Su manera de decir que había vivido en Europa era el beso en cada mejilla con el que saludaba y su pañuelito de seda al cuello, que le daba ese aire bohemio y seductor.
Y lo era, claro.
Había nacido en Salto, provincia de Buenos Aires y luego de vivir en varios lugares de frontera, en Francia y en España recaló en Salta y no se fue más.
Él tan nómade, cada quince años tenía la premura del cambio, pero de Salta no se fue jamás.
Le gustó la gente, se sintió cómodo, encontró amores, amigos, alumnos y los hilos del afecto lo fueron atando a este lugar en el mundo. Más precisamente a la localidad de San Lorenzo donde erigió su casa, llena de libros y de árboles, en medio de un jardín cuyos sonidos lo deleitaban desde temprano y dónde aprovechaba la siesta – ese tiempo prestado del diario trajín – para leer.
Jorge Lovisolo filósofo y docente falleció hace pocos días en Salta.
Su pensamiento, modelado en lecturas profundas de Camus, Sartre, Nietzche, Freud, Heidegger, no soslayaron la narrativa y sobre todo la poesía, quizás la otra cara de la filosofía, que lo acercó en afectuosa amistad a Kuky Leonardi, Joaquín Giannuzzi, Horacio González, entre otros poetas y pensadores de un tiempo, apenas lejano.
En los albores del 2001, en una entrevista para Artenautas, hablando sobre filosofía política que le interesaba sobremanera, expresaba sus opiniones sobre varios temas y en especial sobre el espacio público digitalizado “¿Qué es, entonces, el espacio público digitalizado? Un espacio de mensajes, solo intercambio de mensajes, que es también el lenguaje del político medio de hoy, que seduce e induce conductas a través del mensaje, no del argumento, no buscan respuestas…Es interesante pensar en qué medida la red, como difusora y exaltadora del pensamiento único, silencia la unidad de la razón en la pluralidad de sus voces. Postra a la sociedad civil a un grado casi cero de energía civil”
Estas cuestiones que él señalaba en los albores del siglo XXI, tienen plena vigencia aún en la actualidad.
Dejó su presencia en las aulas de la universidad, en su amorosa familia, en el corazón de cientos de amigos, muchos de ellos muy jóvenes y también en su obra, que hay que leer o releer: “Averiguaciones sobre el aforismo”, “Trastornos, filosofía política en la literatura”, “Traductores de penumbras”, ensayos. Esta última obra está integrada por cuatro ensayos sobre Piglia y el populismo, Saer y las formas del tiempo, la dramaturgia de Carlos Marx y finalmente una mirada sobre el tango en el que afirma que 2 x 4 no siempre es 8 y que “el último arriero es el presagio del primer compadrito”.
(Fotografía: Isidoro Zang para Artenautas, año 2001)