Crónicas FIESTA DE LA VIDA

Quizás estaba programada para vivir cuarenta años, algunas dolencias superadas parecían decírlo y sin embargo, aquí estoy. En pleno trabajo y producción.
La naturaleza y el puro azar (o no, pero no nos pongamos metafísicos), me pusieron de cara a sus llegadas, en tres décadas diferentes. Los 80, los 90…el 2000.
Y allí fuimos, arremangándonos y trabajando duro.
Lavé pañales de tela, lo que es saber algo verdaderamente de otro siglo. Se del jabón blanco y las siete rigurosas enjuagadas a mano…de esa época deben ser las pecas que tengo en el dorso y que no se fueron ni con las más insólitas recetas.
Conocí niñeras crueles y amorosas, guarderías deprimentes y jardines especializados, abuelas maravillosas que tomaron a su cargo etapas fundantes en sus vidas y me ayudaron tanto… Recorrí tantísimas escuelas, buscando la mejor para cada uno, transité academias, profesores, psicólogas, dentistas, fonoaudiólogas, ortodoncias, plantillas, disfraces, actos escolares…y crecieron, crecieron, crecieron.
Hoy cuando la mayor, me deja su niño para que mime a mi antojo por unas horas o me cuenta de su última intervención ayudando a alguna víctima de violencia o me pasa alguna lectura feminista, renazco.
Cuando el primer varón me guía por los vericuetos de la nueva tecnología al servicio de las comunicaciones o me pasa por internet un disco de Alabama Shakes, al que jamás me hubiera asomado o la última fotografía que tomó, renazco de nuevo.
Y si el último varón me enseña a usar un e book, me cuenta sobre robótica, los protocolos de preservación del planeta o me invita a ver de noche la serie de moda, por Netflix… renazco una vez más.
En algún momento de cada día, me cooptan y me llevan a fugaces visitas al futuro que no viviré. Que sospecho, pero que definitivamente no conoceré.
Ellos no lo saben, pero prolongaron mi vida útil y la de su padre.
Los hijos, los hijos… cada mañana nos invitan a la maravillosa fiesta de la vida.
(Patricia Patocco, octubre 2017)