Hace pocos días falleció Nelly Jara de Díaz.
Su muerte, a muy avanzada edad, nos dejó la sensación de la intemperie, de un tiempo que con ella ya termina y también de los escasos reconocimientos que se le hicieron a esta autora, producto seguramente de la ignorancia, en estos tiempos de instantaneidad y de historias breves en las redes.
Nelly, tucumana de origen pero salteña por adopción y producción, fue poeta, incursionó en actividades teatrales, fue profesora de Declamación y Oratoria y ayuda preciosa de muchos autores – sobre todo mujeres- que la consultaban a la hora de publicar sus textos y poemas por su rigurosidad a la hora de la correción, por su amable dedicación y conocimientos.
Junto a Liliana Bellone dirigió el taller literario El Aleph.
Su poesía fue publicada en plaquetas e integró antologías como la Antología Poética, junto a Haydee Barreca de Noel y Jorge Martorell en 2001 y Diapasón de la Casa y de los Otros, en 2006.
Fue una mujer inquieta, versátil y muy culta a la que recordamos con inmenso cariño, en esa figura de señora menuda y coqueta, de paso ágil, inconfundible con sus vaporosos peinados y con ese decir amable y tan respetuoso que la caracterizaban.
Reproducimos un texto que le escribiera su amiga, la escritora Marta Ofelia Ibañez desde Tucumán y un poema que su hija María Celeste, gentilmente nos hiciera llegar.
“Se me ha ido Nelly. En silencio.
Nuestra amistad larga y afectuosa la acompaña. Nos elegimos en los pasillos de la UNSA donde había ingresado cuando el rector Holver Martínez Borelli habilitó el AM25.
Autodidacta, lectora infatigable, encontró un cauce para su afán de conocimiento. El arte y José Antonio – Pepe- su entrañable, sabio compañero, la cobijaron de las inclemencias de la vida. Pródigos, abrían las puertas de su hogar para los amigos.
El talento de Nelly excedía a su época. Brindó a manos llenas su afecto, su presencia singular, su voz cálida en recitales y obras de teatro. Supo de la censura durante la Dictadura porque declamaba con pasión los poemas de Nicolás Guillén.
Las calles salteñas guardarán las huellas de sus pasos andariegos. Nos quedan sus poemas, el recuerdo de su mirada asombrada ante el mundo y de los ramitos de lavanda o de jazmín con hojas de helecho o menta que nos brindaba”
Marta Ofelia Ibañez
PARA MI PADRE JUAN MANUEL
REVISADOR DE TRENES
Qué inmenso el corazón
descubre ahora
un tiempo de querer
callado en rieles
que siempre estuvo aquí
y que se fue en andenes,
con nombre de pañuelos
desperdigado en sienes
mientras mi padre Juan Manuel
revisador de trenes
dejaba que su oficio
le arrugará las manos
y esperaba en solsticio
la sangre que me ha dado.
Por eso lo recuerdo
con su farol y gorra
su mediana estatura
de duende ferroviario;
y siento que camina
de pronto en mi apellido
la letra y el sonido
que se quedó en futuro
madurando la siembra
de la palabra entera.
(N.J de D.)