Jorge Aulicino
ENTRE EL PERIODISMO CULTURAL Y LA POESÍA

 

En este julio de 2025 ha fallecido Jorge Aulicino, un poeta de una voz singular pero además una figura destacada del periodismo cultural contemporáneo.

Su obra poética, caracterizada por la precisión del lenguaje y una profunda reflexión sobre lo cotidiano, la memoria y la historia, lo posicionó como una figura clave de su generación.

Sus versos, a menudo cargados de ironía y una mirada aguda sobre la condición humana, exploraron los límites del lenguaje y la capacidad de la poesía para nombrar o.

Su trayectoria atravesó más de cinco décadas de edición, escritura y traducción, con una obra que dejó una huella en el campo literario hispanoamericano. Fue uno de los creadores de la revista Ñ.

En 2015 salió su traducción de La Divina Comedia, el clásico de Dante, que él comprendió y explicó en entrevistas y artículos. “Porque es urbana, es política. Los personajes -salvo algunos que va entremezclando, de la antigüedad clásica- son todos de la época de él, vecinos de Florencia, de Pisa, de Siena. Los Papas, algunos obispos, curas, hay frailes, incluso: ¡son todos contemporáneos!“, dijo en una nota.

El poeta y periodista nacóo en Buenos Aires en 1949. Integró, en los 70, el grupo y taller literario Mario Jorge De Lellis y fue parte del Comité de Dirección de Diario de Poesía en los 80. Trabajó en agencias noticiosas y en distintos medios gráficos. Ha traducido a autores como Cesare Pavese, Pier Paolo Pasolini, John Keats o Ezra Pound.

Ha publicado, desde 1974, libros de poesía como Vuelo bajo, Poeta antiguo, La caída de los cuerpos, Paisaje con autor, Hombres en un restaurante, La línea del coyote, Las Vegas, La luz checoslovaca o Máquina de faro. En el año 2015 obtuvo el Primer Premio Nacional de Poesía por Libro del engaño y del desengaño, editado por Ediciones En Danza.

 

1.1

El peso del mal en cada gota
sobre las hojas de las enredaderas.
El pasto, el sábado, surcado por las huellas
de quien se postula como espíritu
sustentador de los árboles, el rocío.
Pero, y no es que este rocío esté contaminado
de hollines, restos, basura de combustión
que flota y con el agua mansa desciende sobre el pasto,
sino que el espacio con plantas
junto a las vías de un tren suburbano
es, básicamente, la herida,
y el espíritu sustentador no otra cosa
que lo que mantiene abierto este maná
del que nuestro mal se alimenta.
¿De qué se nutrirían nuestras raíces
si no de cualquier tajo de vegetación,
cualquier zumbido de panal en verano o lluvia
que no estuviese de verdad en los planes,
rotunda, absoluta, el golpe decisivo
del vacío natural en aquello que constituye
el día en el que navegamos sobre aguas inconscientes?

***

1.2

Aquellos que se acariciaban bruscamente
sobre la mesa del recreo junto al Río.
Habían llegado en una vieja moto,
era fácil confundirlos con el mal.
Pero no eran el mal por lo que aparentaban
con las camperas raídas y el amor a la nafta
en combustión y a los ruidos profundos de la máquina.
Si atravesaron toda la provincia en moto,
cualquiera hubiese apostado
que no se habían extasiado
ni intentado hacerlo con el vuelo de las garzas
a las orillas de la ruta,
ni con la vida del pantano,
ni con el movimiento del pasto bajo el viento.

Del mismo modo, tampoco los arroyos químicos
los inquietaron o mortificaron,
ni la basura en el bosque,
ni los neumáticos junto a los arroyos.
Esos ángeles insensibles partieron la naturaleza
por el asfalto. Fueron perfectamente equilibrados
sustentándose en su propia velocidad
y en la vida de sus cuerpos.
Y con lo que no habla no hablaron.

***

1.3

Tememos las ciudades, grandes escorpiones,
o inesperadas amebas gigantescas en la pampa.
Desciende el pájaro negro desde el árbol
y el chico en el parque se asusta y se fascina.
El pájaro sin duda le habló girando a veces su cabeza
hacia lo profundo del parque,
se diría desde lejos le indicaba cuánto de promesa
de bosque tenía la fronda ahí,
pero también en ese punto empezaba una fábula tenebrosa
de chicos y brujas, migas de pan y ogros (se sabe).
No hay salida, ¿no lo ven? Por todas partes
el miedo, el horror, el éxtasis, hicieron sonar
sus aturdidoras matracas. También nosotros
fuimos arrojados desde los cortinados del bien.
Y ahora nos excluyen las galerías de Occidente
que el capital construye como deidad sin deus
y más allá de él.
No fornicarás madre ni padre ni agustina hermana.
Darás al César.
Pero si leíste los libros, si leíste todos esos libros,
vago, fantasioso, inútil, en ese maldito cuarto en desorden
sin dedicarte a trabajar, si los leíste
leíste el único libro y no comprenderás.
La suma, la resta, la división, los logaritmos,
las fuerzas de la historia considerada como mecánica
de los cuerpos en el tiempo y ante la muerte
y todo aquello que pueda deducirse de esta palabra,
tienen por regla la inclusión.

 

Mi vida en el arbusto de los fantasmas *

Éramos fantasmas de la Revolución

en una ciudad inmensa y pampa.

Fantasmas endocrinológicos de mala digestión,

noches de sueños colorados.

mástiles, barcos con la quilla en alto

en el Báltico.

Stalin con bigotes de nieve y barro.

 

Magaldi cantaba “no cantes que Olga no vuelve”

en un verano tórrido de 1957 bajo los árboles

-explosivos plátanos verdes en el suburbio de Buenos Aires-,

veranos con moscones y heladeras a hielo

que engendraron al Hombre de la Barra de Hielo.

 

Éramos fantasmas incomprendidos por “la masa”.

O quizá la masa nos comprendía demasiado.

 

Un fantasma me dio miedo un invierno del setenta y algo,

el de Ostrovski, el que escribió Así se templó el acero.

Sangraba de la cabeza. Tenía un sable cosaco ensangrentado.

“En el norte”, me dijo -para ellos, Siberia- “han avistado

un Objeto Volador No Identificado

y yo creo, me temo, la Revolución fue abducida

y ahora, a unos mil millones de kilómetros terrestres

de distancia,

la Revolución recorre el cielo.”

 

* My Life in The Bush of Ghosts, Brian Eno, David Byrne, 1981.

 

Camina la materia

antes que la energía de cada uno.

Una especie de estado intermedio

entre lo sólido y el gas.

Lo estrictamente humano es un vacío

en donde atruena el río.

Un río de montañas que será río de llanura.

Y será silencioso, inmanente, casi imposible. Y no mar.

 

 

 

Renacimiento

 

El papa Francesco Della Rovere, Sixto IV, y Lorenzo de Medici

comerciaban alumbre,

que sirve para fijar los colores en las telas,

cuando Sandro Botticelli pintaba el Infierno de Alighieri en

colores

y Andrea del Verrocchio le enviaba a Lorenzo las señas de

Leonardo Da Vinci: “Doble en el callejón, segunda puerta” etc.

y Leonardo examinaba por dentro el cadáver de un descreído

para comprender “la máquina de Dios”.

 

 

 

 

Niccolò dei Machiavelli llora la patria

 

Se presiente el aura inodora de la pureza cada

vez que se acercan temerosos, histéricos de meter

los pies en el barro, ávidos de pelearse con el Papa

como si fuera de la familia, pero ignoran el amanecer

sobre los tejados de una ciudad canalla, el reír “en la

taberna con glotones” y en la iglesia orar.

 

Harto me siento del martirio auto

infligido, las mentiras de la revolución

y la pureza, el juego heroico para borronear

la mancha del nacimiento.

 

Política, sucia, efímera, purulenta:

la sopa del pueblo, el vagón

del cura y el peón.

Eres digna ante esta impoluta

novísima nobleza.

 

 

Terribilis elementum

 

El cálculo de probabilidades indicaba

que era muy probable tener varias novias

con el mismo nombre

a lo largo de una vida; sobre

todo si se mantenía uno en el rango

de la propia edad: nada de mujercitas.

 

Por la calle roja iba un auto gris;

o por la calle gris iba un auto rojo.

El comienzo de siglo movía los colores

de lugar, pero siempre de modo simétrico,

sin contradicción con el lenguaje oficial,

que establecía una métrica, un ritmo,

y sobre todo un vocabulario según el cual

era preferible decir domicilio que casa,

residencia que hogar, cambio social en

vez de revolución (o siquiera revuelta).

 

Amó a tres mujeres con el mismo nombre

y cuando lo cortejó una dama veinte años menor

decidió cambiar el rojo por el gris,

la residencia por el hogar

y el cambio social por la mutación.

Pero era tarde, tarde, Hegel se esfumaba

en la ventana, los lobos gruñían en torno

de la lámpara; crujía el andamiaje

de los edificios en refacción;

la estepa rondaba la habitación

como un fantasma y era mejor dormir

entre las piedras de la propia abadía

o mirar series sobre asesinos o espías.

Deus castrat sed non occidit.

 

 

 

 

Circa statumpurgationis, quaefiet per ignem

 

Oh tú que andas en calzones, mira

si te filman por la ventana de la

habitación, el cuarto iluminado.

Aunque no temas al ridículo

recuerda que no es la función

del demonio perdonar, pues no

juzga, su delectación pura es el

mal eficiente, acepta con goce

la tarea, hundirá tu cabeza en la

masa hirviente.

 

Oh tú que estás por afuera

del sistema, piensa en el

sacrificio de las vacas y por

consiguiente cómelas de modo

sagrado, no sufras respecto de

un imposible veganismo, sus ojos

iluminan tu conciencia, el corazón

de este país es el campo, el campo

no el oscuro brezal, no los male

ficios. No hay senderos de brujas

en la pampa,

rampa

el cielo un ave azul,

se alza el tero chillando,

jóvenes mujeres son arrastradas

al abismo de la prostitución

y el espionaje pero se mueven

como esculturales campesinas

en el tramonto del alba.

 

 

 

 

Memoria fenicia

 

Hermosos gatos guardan la playa trasera del supermercado.

Se alimentan de ratas y beben agua que les dejan en un plato.

Un ángel de alas embarradas volaba sobre la calle Maza.

 

Descendió sobre mí y me dijo inefables palabras.

Entendí sin embargo por qué naufragaron cóncavas naos

en el Mediterráneo y otras fueron hundidas a cañonazos.

 

 

 

 

Sobre los movimientos y hábitos de las plantas trepadoras *

 

Darwin tuvo un momento de íntimo recogimiento

en 1863 durante una convalecencia. Solo la

obligada quietud le permitió observar

los zarcillos de los pepinos y cómo buscan

éstos enzarzar cualquier objeto a fin de

sostenerse en él y evitar gastos de energías en

construir un tallo grueso y firme

que transportara las hojas hacia la luz.

 

Esto es, la inteligencia obra con el menor movimiento

y no cree en la pasión de los porotos mágicos

que crecen de sopetón hasta el cielo

como si una planta rastrera lograra, por el ímpetu de

su pasión, llegar a Dios, más allá de las nubes, de

los giros que solo una cámara

podría grabar paso a paso un siglo después:

el giro objetivista de

los zarcillos de las plantas de pepinos

en el alféizar de Darwin.

Quien

había visto montañas de conchillas.

desiertos, indios más allá

de lo que consideraba

aceptablemente humano;

cueros secos, tormentas,

glaciares, islas de guano,

tortugas, arrebatos, sífilis,

gusanos,

agujeros de bala,

capitanes tiránicos

envueltos en gabanes

endurecidos por el frio,

y ahora miraba solamente

-como un poeta entrerriano-

el movimiento inteligente

de los pepinos.

 

On theMovements and HabitsofClimbingPlants, Charles Darwin, 1865.