POLENTA

 

Me lavo otra vez las manos. Repaso mentalmente la receta.

La se de memoria, claro; pero igual el miedo me traiciona.

Leche a hervir, sal, una cucharadita de manteca. Cuando hierve introduzco la polenta en forma de lluvia y revuelvo, revuelvo, revuelvo.

Ya casi está. Preparo el pote con un cachito de queso en el medio para verter la preparación.

Llamo. “Recordame la receta”- le pido, como si no hubiera sido yo misma quien se la enseñó hace años – pero “para hacerla tal como le gusta a ella”.

“Sí, si, así. La hice bien”

Es la primera comida de la niña.

Días de fiebre, dolor de articulaciones, extracciones de sangre, exploración para comprobar si la bacteria no se ha alojado en algún órgano. Días sin comer, no puede tragar los alimentos del sanatorio, por fin aminora la fiebre y ha dicho que tenía hambre y lo que deseaba comer.

Se la llevo. No me dejan verla, espero afuera.

Pido que le mientan, descarada, que la hizo su madre, que no se mueve casi de su lado.

Espero.

De pronto llega el videíto.

Es ella, cuchara en mano, la saborea como un chupetín de polenta. Charla y come animada, por fin una sonrisa.

Le sabe a manjar.

Tres bocados pero respiro aliviada.

Fue el examen, la constatación, la diferencia entre la salud y la enfermedad que dura muchos días, que nos mantuvo en vilo, qué nos llevó a repasar miles de veces cómo… La maldita salmonella, fuerte, resistente, está en retirada. Respiramos aliviados.

 

Esta salmonella no es solo una descompostura del estómago. Se trata de una enfermedad muy antigua que ha retornado con fuerzas. Antes se la llamaba fiebre tifoidea o para tifoidea.

En la provincia de Salta desde 2018 hay brotes epidémicos periódicos y según el Boletín Epidemiológico provincial el número de pacientes es de más de 900 en lo que va del año, con un salto de octubre a la fecha.

Según se indica en 2017 se registraron 3 casos; en 2018 fueron 98; en 2019, 243; en 2020,744; en 2022; 838 y en lo que va de 2023 aproximadamente 980 casos.

Se trata de una una amenaza mundial grave, que afecta aproximadamente a 27 millones de personas o más cada año.

Está establecida en la India, el Sudeste Asiático, África, Sudamérica y muchas otras regiones pobres, como la nuestra, con falta de agua, con falta de cloacas, con pobres hábitos de higiene, con muchos negocios de venta de comida callejeras no siempre habilitados.

Pero en Salta, además nos encontramos en una situación de emergencia epidemiológica. Se ha detectado el riesgo por el área contaminada del río Arias Arenales, donde se vuelcan líquido cloacales con los que se están regando cultivos sobre todo en la zona de la Pedrera.

Todo está ya judicializado, cordón sanitario, investigaciones, recursos de amparos contra el Poder Ejecutivo Provincial.

Las verduleras del mercado sabiamente, enseñan a desconfiar de las lechugas, las rúculas y los apios baratos “Esos traen la enfermedad”- dicen.

Mientras tanto en este convulsionado diciembre el Hospital de Niños está atestado de chicos enfermos y ya ha lanzado todas las alertas.

Siempre acostumbrados a lo que las políticas públicas hacen de nosotros, esta vez (una más) podemos actuar , poner cada uno las alertas individuales para que esa enfermedad de la que no se supo en tanto tiempo, que llega de la mano de la precariedad cotidiana, de la falta de inversión en obras y en la salud general, retroceda.

Sobre este paisaje de pobreza y subdesarrollo económico que nos viene tocando, al menos se recorta la novedad que podemos intervenir desde nuestros hogares firmemente para decrecerla, para frenarla.

Escuchemos, pongamos todo en práctica: consumo cuidadoso de frutas y verduras, higiene obsesiva y las gotitas de lavandina, porque esta enfermedad puede ser gravísima.

Con o sin DNU, podemos hacer un escudo con los miedos y armar un esfuerzo común para que el daño irreparable no llegue a nadie y menos a las flores más pequeñas de nuestros jardines.

Acá, por una vez, tiremos todos para el mismo lado.

(Patricia Patocco, diciembre de 2023)