Otoño precioso.
Ocres y amarillos de chalchales en perfecta armonía con los rojizos trastornados de los liquidambars.
Veredas tapadas de hojas caídas pero de placidez, nada.
Los medios informan que, en Argentina una madre denunció que dejaba a su hija de 4 meses en un jardín maternal para ir a trabajar, como tantas familias. Un día le vio moretones en el rostro, fue a hablar con la encargada, pidió los videos de las cámaras de seguridad y vio al mismo diablo en acción, maltratando a su hija, poniéndole toallas en la cara, pegándole.
El horror fue denunciado hace meses, pero aún no hay presos, ni la cuidadora violenta ni los dueños de la guardería que, a escasos metros de la sala, no escucharon los alaridos de la bebita. Ni el personal, ni los directivos, ¿nadie escuchó?
Desde la radio sale otra flecha.
Se acaba de conocer el último informe del Barómetro de Deuda Social de la Infancia de la UCA. “La pobreza alcanza al 51,7 % de los niños y adolescentes en Argentina y registra el nivel más alto en una década. Mientras un 29,3 % tiene déficit en sus comidas, un 13 % pasó hambre en 2018. Desde 2011 está en constante ascenso”
La gestación y los dos primeros años se conocen como los “1000 días críticos para la vida”, durante esta etapa se produce el desarrollo básico de niñas y niños y, por tanto, una buena nutrición es crucial. Pasados los dos años, la desnutrición crónica puede tener consecuencias irreversibles tanto a nivel físico como psicológico, perpetuando la desigualdad de las personas que la padecen.
Hay varios tipos de desnutriciones: la calórica, la proteica, la leve, moderada, aguda, la de minerales y la crónica.
Pero también hay hambre de no violencia en la infancia, de buenos cuidados, de adultos que no abusen de ellos, de niñas que no sean madres, de padres comprometidos con sus propios hijos pero también con cualquier chico, si está cerca y se sabe que sufre.
Hay además un lucro incesante con la infancia, a través de todos los negocios que se arman en su nombre.
Los comedores y merenderos de buena voluntad se multiplican y son parches para la miseria, pero la infancia crece herida. Falta agua potable, alimentos equilibrados y educación para las madres y/o quienes alimentan.
La infancia, ese país al que dicen que siempre se regresa debe tener al menos algún jardín de flores.
Porque el hambre no espera, perfila el futuro para siempre, hunde sus raíces en los cerebros que ya nunca serán.
Son urgencias en la catástrofe, mientras asistimos al espectáculo de políticos que se fagocitan, se comen los ojos peleando por cómo van alineados /alienados.
Las hojas caídas fragilizan las calles, anuncian el invierno que en su desnudez sin embargo, trae las semillas. Deberán ser muy potentes para modificar los indicadores en los que nos hundimos.
(Patricia Patocco, 9 de junio de 2019)