Entramos y quedamos petrificadas. El hall era enorme, frío, con eco.
Había un verdor que se deslizaba insistente. Quizás venía de los pisos, de los ventanales por donde se veía la cola de un vagón, o simplemente eran los uniformes de esos hombres serios apostados en todas direcciones.
El miedo se hacía sentir desde hacía varios días.
Y eso que habían repetido hasta el cansancio que no dolía, que eran solo gotitas. Qué había que levantar la lengua, esperar a sentirlas y tragarlas rápido. Nada de mover la cara ni hacer una mueca de asco que se podían deslizar y no serviría de nada y nos podíamos enfermar.
Era el hall de la estación de Salta, acondicionado a comienzos de los años 70 para la vacunación Sabin oral, para niños, bebés y embarazadas que formábamos fila ordenada.
Al salir había alegría en la calle, con los chicos hablábamos que eran amarguísimas, pero no dolían nada, nos sentíamos valientes y encima nos esperaba un caramelo.
Pero el miedo era social.
La convulsión por el alza de casos, imparable pese a las vacunas Salk instrumentadas desde los cincuenta pero de forma irregular, planteaba cambios de estrategia importantes. Tucumán estaba en la tapa de los diarios desde que el hijo de un reconocido pediatra había contraído la enfermedad pese a estar vacunado. “Que era agua, que estaban mal transportadas, que la cadena de frío se cortaba”, todo había agitado a la sociedad que veía con horror la imposibilidad de hacer decrecer los casos de poliomielitis.
La campaña nacional de vacunación fue impostergable. Se ocupó ALPI con ayuda de las escuelas. A los padres – a muchos- hubo que convencerlos de la necesidad de vacunación.
La poliomielitis, enfermedad infecciosa aguda -presente en forma endémica desde épocas anteriores- estalló en forma epidémica en varios países de Europa y América en el inicio del siglo XX.
Los países más desarrollados se abocaron urgente a la búsqueda de una vacuna que frenara los altos contagios de una enfermedad que dejaba secuelas terribles e inmodificables. El camino fue largo y estuvo plagado de avances y retrocesos, discontinuidades y silencios porque es necesario considerar la complejidad del fenómeno en sus dimensiones científicas, políticas y sociales. Primero se probó la de Salk, luego la de Sabin.
La liberación de la patente – que no fue tan romántica como se cuenta- la concientización de la gente y el acceso igualitario a la vacuna terminó con el flagelo de una enfermedad que dejó secuelas indelebles.
Ahora, en el predio del Centro de Convenciones de Salta, centro neurálgico de vacunación, la gente llega malhumorada por el frío, la distancia, las largas filas que sin embargo circulan rápidamente. Luego de un rato salen contentos y esperanzados, aunque sea una primera y con segundas dosis inciertas, la cercanía con la inmunización o la levedad de los síntomas baja el termómetro social y reconcilia a la gente por unos instantes con el malhumor, el encierro, las deudas, la creciente inflación, los problemas de todo tipo que ha traído el nuevo virus a cada familia.
Por unos instantes, porque luego vuelve la sensación de todos los que faltan ser vacunados.
Biden, el presidente de Estados Unidos, habló de la necesidad de liberar las patentes mundiales para las vacunas contra la pandemia de Covid 19 y comenzó la discusión mundial
No va a ser fácil salvar todos los vericuetos nacionalistas y de capitales que mueven las farmacias, los estados y las grandes empresas, tampoco el temor de que China use esa tecnología para otras investigaciones.
Recién empieza, comenzamos a asistir a estas discusiones, pero el camino viene siendo y es el norte de este momento: la mayor esperanza para el mundo, la salvación colectiva, la única posible, la necesidad de que todos podamos estar vacunados.
(Patricia Patocco, 8 de mayo de 2021)