NIÑES

 

Se levanta tarde, más de lo habitual.

Llega a la cocina arrastrando los pies y antes de prepararse el desayuno ya mira el celular. Se sienta y toma su café con leche con celular en mano.

Se viste, unos pasos más y se sienta frente a la computadora.

Blandamente desata la catarata de información que lo aplasta, material de lectura, preguntas, cuestionarios y fechas de entrega. Consignas por plataformas varias, videos aburridos y alguna clase por zoom…

Secundario, la mano en el teclado oficia de puente para amontonar información, el acopio de la nada misma.

Mira otra vez el celular y sonríe. El chiste o el meme compartido es todo un recreo…

Falta la calle con los amigos, el fútbol y las canchitas, las largas charlas del ocio barajado con obligaciones escolares que tenían antes. La sensación de estar nadando solo en una pecera lo abraza todo el día.

Destila agobio, soledad, pantallas.

 

Una nena comenzó primer grado. Tiene que entrenar el escribir y leer con las consignas que le mandan a su mamá por celular y deben estar listas paras el día siguiente. No logra captar que la Eme es MMMM y no “arribaabajoarribaabajo”. Salvo jugar con sus Lol, todo le parece aburrido por estos días.

 

A su primo le mandan cartillas semanales por mail y cada vez que los padres le piden acercarse a hacer tareas murmura “no, gracias”, lo único que quiere es jugar a Mario Bros, en las pantallas.

 

Hay una madre sin celular que dio el número de la vecina para que la maestra mande tareas. Ambas coordinan – entre todas las obligaciones- un tiempo extra para prestarse el aparato y copiar los deberes.

 

En otro barrio la mujer corre después de ocho de trabajo para llegar antes de las 18, hora límite para pasar al papel la tarea que le mandan al celular y luego tratar de ayudarlos. Dos hijos en la primaria.

 

Destilan aburrimiento, soledad, pantallas.

 

Todos extrañan a los amigos, también- algunos-a los docentes que los guíen en persona.

La pandemia nos redimensionó la importancia de los vínculos humanos en el aprendizaje.

En muchas casas no hay internet, ni celular, mucho menos computadora. Tampoco hay padres con tiempo, conocimiento ni disponibilidad para tanto.

Los docentes improvisan como pueden. Como en espejo, tienen los mismos problemas que sus alumnos: no saben usar la tecnología para enseñar, no tienen equipos propios.

El ciclón del Covid 19 ha impuesto otra vida y deja estragos por donde pasa.

Los niños y adolescentes van a la deriva en los mares del distanciamiento obligatorio, por más docentes que intenten conectarlos.

La desigualdad salta a la vista, con una fuerza desmedida. Las diferencias entre los chicos, entre los docentes y sus recursos, entre las escuelas…

La realidad trastocada de cada hogar muestra que la escuela y la educación son sistemas que deben mutar urgente.

Y que la brecha tecnológica es una zanja enorme y oscura donde caímos todos, en la que crecen yuyarales infames de ignorancia, de corrupciones y de pobreza – material, moral e intelectual- que nos va invadiendo lentamente.

Todos estamos ahí y vamos constatando que somos “analfabetos tecnológicos”, aunque pretendamos ser “influencers”.

Las víctimas menos visibles son los niñes y jóvenes, que crecen, ya en en sus burbujas de gente afín o aislados, sin tecnología. Y vienen del encierro, sin amigos, sin calles ni plazas…

Los especialistas tendrán que re pensar la escuela y orientarnos a todos. Los gobernantes escucharlos y activar los cambios de manera urgente.

¿Se podrá? Porque urgente es aquí y ahora.

Lo demás…solo pantalla.

 

(Patricia Patocco, 20 de Mayo de 2020)