Avanza con sus pasitos de baile y la plasticidad del movimiento invade la pantalla.
Su cuerpo delgado, imperfecto, arrastra las notas musicales entre el gozo y la desdicha. Las arrugas del rostro y las pinceladas del maquillaje no hacen más que subrayar su desesperación.
El Guasón, la película ganadora del último Festival de Venecia, dirigida por Todd Phillips deja sin aliento. Y la soberbia actuación de Joaquín Phoenix más aún.
La película es una magistral vuelta de tuerca a la historia y el pasado de un villano conocido cuyos detalles se expanden como una piedra tirada al agua calma en círculos y más círculos de significados ominosos.
Los planteos que hace no dejan indemnes al espectador, por la historia, pero también por el eco que provoca sobre nuestras realidades.
La enfermedad mental, de lo que tan poco se habla, retratada como esa condena que se arrastra de por vida, que depende, en parte, del buen tratamiento y la medicalización.
Las múltiples violencias a la infancia: el abandono, la desnutrición y los abusos, fuentes inagotables de des regulaciones o perversiones futuras.
La maternidad que ejerce una mujer también enferma, que cría a un niño aunque no pueda hacerlo porque el cuidado se impone al abandono, aunque traiga la semilla del caos total. Tan lejana a la idealización de la maternidad que vivimos en nuestra sociedad, donde la madre es todo, donde “debe “maternarse a pesar de todo, donde no se logran establecer discusiones coherentes y leyes racionales.
El Estado, ausente de los reales problemas de la gente, engordando funcionarios de turno, eternizados con la vista puesta en la burocracia y en la conservación de las prebendas que les da su cargo.
¿Les resultan conocidos esos temas?
Todos y cada uno se espejan en nuestra realidad.
El Guasón es un hombre enfermo, que deriva en un monstruo demoledor.
La película, quizás de culto algún día, es una radiografía de las penurias ocultas y vergonzantes de quienes sufren trastornos mentales y no logran ser tratados adecuadamente, pero también y sobre todo, es un trazo de la realidad.
De las injusticias, del descontento y el sufrimiento no escuchado que se convierte en una bola de nieve, de los vínculos en una sociedad enferma en la que el bulling, el dinero, las jerarquías, las estafas, las avivadas, la falta de oportunidades nacen de arriba, del seno del poder y se replican al infinito.
Hong Kong, Paris, Haití, Ecuador, Bolivia y ahora Chile, despiertos, con la violencia atravesando sus cuerpos pero pidiendo urgentes reformas sociales y económicas. Y ya son multitudes.
El Guasón es el preludio a las rebeliones actuales en tantas ciudades Góticas del mundo y en especial en Latinoamérica.
La carcajada del espanto que produce de todo, menos risa.
Un relato fascinante y perturbador.
Una mella a la humanidad.
Un poema.
(Patricia Patocco, octubre de 2019)