revista Tarja incluyen una sección de dibujos y textos infantiles.
Groppa intuitivamente percibe la inestabilidad del novedoso sostén a través de las redes de Internet de la literatura y hace grandes esfuerzos editoriales dejando una gran biblioteca. Su misma obra es bastante pródiga.
El lenguaje de Néstor Groppa conserva la frescura de lo inmediato, y cultiva el afán devocional de reivindicar al hombre común, al ciudadano de a pie que trabaja para construir el mundo cotidiano. Groppa, minimalista, rescata la belleza colateral que habita el instante.
Fabián Soberón, tuvo la generosa idea de hacer un documental en base a testimonios de gente de las letras sobre la vida del poeta Néstor Groppa. Por lo mismo, queremos acercarles la lectura de algunos de sus poemas.

PUENTE DE GALERÍA

Me asomé a la vida

y estoy cruzando un puente largo, largo

para llegar a la noche de otros mundos.

Ahí alguien me espera

a los años

de andar ese puente de galería.

Aquí hermosuras, bellezas devenidas miserias

llamadas mundo

y domingos tristes

que llaman tiempo.

Donde me esperas

al final del puente

también están los feriados del mundo

desde antes de él.

Recuerdo casas, pensiones, alquileres,

familias, sanatorios, pueblitos.

Todos hacen una parte tristona

del llamado mundo,

pasantías en cáscara del tiempo.

De todo queda poco y nada – ¡Curioso?!

Cada uno cruza su puente galería

y lleva a las espaldas sus domingos

como bártulos el mochilero.

De cada cuál se recuerda algo

una sonrisa, la palabra, la sola inicial.

Los recuerdos anidan en el mundo,

en las cortezas de su tiempo.

Al final del puente

en celestes montañas de domingos enteros

habrá una melancolía florcita prendida en la fragilidad.

ESA MAÑANA

Como un bien fregado piso de pinotea

huele la mañana

luego de la lluvia de anoche.

El cielo anegado, el paisaje sosegado

henchido de aromas

a barro, a aguas crecidas

botando su lecho.

Tal vez el mismo aroma haya tenido el aire

en aquel silencio

de luz,

anterior al mundo.

Lejos de aquel comienzo

paradas en el aljibe de la mediamañana

tersas, alegres

las pirinchas se interrogan

sobre los nidos de gorriones

en los altos del tipal.

LA CONEXIÓN ELÉCTRICA

Llovía.
Los obreros estaban con sus caparazones de plástico negro
y vivos anaranjados y azules y amarillos
subidos a un púlpito
casi al final de la escalera de la lluvia.
Manipulaban viboritas eléctricas
adormecidas en el interior de los cables;
separaban los voltios reacios; apartaban las chispas y sus almas
tratando de endilgar la procesión de la luz
hasta un fornido pacará
frente a la demolición de la casa vieja.

Tijereteaban savias magnéticas, potencias, tallos y voltios
en ese espinoso jardín de amperes
con flores mortales
acechando en la noche que conforma
el techo de las luces.
Desde aquel alto bajaban agua y neblina.
Fuerzas de seguridad provinciales
vigilaban la poda eléctrica, empalme e injertos en las alturas
entre todos los pájaros siempre con el amanecer encendido
en los ojos.

Ninguno advirtió que la maquinaria sosteniendo al púlpito
sería un caballo de Troya cargado de jardineros
electricistas
colgados del cielo por la cintura; pegados a los postes
con derrames de agua.
Y de pronto el grito y le aumentaron aplausos
por la hazaña de haber renovado la cadencia de la luz
sin despertar a las víboras del voltaje de su sueño continuado,
sin apagar los espejos de Emmanuel
que seguía cortando cabezas a la navaja en su peluquería
reciclada,
abajo -estilista él-
entre aerosoles, cortinitas, cremas y cumbias de la radio.

LA COMETA

La cometa
es un rojo pez
de papel
al cabo
de una larga tanza viva
y pensante.
Divaga,
cabeceando
por el potrero
con el frío;
ondula
obediente
por callejones,
ovillándose
en un tarro
hasta su cola
de cartílagos
de papel en cadenitas de varios colores
como una estrafalaria
bufanda pobre.

La cometa
pincela el aire
con sus flecos,
esos escasos cabellos sonoros
también de papel.
Resuelta sube
y se deja estar
igual a una estampilla
contra el cielo
matesellada
al destino
de la infancia.
Y anda y vuelve
entre picados,
perros que juegan,
bocinazos de lechero a la cuatro de la tarde,
motocicletas con matrimonios
y matrimonios de ciclistas
endomingados,
con vecinos y visitas
ya antes del mediodía.
Un pez
en el lago del aire,
la cometa;
un renacuajo
por el desierto cielo
de la mañana,
algo que va escribiendo
en la luz desalada
con su rúbrica de color;
que mira y baja
al pasto amarillo
y se queda quieta un momento
cual araña
aguardando tejer el otoño.

Asoma por las calles
de tierra
y regresa
– siempre volando –
a la casa
a la galería
de la casa,
al sillón de mimbre,
al aparador de la cocina,
detrás de la bolsa del pan,
luego de haber andado
el barrio
en el sobre en blanco
de un día
de infancia.