Por Antonio Ramón Gutiérrez
Cuando releí estos poemas de Liliana Bellone, escritos hace más de 20 años y que permanecieron extrañamente guardados en el tiempo, me invadió una intensa sensación de vacío y desnudez, como si de pronto todo el andamiaje del lenguaje, las identificaciones y conjeturas que sostienen esta especie de ficción que es la vida cotidiana, se hubieran de repente derrumbado, dejando al descubierto el hueso de la materia, el trazo primero, lo indecible, lo que no puede ser puesto en palabras. De ahí quizá la brevedad de muchos de los poemas, la reducción intencional a lo mínimo, la recurrencia a la materialidad de la letra, a la palabra primordial.
Más dedicada a la narrativa en los últimos años, desde la publicación “Augustus”, la novela premiada por la Casa de las Américas de Cuba en 1993 y de otras novelas suyas como “Fragmentos de siglo” (1999) y “Eva Perón alumna de Nervo” (2010) que fueron traducidas y editadas en Italia, Liliana ofrece ahora un texto que nos asombra por la coherencia con su trabajo de narradora, estableciendo un vínculo notable entre los géneros.
“El pez”, ajustado sintagma que designa el objeto, lo que está, tal vez mucho antes que la cultura, antes que el lenguaje, el fósil, el alga, lo real, el universo antes de la palabra, el resto, el “objeto perdido”. El objeto perdido, motivo y tema de esta poesía, alcanza instancias que producen en el receptor, un receptor ideal y un receptor real, un sentimiento de azoramiento y de angustia: allá o acá está lo real, en el esqueleto del pez, el esqueleto que nos precedió y que nos aguarda, cuando seamos agua o mineral, resto del instante entre la mortalidad del comienzo y la mortalidad del final.
“cavé en el desierto
y hallé
la insignia del león
el saurio
petrificado
la huella”
Peces, lagartos, serpientes, medusas, batracios, pueblan estos poemas de Liliana Bellone, breves criaturas que dicen la sustancia humana, la genealogía de la humanidad perdida en lava y volcanes cósmicos. Sin embargo su poesía no es cósmica, sino hondamente humana, donde esas criaturas son alimentadas por lo simbólico, por las duda y aceptación de un ser cambiante y efímero y son alimento a la vez de los seres mortales. Quizá por ello el epígrafe de Hemingway que encabeza el libro: “Tal vez yo no debiera ser pescador, pensó. Pero para eso he nacido” (de “El viejo y el mar”).
Dice la voz poética:
“seré un saurio
reseco
con un ojo y un diente
una uña de ponzoña entre los arbustos
seré piedra”
Para cubrir ese agujero, esa nada, surge el mito. La poeta entonces anuncia el fin, no solamente individual, sino general, el fin de los tiempos:
“no mires tu reloj
el barco ha encallado
¿oyes las nereidas?
“y sobre el templo en ruinas
se arrastra el lagarto”
La cultura en ruinas, el templo destruido, el triunfo definitivo del lagarto. Se arriba así al borde de la palabra y del tiempo que es parte de la palabra y lo simbólico, se arriba a la pre-historia, a la no-palabra, a la no-escritura, en sincronía con el desenlace de la vida humana:
“en el foso
aguardan las alimañas
mi fin”
Pero en esta ajustada síntesis expresiva no hay una poesía minimalista, sino todo lo contrario, hay una precipitación de los sentidos y las alusiones, herencia quizá de la sensibilidad desbordada de Antonio Machado y Giuseppe Ungaretti, quienes con un trazo, como los grandes maestros de la pintura, con un verso, con una frase, dicen algo de aquello que no se puede decir, y lo dicen de un modo conciso y despojado que produce un raro temblor, semejante al de la brisa sobre las rosas que al anochecer mueren. Poesía de ecos, de reminiscencias, que toca un punto del que los sujetos pretenden huir.
La poesía de “El pez” fluye, sin jerarquías, como una cascada o un río. Y la voz de la poeta surge de ese río. Esto explica la falta de mayúsculas y signos de puntuación. El devenir de lo dicho condice con el devenir de la poesía que se escribe, sin tabiques, sin mordazas, solamente guiada por el timbre de la belleza.
Si la lengua es un No todo, si el sujeto está escindido, irremediablemente tachado, surge la falta. Como en la Gerty del “Ulises” de Joyce, la hermosa joven que parece una diosa, la verdad es renga.
La verdad cojea:
“corre querida por el jardín
con tu aro impar”
El paso del tiempo se inscribe en el cuerpo y sus señales:
“con tus orejas marchita”
“estrechas a una anciana en tus brazos”
Así se expresa la voz poética. Prefiero decir en esta instancia voz poética, porque no hay un sujeto determinado, un yo, en esta escritura. Acontece simplemente una voz, que tampoco es la voz de Liliana Bellone. Ella es una traductora de lo dicho en la cultura y en el lenguaje.
La retórica de otros discursos y textos viene a nombrarse: en “El pez” están presentes Dante Alighieri, Proust, Boccaccio, el crepúsculo de la poesía invernal de Baudelaire y Verlaine, sus lámparas y sus hojas muertas.
La retórica de las novelas de caballería, los tópicos medievales, con sus motivos de torres, guerreros, aves de cetrería, fosos y murallas, aparecen en las líneas-versos-afirmaciones- susurros de este poemario.
Por ejemplo:
“caigo amiga mía
del acantilado
caigo
y los pantanos
los leones del foso
aguardan”
Están también las reminiscencias de Alfonsina Storni, de Virginia Woolf, de Alejandra Pizarnik.
Leemos:
“déjenme dormir
entrará luego el ama
con un tazón de leche
y pan tierno”
La segunda parte del libro, “Tu letra” es la ofrenda poética a lo simbólico: la letra de los padres, los progenitores, la madre y su dulzura, el padre y su amor, que han legado a la poeta la escritura. Desde los pequeños mensajes de la madre, escritos en el recuerdo y en el fantasma, hasta la enseñanza de la literatura condensada en el nombre de autores en los trazos del padre:
“hoy he encontrado un libro
anotado con tu letra”
Podríamos decir entonces que la letra de los padres está en el poema y que los padres (la genealogía, el origen), han tomado la mano de la poeta y han escrito estos versos.
Reproducimos algunos poemas de este bello libro:
el pez
el descarnado esqueleto
del pez
en el principio de los siglos
cuando ofrendó su carne blanca
a los dioses
al viento
a los osos
y a los primeros hombres
que masticaron su forma
ah el sabor del pescado
sus escamas salobres
sus ojos fríos
muertos en una mañana
de marea
dulce pescado
tendido en las redes.
llamado
me llamó desde el pedestal
estás amonestada dijo
el juez del infierno
me eligó
entre los miles que transporta el universo
estás amonestada
arrastra la piedra dijo
arrástrala
era esta pequeña de cabellos claros
como la luna
y que soñaba una vez
y el juez iracundo
señala con su cola
PAPE SATAN PAPE SATAN
ALEPPE
me quedo en el rincón
la barca parte
se han salvado casi todos
me hundiré en el naufragio.
el vaso de agua
el trueno
los truenos
una escala de truenos
en esta tarde quieta
cuando pasó por mi vida el vendaval
la orilla de un fantasma
y entonces un reloj marcó el tiempo
y miré
y no pude huir más a mis trabajos
dormí sobre el sillón
me afiebré
y le pedí a mi hija
una aspirina
y un vaso de agua.
el barco ebrio
1
mira el hueco del jardín
a los expedicionarios que aún bogan
por la orilla de la selva
luego los rojos nubarrones
las aves zancudas
y las innumerables aldeas
que atravesamos
pasó todo
como un relámpago
y sufrimos tanto aquella noche
cuando nos persiguieron
detrás de las antorchas
y bebimos tanto
mientras las tormentas
congelaban los aleros
y cerramos un libro
en anocheceres también de tormenta
durante el invierno
2
y todavía miramos a los remeros
que se alejan
nos hemos equivocado tanto también
un rayo aguarda en el plácido jardín
mientras vuelan las palomas
cuando regreso preparo la cena
escribo o duermo despierta
y miro detrás del los vidrios
si llega el huracán
a mis manos ya ha llegado
a mi frente
a este manojo de cabello marchito.