Aún floto.
Hago la plancha en esta pileta, ¿azul?, no, mas bien celeste. Y blanca, claro.
Floto acunada por esa canción que se repite en mis oídos.
Y sonrío.
Atea del futbol, no puedo evitar la sensación, ni quiero, porque es parecida a la que tienen millones de compatriotas en Argentina y también en la diáspora de cada confín del mundo.
En nuestro país de nativos y colonizadores, de patriotas y monárquicos, de unitarios y federales, de peronistas y anti peronistas, de kirchneristas y macristas, de boca y river, por fin hay algo que nos toca el corazón, a todos.
Algo que deja esta sensación de hermandad, esa impresión inexplicable de entendernos sin palabras, como nunca antes la tuvimos.
El fenómeno que se extiende por todo el territorio nacional y salta fronteras es más que el orgasmo del gol luego de las gambetas y las corridas. Es más que futbol.
Quizás, todo lo otro que tenemos para admirar y que miramos gozosos, como a un hijo por primera vez, casi descubriéndolo.
La unión.
La generosidad del juego entre ellos.
La disciplina para llevar el barco a buen puerto.
La sencillez, aún con las fortunas que varios tienen.
La nueva masculinidad que ostentan, con las tantas formas del llanto sin vergüenzas. Contando de sus flaquezas y admitiendo con normalidad la necesidad del psicólogo para que los ayude (no del brujo, no del vende humo). Con esas formas naturales de incorporar a los hijos – que terminaron jugando con una botellita plástica en la cancha ya vacía de la ovación- Con el trato amoroso y agradecido a la palabra o presencia de sus parejas. Ellas, que terminaron posando también en la cancha para la foto final, algo nunca visto.
Allá, la negativa a recibir políticos en el vestuario.
Aquí, la negativa a posar en la Casa Rosada con quienes detentan el poder.
El convencimiento de no dejarse usar políticamente a favor de nadie, sabedores de que la magnitud del esfuerzo querían dedicarlo al pueblo.
La humildad.
La dignidad a manos llenas.
Todas las proezas del juego y las formas que atisbamos de pararse ante la vida los hicieron parecer semi dioses en el Olimpo, pero no.
Son jóvenes deportistas argentinos, muchos nacidos en los lugares y casas más humildes que nos hablan-quizás- de una moral diferente, de un cambio de época.
Y bien sabemos que se llevan millones de dólares y contratos super jugosos para sus vidas. Pero también entendemos que estos hijos de un país sumido en la pobreza, dejan cosas que pesan más que el oro de la Copa.
Nos permitieron volver a sentir dignidad y alegría.
En un atípico mundial de diciembre, en este rincón de Latinoamérica apaleado por la corrupción y la inflación esta nueva generación nos trae algo mas.
Flotemos todos.
Ya vibramos, ya cantamos el himno, ya lloramos y alentamos a todo volumen…descansemos ahora un ratito en la esperanza, esa forma de poesía y belleza colectiva que atravesó a los argentinos, que conmovió al mundo entero.
(Patricia Patocco, diciembre de 2022)