Lo soñé y me desperté.
Y apareció su imagen con el eco de las palabras improvisadas que dijo aquella tarde neblinosa.
¿Se las agradecí alguna vez?- pensé.
Las cuatro de la mañana no es horario para pensar pero ¿vieron cómo es la mente? el recuerdo fue saltando como un pollito, para aquí, para allá y me instaló justo en el día que lo conocí.
Su delgadez extrema, esos bigotes tupidos, la seriedad de señor de 45 años con que nos enviaba a hacer notas y entrevistas con la confianza ciega de que todo iba a salir bien y su carcajada estrepitosa pegando al escritorio y acompasando su risa con el pié, cuando leía un párrafo que le gustaba.
Entre los laberintos del oficio al que intentaba asirme con la fascinación de los veinte, tratar con Hugo Alarcón, era conocer a la “creme de la creme” de la bohemia salteña de los años 80. O al menos así me parecía, no sabía que atravesaba una enfermedad y sus trasnoches eran solo de café, frente a la plaza donde circulaba la vida.
Un creador que fue poeta, periodista, escritor, presentador. Autor de “El que toca nunca baila,” con Cayetano Saluzzi, “Me has llamado chahuanco” con Eduardo Falú, “Porque soy el que soy” con Lito Nievas entre otras 48 canciones registradas.
Su programa radial “Salta es una guitarra” había sido un hito popular en la provincia de los años 70, donde además de música se leía poesía, donde cuenta la leyenda que cuando le prohibieron leer a Neruda, leyó a Neftalí Reyes, riendo de la ignorancia que lo disciplinaba.
“Bajo el cielo en las carpas
Mi fuelle quiere bailar
Se le estiran las arrugas
No lo puedo sujetar
Se les estiran las arrugas
No lo puedo sujetar
Don Cayetano Saluzzi
Cuando se pone a bailar
En medio del aguacero
Levanta un polvaderal
En medio del aguacero
Levanta un polvaderal(…)
Desconocía toda su veta creadora. Solo sabía que era escritor y periodista y que lo podía encontrar siempre de noche, en el café del Victoria Plaza, con colegas, poetas, amigos y con Carmen Leonard, “Katy”, su compañera de vida, de risas y desgracias, luego de haber tecleado todo el día.
Un tipo sencillo, de mirada fuerte, órdenes claras y muy solidario.
Cuando se cerró el diario me fue a buscar a mi casa, en un auto lleno de chicos y perros para que trabajara en un semanario que acababa de inventar: “Contrapunto”, una pompa de jabón de la nueva democracia, bancado por un político de la época.
En ese breve lapso me envío a “misiones imposibles”, entrevistas que aún hoy, de solo pensarlas, me ponen los nervios de punta. A Gustavo “Cuchi” Leguizamón, que me regaló una tarde mágica, hablando y tocando el piano; a la conferencia de prensa que brindaba Serrat en 1984…
Mi oficio aún no estaba a la altura de esas circunstancias, obviamente, pero él sabía que también se aprende a nadar cuando te dan tres indicaciones y te tiran a la pileta. Y lo hizo sin titubeos.
(…) Esta zamba del fuellista
No me la quieran bailar
El que toca nunca baila
Me dijo el payo sola
El que toca nunca baila
Me dijo el payo sola
Ese fuelle de añiachuri
Se marcho pal’ carnaval
Si le piden otra cueca
Ya no quiere botonear
Si le piden otra cueca
Ya no quiere botonear
Consolidó una amistad fugaz pero intensa con mi familia, por su presencia en momentos íntimos importantes que celebró con alegría, aunque a veces eufórico prometía cosas que no podía cumplir: un pianista que nunca llegó a una ceremonia, pagos laborales por los que tuve que peregrinar durante meses a la casa del político.
Sin embargo… cuando falleció mi padre, se acercó a despedirlo conmocionado.
Era noviembre pero quizás llovía porque el recuerdo es brumoso.
Todos quebrados, enmudecidos por la muerte joven, sin oficio religioso, con ese silencio del desconsuelo irremediable. Solo los más íntimos, paralizados por el espanto de ver el cajón hundiéndose en la bocanada negra de la muerte. Fue ahí que levantó la mano, frenando lo inevitable de la horrible ceremonia unos minutos y habló, pidiendo permiso para un adiós . Tan conmovido, que su mujer lo sostuvo para no caer y no recuerdo mucho más, solo la frase de que “se iba un hombre bueno y no podía irse sin unas palabras de cariño y respeto…”
Y fue tanta belleza en el dolor.
No nos vimos mucho más. Él estaba enfermo y dos años después, en 1987 fallecía también, por complicaciones de un trasplante renal.
Lo velaron en una biblioteca popular una noche helada de junio y lo despidió una multitud de gente sencilla que llegaba de todos lados. Es que él también fue un hombre bueno.
(…) El opa batata sueña
Que esta zamba bailará
Cuando despierte su sueño
Verá que es bombo nomás
Cuando despierte su sueño
Verá que es bombo nomás.
¿Le agradecí alguna vez su gesto?
Quizás no y es ahora, en estos días en que se funden el Día del Periodista y el del Escritor que parece haber venido de visita en sueños.
Hugo Alarcón no ha recibido en Salta los justos homenajes de los gobiernos ni de las autoridades. Por fortuna, sí de la gente que sigue cantando y bailando su zamba más conocida.
Saber eso le hubiera bastado.
Porque fue un creador popular, con todo lo simple y anónimo que ese concepto encierra, con un solo libro de poemas editado y con varios que quedaron por editar, incluida una obra de teatro. Escribió letras de canciones inolvidables y crió con amor hijos propios y casi propios que quedaron huérfanos luego de la Masacre de Palomitas. Vaya que fue solidario.
Ida y vuelta entre dos fuegos, atravesó la delgada línea entre el periodista y el escritor sin aspavientos ni almidones, solo su carcajada inagotable revolviendo el cafecito.
Y en realidad no pensaba escribir sobre él, pero vieron como es la mente, pollitos saltarines para todos lados.
(Patricia Patocco, 13 de junio de 2020)