Cuando a las 7 de la mañana un periodista la habló para preguntar sobre el Premio Nobel que acababa de ganar, le dijo que no podía hablar más de dos minutos porque necesitaba tomar un café.
Alcanzó a decir que con ese dinero se piensa comprar una casa y luego dijo “se le acabaron sus dos minutos” y colgó.
Así de simple, así de áspera a sus 77 años. Como su poesía, austera pero con la brillante capacidad de abrir preguntas.
No era un número puesto su nominación, de hecho, la última vez que un Premio Nobel de Literatura recayó en una poeta fue en 1996, con la gran Wislava Symborska.
Su nombre fue una sorpresa, sobre todo porque no era tan conocida fuera de Estados Unidos (hasta ahora).
Tiene publicados unos 15 títulos entre poemas y ensayos y recibió premios prestigiosos, como el Pulitzer en 1993 por su libro El iris salvaje. La poeta ya fue distinguida también con el Premio Nacional de la Crítica por The Triumph of Achilles (1985), además del Premio Bollingen, por Vita Nova (1999).
Sus poemas no son herméticos, es más bien una poesía muy precisa, accesible, habla de lo íntimo, de las pequeñas cosas y mezcla en sus escritos mitos y literatura clásica.
Algunos de sus poemas
El iris salvaje
Al final del sufrimiento me esperaba una puerta.
Escúchame bien: lo que llamas muerte lo recuerdo.
Allá arriba, ruidos, ramas de un pino vacilante.
Y luego nada. El débil sol temblando sobre la seca superficie.
Terrible sobrevivir como conciencia, sepultada en tierra oscura.
Luego todo se acaba: aquello que temías,
ser un alma y no poder hablar,
termina abruptamente. La tierra rígida
se inclina un poco, y lo que tomé por aves
se hunde como flechas en bajos arbustos.
Tú que no recuerdas
el paso de otro mundo, te digo
podría volver a hablar: lo que vuelve
del olvido vuelve
para encontrar una voz:
del centro de mi vida brotó
un fresco manantial, sombras azules
y profundas en celeste aguamarina.
LA TERQUEDAD DE PENÉLOPE
Un pájaro llega a la ventana. Es un error
considerarlos solamente
pájaros, muy a menudo son
mensajeros. Por eso, una vez
se precipitan sobre el alféizar, se quedan
perfectamente quietos, para burlarse
de la paciencia, alzando la cabeza para cantar
pobrecita, pobrecita, un aviso
de cuatro notas, para volar luego
del alféizar al olivar como una nube oscura.
¿Pero quién enviaría a una criatura tan liviana
a juzgar mi vida? Tengo ideas profundas
y mi memoria es larga; ¿por qué iba a envidiar esa libertad
cuando tengo humanidad? Aquellos
que tienen el corazón más diminuto son dueños
de la mayor libertad.
EL VESTIDO
Se me secó el alma.
Como un alma arrojada al fuego,
pero no del todo,
no hasta la aniquilación. Sedienta,
siguió adelante. Crispada,
no por la soledad sino por la desconfianza,
el resultado de la violencia.
El espíritu, invitado a abandonar el cuerpo,
a quedar expuesto un momento,
temblando, como antes
de tu entrega a lo divino;
el espíritu fue seducido, debido a su soledad,
por la promesa de la gracia.
¿Cómo vas a volver a confiar
en el amor de otro ser?
Mi alma se marchitó y se encogió.
El cuerpo se convirtió en un vestido demasiado
grande
para ella.
Y cuando recuperé la esperanza,
era una esperanza completamente distinta.
EL PASADO
Exigua luz que surge de repente
en el cielo, entre dos
ramas de pino, y sus finas agujas
grabadas ahora en la extensión radiante
y encima este
cielo, alto, ligero…
Huele el aire. Es el olor del pino blanco,
más fuerte cuando el viento sopla en él
con un sonido igual de extraño,
como suena el viento en una película.
Sombras que se desplazan. Cuerdas que
suenan a cuerdas. Lo que oyes ahora
debe ser el sonido del ruiseñor, Chordata,
el macho cortejando a la hembra…
Un rechinar de cuerdas. La hamaca
se mece con el viento, bien sujeta
entre dos pinos.
Huele el aire. Es el olor del pino blanco.
¿Es la voz de mi madre lo que oyes
o solo el ruido de los árboles
cuando el aire pasa entre ellos
pues cómo sonaría entonces
pasar entre la nada? ~