Después de haber estado cerca.
De haber sentido el aliento de la enfermedad de la “mala palabra” como se le decía al cáncer.
Luego de haber visto la larga y enmarañada cadena de ignominias que tantas veces se sufren: trámites, esperas, formularios, filas, papeleo sin fin.
Turnos y más esperas.
Dinero y más dinero para que cada paso sea un poquito más leve.
Después de observar la falta de sensibilidad de muchas personas involucradas en el largo proceso de la curación.
Luego de haber recorrido estudios de abogados, juzgados sin rostros, superintendencias del vacío, para lograr los recursos que amparen a quien padecía la enfermedad, ante la impotencia de obras sociales dispuestas a negar hasta lo innegable.
Después de todo.
Después de todo eso, cada ser humano que acerca una palabra amable, una acción impensada, un gesto de bondad, una solución, se convierte en un ángel. Son muchos también.
Creo que está bien eso de llenar el mundo – hoy, 19 de octubre- con moños, remeras, bailes, stickers y frases rosas.
Genera conciencia, al menos, busqué mis estudios, a ver cuándo toca hacérmelos de nuevo.
Pero es como la violencia.
No basta con la conciencia individual.
Desde el Estado, las respuestas a los cientos de inconvenientes que atraviesa una persona – una mujer- con cáncer de mama o de lo que fuera, tienen que ser contundentes.
Tienen que estar al servicio de la persona enferma, para aliviar de verdad sus días, para ayudarla a hilvanar con sostén real el camino de la curación.
Deben ser respuestas colectivas, en cada centro de salud, en cada hospital, en cada consultorio público o privado, en cada multa o clausura de obra social que no ampare a sus afiliados como debe ser.
Todo lo demás, es cuento chino.
O cuento rosa.
Bonitos pero inútiles.
(Patricia Patocco, 19 de octubre de 2022)