MUNDO ONANISTA

Florencia, Italia.

Una ciudad  deslumbrante , arte y belleza hacia donde uno mire,  pese a los turistas que somos miles  deambulando  y arruinando los paisajes.

En la plaza central, cuando uno alza la vista para observar la catedral,  obra maestra del arte gótico y del primer Renacimiento italiano  un hilo helado recorre la espalda. Tal su magnificencia.

Y no es un solo un enorme edificio. Es un conjunto arquitectónico que se alza en la plaza : la basílica, junto al campanario o Campanile de Giotto  y el Baptisteiro de San Juan. Construcciones imponentes, cuya resolución final llevó varios siglos, varios arquitectos, ingenieros y maestros albañiles que murieron sin ver  terminado el conjunto.

Entramos al campanario – luego de pagar entrada y hacer una fila eterna-  un edificio altísimo  cuya construcción comenzó en el siglo XIII. Organizado en cinco niveles decorados con medallones que representan la Caída original, la Redención por el trabajo y otras  figuras simbólicas, todo recubierto por mármoles:  blanco de Carrara, verde de Prato, rosa de Maremma y rojo de Siena.

Impacta tanta belleza. Lo difícil es que para ver todo esto, hay que subir, peldaño por peldaño nada menos que  441 escalones.

Subimos, subimos, subimos…maravillados y extenuados por el esfuerzo, imaginando  los cientos de personas que habrán intervenido en su construcción, el esfuerzo, el dinero que habrán invertido en ello, los siglos que ha permanecido allí.

Cuando al fin llegamos y recorremos  cada centímetro maravilloso de piedra vemos sobre la campana, la letra furtiva “YASMÍN, NADA Y MARUA  estuvieron aquí en tal fecha”

Azorada, entre el cansancio, la alegría de haber llegado y el horror, me pregunto “¿quién le puede haber dicho a “Yasmín, Nada y Marua que a alguien más que a ellas podría interesarles leer sus nombres ¿

¿No fue extenuante el camino ascendente de los escalones, como para que les quedara aliento para  arruinar un monumento histórico?, ¿Nunca se les ocurrió pensar en los otros?, los miles que trabajaron en esa torre  para que Yasmín, Nada y Marua.…tan campantes y tan frescas  vengan a ensuciarlo? ?….¿No fue suficiente con el gesto narcisista de tomarse una selfie, dos selfies, diez selfies con todos los mohines posibles?,

¿Quién les dijo que eran importantes, qué era necesario ser importantes y dejar- además- una huella bochornosa de su paso por este mundo,   allí?

Días pasados, poquito antes de la marcha de las mujeres, de este lado del mundo, se viralizó en horas un videíto casero – esos tomados con celular – en el que aparecía un funcionario público en un acto privado, muy privado. El concejal denunció luego que fue  chantajeado para que no se conociera la filmación  y que pese a haber pagado, el mismo se había viralizado. Luego, muy avergonzado  pidió a sus pares las disculpas pertinentes. Se alzaron las voces condenatorias de lo “poco privadas que son algunas acciones en tiempos de celulares y selfies”, de que esto de la tecnología hace difícil el tener “hechos privados muy privados”.…y listo…el tema pasó a la agenda de la risa, los comentarios de todo tipo y luego el olvido porque seguramente nunc a aparecerán responsables.

Me surgen preguntas parecidas a las que me hago con Yasmín, Nada y Marua, aquellas tres imbéciles de Florencia.

Vivimos en un mundo extraño.

De los autorretratos instantáneos y fugaces. Tantos como no se dieron ni en el Renacimiento.  De la estupidez humana, que  se  excede y  a veces, es difícil de explicar.

Vivimos en un mundo onanista, ¿qué duda cabe?

 

(Patricia Patocco)