Rue de Saint Honoré, Paris. La quintaesencia de la elegancia.
Las grandes marcas de la moda internacional están instaladas por esa zona y marcan el estilo parisino. El refinamiento se respira en sus calles.
Lujo verdadero, sin ostentación, con el tono adecuado, con el brillo imprescindible, salvo cuando un producto lo requiere. Las vidrieras son verdaderas obras de arte, con lo justo y necesario. A veces, solo tres pares de zapatos. Una única cartera en otra, que cuesta como todas lo que tendremos en nuestra vida.
En ese paisaje, una joven avanza con paso decidido. La francesa, mira imperturbable hacia adelante con el mentón ligeramente levantado. Parece una modelo pero va a trabajar, eso sí, de riguroso negro. La falda hasta arriba de la rodilla, el abrigo y hasta el maletín que lleva son negros, salvo por un detalle: gloriosos zapatos rojos, de charol y taco, que iluminan la calle.
La elegancia deja sin aliento. Esos zapatos altos son la perdición de cualquier mujer. La imagen de sofisticación absoluta en la mañana otoñal.
¿Cuántas adaptaciones fueron necesarias?
Miles. Los zapatos de tacos fueron usados primero por los hombres 3.500 años antes de Cristo en Egipto y Persia, para ocasiones especiales muy masculinas como andar a caballo o coronaciones de reyes, hasta que se dieron cuenta de los incómodos que eran y los desecharon. Ahí los tomamos nosotras, como elementos de adoración con todos sus simbolismos ligados al concepto de feminidad, de elegancia , de erotismo que hoy imperan.
Las últimas mujeres chinas de los pies diminutos, los “pies de loto” esa práctica hoy prohibida por la que les fracturaban y vendaban los pies para que jamás llegasen a tener más de 7 cm, son hoy ancianas con importantes problemas de movilidad, que requieren cuidados permanentes.
Ellas no lo pidieron, era la costumbre, el símbolo de la belleza y la clave para conseguir maridos adinerados. Y a pesar de su alto nivel cultural, tenían que vivir prácticamente recluidas en el ámbito doméstico, porque no podían caminar.
Afirman los traumatólogos que las mujeres sufrimos 4 veces más problemas en los pies, que los hombres. Metatarsos vencidos, ríos azulados recorriendo las extremidades inferiores, durezas, juanetes, esguinces, problemas posturales, la columna vertebral…
Pienso en eso mientras me detengo en una zapatería a observar las diferencias entre el calzado de nenas y varones. Ahí sale una niña, no más de 8 años, medio patizamba, luchando para caminar con sus botitas rosa de plataforma, allá viene otra más complicada todavía con el taco cuadrado del pesado borceguí . Nenas que más bien necesitan plantillas para mejorar el crecimiento óseo y zapatillas para jugar y correr libres. Están felices, las sonrisas de oreja a oreja las delatan aunque casi no pueden caminar. “Ellas lo piden”, arguyen sus madres, y es verdad… “es la moda”, insisten las madres, y es cierto también.
Quizás, hay una infancia para varones y otra para niñas a las que colocamos en la manada antes de tiempo, a seguirla como sea y cada vez desde más chiquitas.
Cada cultura con su costumbre. Pero hay que saber que no son gratuitas las adaptaciones.
Se paga con el cuerpo deformado, con los pies doloridos, en nombre de la moda y del concepto de feminidad que nos atraviesa.
¿Cómo se recordará nuestro tiempo? Mujeres de pies de barro somos todas, parece…
(Patricia Patocco, 15 de mayo de 2017)