Mary Oliver
EL CANTO A LA NATURALEZA

 

Obtuvo el Premio Pulitzer en 1984 y el Premio Nacional del Libro en 1992 Mary Oliver, la poeta best seller, la que citan los famosos, la poeta de los animales: conejos, pájaros, osos, con predilección por los perros (Dog Songs, Penguin Press, 2013), la poeta de la naturaleza y lo sagrado, la que admiraba a Keats, Whitman y Shelley, la que publicó más de treinta libros, el primero: No Voyage and Other Poems, cuando tenía veintiocho años, acumula detractores y fans que la atacan o la celebran por lo mismo: un estilo conversacional sin trucos que ofrece una inesperada liberación espiritual.

Nació en Ohio, tuvo una dura infancia y comenzó a escribir poesía a los trece años caminando por el bosque: «hice un mundo con palabras y esa fue mi salvación.» Cuando terminó la escuela secundaria escapó del infierno hogareño y se fue a Austerlitz para conocer la casa en la que había vivido Edna St. Vincent Millay (1892-1950), se hizo amiga de Norma, la hermana de la poeta, y ahí se quedó durante varios años recopilando y organizando textos y documentos de Edna.

Después se mudó a Nueva York, pero fue en Austerlitz donde conoció a Molly Malone Cook, fotógrafa, librera, la mujer de la que se enamoró y quien le dedicó todos sus libros. Juntas recolectaban hongos, almejas y mejillones para comer cuando no tenían ni un dólar y juntas vivieron hasta que Molly murió.

Su poesía nace de la atención devota a la naturaleza que la rodeaba ,Una atención devota capaz de discurrir sobre las voces pesadillescas con las que recuerda el abuso paterno, sobre la asombrada con la que descubre lo bien que silba Molly o sobre la filosa como un cuchillo listo para cortar con la que repite el diagnóstico de su cáncer de pulmón.

Contemporánea de Sylvia Plath y Anne Sexton, su obra recoge el tono de canto y celebración de la naturaleza de un Walt Whitman o un Thoreau. Se popularizó en el mercado de lectores estadounidenses con la obra American primitive, al recibir el premio Pulitzer en 1984.

Murió en 2019.

 

Poema de la mañana

 

Cada mañana

el mundo vuelve a crearse.

Bajo los rayos

 

naranjas del sol

las amontonadas

cenizas de la noche

otra vez se transforman en hojas

 

y regresan a lo alto de sus ramas —

y las lagunas parecen

telas negras

con islas pintadas

 

hechas de flores de verano.

Si tu naturaleza

es ser feliz

vas a nadar a lo largo de suaves senderos

 

horas y horas, y tu imaginación

iluminará cada lugar.

Y si tu espíritu

lleva en su interior

 

la espina

más pesada que el plomo —

si todo lo que podés hacer

es arrastrarte por el camino —

 

hay todavía un lugar adentro tuyo

una bestia gritando que el mundo

es exactamente lo que quería ser—

 

cada laguna con sus lirios encendidos

es una plegaria, escuchada y respondida

generosamente

cada mañana

 

te hayas atrevido, o no

a ser feliz

te hayas atrevido, o no

a rezar.

 

Gansos salvajes

 

No tenés por qué ser buena.

No tenés por qué caminar de rodillas

cientos de kilómetros a través del desierto, arrepintiéndote.

Solamente tenés que dejar que el suave animal de tu cuerpo

ame lo que ama.

Contame del dolor, tu dolor, y yo te contaré del mío.

Mientras tanto, el mundo sigue girando.

Mientras tanto, el sol y los nítidos cristales de la lluvia,

atraviesan los paisajes,

las llanuras y los bosques profundos,

las montañas y los ríos.

Mientras tanto, los gansos salvajes, en lo alto del cielo, puro y azul

vuelven a casa otra vez.

Quienquiera que seas, no importa cuán sola estés,

el mundo se ofrece a tu imaginación,

te llama como los gansos salvajes, áspero y apasionado,

anunciando una y otra vez tu lugar

en la familia de las cosas.

 

El viaje

 

Un día por fin supiste

lo que tenías que hacer,

y empezaste

a pesar de las voces

y los malos consejos

a tu alrededor —

a pesar de que toda la casa

empezó a temblar y sentiste

aquel antiguo tirón

en los tobillos.

“¡Arreglá mi vida!”

gritaba cada una de las voces.

Pero no te detuviste.

Sabías lo que tenías que hacer

aunque el viento hurgara

con sus dedos rígidos

en tus cimientos —

aunque su melancolía

fuera terrible.

Ya era bastante tarde

una noche salvaje

y el camino estaba lleno de ramas

caídas, y de piedras.

Pero de a poco

mientras dejabas atrás las voces

las estrellas empezaron a arder

a través de la tela de las nubes

y una nueva voz apareció

y lentamente

la reconociste como propia

y te hizo compañía

mientras caminabas con pasos largos

más y más adentro

del mundo

decidida a hacer

lo único que podías hacer —

decidida a salvar

la única vida que podías.

 

Una o dos cosas 

 

 

1.

 

No me molesten.

Acabo

de nacer.

 

 

 

El vuelo rítmico de la mariposa

la lleva por el país de las hojas

con delicadeza, y le permite ir

donde quiere ir, donde quiera que eso sea, se detiene

aquí y allá para embriagarse con las húmedas copas

de las flores y con el barro negro; hacia arriba

y hacia abajo se columpia, con frenesí y sin rumbo, y a veces

 

durante largos, deliciosos momentos se está perfectamente

perezosa, y cabalga inmóvil en la brisa sobre el tallo suave

de alguna flor común.

 

 

3.

 

El dios de la tierra

vino a mí muchas veces y dijo

tantas cosas sabias y deleitables, yo estaba tirada

en el pasto escuchando

su voz de perro

voz de cuervo

voz de rana: ahora

dijo, y también ahora,

y ni una sola vez mencionó siempre,

 

 

4.

pese a haber eternamente existido

como una herradura punzante

en el centro de mi mente.

 

 

5.

Una o dos cosas son todo lo que necesitas

para recorrer la laguna azul, la honda

hojarasca de los árboles y las rígidas

flores del relámpago —un profundo

recuerdo del placer, un filoso

conocimiento del dolor—.

 

 

6.

¡Pero para soltar la herradura!

Para eso necesitas

una idea.

 

 

7.

Durante años y años luché

solo para amar mi vida. Y después

 

la mariposa

se elevó, ingrávida, en el viento.

“No ames tu vida

demasiado”, dijo,

 

y se esfumó

entre el mundo.

 

***

 

Justo cuando el calendario empezó a decir verano

 

Salí rápido de la escuela

y crucé los jardines hacia los bosques

y pasé todo el verano olvidando lo que me habían enseñado—

 

Dos por dos, a ser diligente, etc.,

cómo ser modesto y útil, y cómo triunfar, etc.,

las máquinas y el petróleo y el plástico y el dinero, etc.

 

Cuando llegó el otoño ya había empezado a curarme, pero me volvieron a convocar

a los polvorientos salones de tiza y a los escritorios, a sentarme y recordar

 

cómo el río siguió rodando sus piedritas

cómo cantaron los reyezuelos pese a no tener un centavo en el banco,

cómo las flores solo vestían luz.

 

El mar

 

Brazada tras

brazada mi

cuerpo recuerda esa vida y llora

las partes perdidas de sí mismo –

aletas, branquias

abriéndose como flores dentro de

la piel — mis piernas

quieren detenerse y volverse

un solo músculo, juro que sé

exactamente cómo se sentiría tener

escamas azules y grises

cubriendo todo mi cuerpo,

¡el paraíso!

¡Desparramada

en ese regazo materno

en esa casa soñada

de sal y ejercicio,

qué derroche

de nostalgia implora

desde los propios huesos! Cómo

anhelan abandonar el largo viaje

tierra adentro, la frágil

belleza del entendimiento

y zambullirse

y simplemente

volver a ser un cuerpo llameante

de sensaciones ciegas

que avanza

por las fibras luminosas del cuerpo del mar,

desaparecido

como la victoria entre la

absorbente génesis,

ese rugido extravagante, ese

perfecto

comienzo y

final de lo que somos.

 

***