Roberto Acebo
“DIGO LIBRO Y ES UNA PALABRA QUE MERECE RESPETO AÚN”

 

(Por Patricia Patocco)

Roberto Acebo acaba de ganar el Primer Premio en el Concurso Provincial de Cuentos de la Provincia.

Periodista, escritor, profesor, es también un prolijo corrector de pruebas con un oficio inmenso alrededor de las palabras al punto en que una no sabe en qué lugar de prioridad colocar sus múltiples maneras del decir, ¿ porque, qué se es primero?

En el 2009 ganó el Concurso Provincial de Novelas también de la Provincia y ahora, apenas levantada la valla de la veda, se presentó y obtuvo el de cuentos.

Gran lector, lee y relee con un esmero extraordinario, es también un hombre profundamente preocupado por las desigualdades sociales y sobre todo siempre ocupado en confrontarlas a través de talleres y educación informal dirigida a jóvenes de barrios populares, tarea que realiza desde hace más de veinte años.

La charla con Roberto transcurre un poco mientras trabaja “a control remoto” como le gusta decir y otro poco en sus tiempos libre, en su casa en Quijano, donde vive sus días de pandemia.

Productivos días de lectura y escritura.

Trabaja a partir de las 18 hs (es, entre otros oficios, corrector de pruebas) pero su efervescencia intelectual queda despierta hasta muy tarde y pese a su humildad, a esa falta de “espíritu figurón” que a veces aqueja a la gente, basta alguna pregunta que le interese para que se prodigue en respuestas extensas y tan interesante que no pensamos desaprovechar. Del premio, de los libros, de los jóvenes y la docencia, de redes sociales y cultura, hablamos de todo extensamente.

La charla ha sido un verdadero lujo en estos opacos días, vale llegar hasta el final.

¿Cómo estás con la noticia del concurso?

Bien. Es una linda noticia, me refiero a que te lean. En principio, el jurado y después los lectores de libros. Digo libro y es una palabra que merece respeto aún. Sabés que publicar con recursos propios es casi imposible, y que haya algo que escribiste circulando es dejar de darle vueltas a esos fantasmas.

¿Cuándo lo escribiste? ¿En tiempo de pandemia?

Te va a parecer extraño. No escribo cuentos. Soy un narrador de largo aliento. Cuando se lanza la convocatoria con la nueva modalidad (pdf), y vi que en 2021 recién estaba novela, pensé esperar otro año más. Gané en 2009 y desde entonces, por el reglamento, no podía presentarme, este año se vencía la veda y ya podía, pero no había novela. Lo del pdf me alentó. Digamos que era cómodo. Reuní relatos que tenía, cosas que escribí para publicaciones de amigos, o proyectos de novelas. Y me faltaban cuentos porque no llegaba con el número de páginas. Y aquí contesto la segunda pregunta. Dos de estos cuentos los escribí para cumplir con las páginas requeridas. Y es extraño -y no- cómo funciona la cosa. “Lo que estaba antes” es uno de esos relatos y le da título al libro. Me gustó como gesto ante la imposibilidad de movernos, pandemia mediante. Nacho espera dentro de un auto, no puede salir. Y alucina. Y el otro, “La belleza”, presenta a alguien en su casa y con su gato, que recibe una visita.

¿De qué trata este libro?

Son muchos los temas. Uno está situado en el Chaco salteño y en el San Bernardo. Y en él mueren dos chicos, una mamá wichi jovencita en el hospital, y un chico de 16, en un despeje de un corte de ruta de desocupados en el norte. Otros juegan con la memoria de los años de la dictadura, está Malvinas también. Y el exilio. Y hay otros más frescos, en los que el juego resulta de presentar lo cotidiano y cierto grado de inadaptación de sus personajes.

¿Participás habitualmente de concursos?

No, en principio porque no hay muchos aquí, y enviar novelas en dos o tres copias por correo es engorroso. Hace unos años mandé algo a Cuba y nunca llegó, y era carísimo el envío, y después envié algo al FNA. Gané en el 97 uno que hacía la Comisión Bicameral, hoy inexistente. En 2009 participé en este de la Provincia, y ahora. Todos aquí, en la casa. Y no soy muy afecto a internet, rayes que uno tiene. Porque esa es una posibilidad muy cierta. En estos 23 años habré participado en seis ocasiones. Aquí en Salta, en cuatro. Hace un par de años o más me animé con cuentos, en este concurso provincial. Y lo hice porque no podía en novela. Pero claro, el cuento es cosa seria. Ahora, por el tiempo que tuvimos, adecenté algunos de esos relatos y les busqué la vuelta. El cuento es algo muy parecido a la poesía. Y requiere un trabajo muy situado. El encierro me dio ese tiempo que con la cotidianeidad del trabajo y las actividades habituales no tenía. La novela es de largo aliento, está sujeta a otro trabajo. La novela del 2009 la comencé en el 95 y la terminé en 2005. Y terminé otra el año pasado, la había comenzado en 2003. Mirá, cómo habré pasado de largo que las secuencias de esa novela tienen lugares y fechas, la inicié referenciándola “Cachi, 2013”, y eso, entonces, era un futuro tan lejano.

Antes ganaste el premio mayor de Novela… ¿irás por la poesía ahora?

No podría escribir poesía, ni siquiera me animo con el cuento por lo que te decía. Respeto mucho la palabra poética. Leo poesía, sí, es muy necesaria, y con eso -creeme- me siento hecho.

¿Qué más estás haciendo además de tu trabajo en el diario El Tribuno y la escritura?, ¿cómo va tu vida?

Con muchos proyectos. En 2018 me fui a vivir a Quijano, y ahí tenía la idea de armar algo. Y se hizo cuesta arriba. Este marzo me vine a Salta, a la ciudad, el proyecto era laburar en barrios populosos (como los llaman) con talleres y justo vino lo que vino. Y antes viví unos 20 años en Vaqueros, allí sí pude desarrollar actividades comunitarias con chicos, en talleres, en educación no formal. Radio no hago hace años. Salvo intermitentemente “África”, por FM La Plaza. En Radio Nacional íbamos a cumplir 15 años en 2016 con “Historias del Contraolvido” y ese año no pudimos volver. Y estos cuatro años fueron un parate tremendo. Y desde hace algunos años estoy en proyectos de cine, guiones audiovisuales. En Quijano terminé el año pasado una novelita (tiene 140 páginas), y veremos si la publico. Es una suerte de puesta al día con algunos fantasmas y muchos amigos, algunos están y otros se fueron. Pasa que para mí la escritura tiene que ver con eso, con ir poniendo las cosas, mal o bien, en el lugar que deben tener como para armar un sentido y no solo en la ficción. Y desnaturalizar el sentido común impuesto: no puede ser más importante una camiseta, una bandera que una vida.

¿Qué estás leyendo?

Uy qué pregunta, trabajo en un horario muy cómodo. De 18 en adelante, y este tiempo de encierro me ha dado la oportunidad de leer y releer mucho, y surtido, y simultáneamente. Voy a ver lo que tengo en la mesa y en el cuarto. Juan Filloy, “Op Oloop”, ya lo conocía por “Estafen” y “Periplo” a este cordobés que es una bendición. Vladimir Sorokin, “El día del oprích”, lo releo, en realidad. A Cristian, mi sobrino, le pasé “El hielo” y quedó fascinado, y le había hablado muchísimo de este otro libro que no encontraba. Hace unos meses me lo devolvieron, y quería recordar por qué me había gustado tanto este ruso. “La muerte de Iván Illich”, de Tolstoi, que me prestó una amiga. Hace años leí “La guerra y la paz”, y “Ana Karenina”, y por Sorokin y el “espíritu ruso” me pareció oportuno leer esta novela corta o cuento largo. Hace unos días, a propósito de las tomas de tierras, racismos y xenofobias, pandemia mediante, busqué -de Alejandro Grimson del 2011- “Los límites de la cultura” para pasárselo a una amiga y no lo encontré. Sí encontré una entrevista que le hice ese año, por ese libro, y también “¿Qué es el peronismo?”, del 2019, y le entré. Por lo que te decía del poco tiempo, fui postergando lecturas. Y retomé “Debates latinoamericanos” de Maristella Svampa, siempre estoy pispeando cosas de sociología, de política, muchas veces para recomendar porque me consultan y otras porque me ayuda a estar despierto. Releo y anoto por un trabajo que estoy terminando “Aparecida”, de Marta Dillon, y, como cuando lo leí de un tirón hace un par de años, tengo que levantar la vista del libro cada tanto para respirar o para que las lágrimas no mojen sus páginas. Y descubrí a Gloria Fuertes, una poeta española de una vitalidad y frescura hermosas. Supe que Darío Villalba había ganado premios importantes y busqué y encontré “Consideraciones”, me lo regaló hace años. Darío es un gran poeta y “El barrilete”, “El puente” me siguen maravillando y diciendo cosas. Bueno, tengo la antología del Teuco Castilla “Era el único planeta que cantaba” a mano. La poesía, te decía, es necesaria. Y es inacabable, siempre vuelve uno sobre ella y lee mundos, ternuras diversas. Pasa que si el poeta es poeta las cosas que te dice te salen a vos de adentro también. Es una comunión hermosa con la palabra y esas otras vidas. Un encuentro. Y ya termino, perdón, pasa que me preguntás sobre libros y sin pandemia leía mucho, te imaginas ahora. En el parque San Martín encontré hace unos días “El señor Fusi sale de viaje”, de Casiana Martina. No te puedo explicar la alegría que me produce leer (porque estoy en eso) una escritura tan libre y cómplice de lo vivo. Y si me hubieras preguntado sobre cine, te habría contestado “Dolor y gloria”, de Almodóvar. Me han dicho que mi escritura es muy visual, y sí. Mucho de lo que hay en ella tiene que ver con el cine. Bueno, la mirada de un niño asustado en los ojos de Antonio Banderas, el pudor de quien escribe, la belleza de los colores, esa madre… son literatura. La vi cuatro veces ya, y no descarto una quinta.

Contame de tu oficio de corrector…

El oficio formal de corrector lo adquirí en Crear, en Artenautas, ¿te acordás? Antes ya había trabajado en edición de libros. Es un trabajo que me gusta. Cuando estoy en El Tribuno, además, evoco a amigos, en muchos sentidos, Jacobo Regen fue corrector en Tucumán y en Buenos Aires, Ramón Vera lo fue en El Tribuno. Por el diario pasaron el Gallego Zamora, Luchín Andolfi, Walter Adet, a quienes no conocí personalmente pero sí por lo que escribieron. Allí, a fines de los 90, en la agenda que dirigía el Gori Caro Figueroa y después Fernanda Abad, colaboré asiduamente escribiendo sobre literatura, sobre la belleza de la palabra que dice de otra forma el mundo. Y desde el 2010 trabajo de corrector en esa redacción. Hay cierta mística, a la hora del cierre, a la madrugada, o cuando ves cómo se va armando lo que va a estar en las mesas, en las calles de la provincia al otro día.

¿Cómo te llevas con las redes sociales?

No, no me llevo ni bien ni mal. No tengo redes sociales, los programas de radio sí tuvieron Facebook, y por ahí, muy de vez en cuando ingreso al de nacional cuando necesito algo específico. No interactúo, como se dice. Tengo WhatsApp por economía. Me incluyen en grupos, debo estar en 4, pero soy el más silencioso de los comensales. Si sigo en esos grupos es por respeto y porque quiero al que me incluyó, y ese gesto de sumarme me parece una muestra de amistad. Pero cuando me incluyen y no sé quién lo hizo, salgo inmediatamente. Esa lógica de me acabo de tropezar con el gato, estoy yendo a ver a, y simultáneamente ¿quién tiene razón?, ¿Nacha o Moria? ¿Messi tiene que irse del Barcelona? ¿Viste cómo Trump trata a los negros? Y cosas por el estilo, y memes y videos desde diferentes frentes de personas que no conozco es algo que no me dice nada. Aclaro, esto no me pasa en grupos de amigos, no suelo participar, pero me saca una sonrisa verlo al Cachilo, por ejemplo, con su calzoncillo escopeta y bufanda al solcito del mediodía. Pero creo que entonces no estamos hablando de internet o de comunicación, estamos hablando de otra cosa. La red es una herramienta valiosísima. La otra cosa es un problema si lo planteás como tal. Esa también es una elección.

– Vos que sos docente y tuviste muchos años talleres, ¿como ves en la gente jóven el efecto de esta fragmentación y esta manera de comunicarse y de consumir todo a través de las redes? ¿Pensás que afecta el pensamiento de los jóvenes?

Sobre la web sí tengo definiciones. Los chicos sí o sí tienen que disponer de una computadora (lo del celular lo dejo en suspenso). Este mundo es más suyo que nuestro. No le vas a pedir a un chico que lea las mil páginas de “Los hermanos Karamazov”, y ojo que si tiene ganas y le interesa las va a leer. Te cuento, Gustavo (tendría 16 años entonces, hoy vive en Buenos Aires y anda por los 24), en los talleres de Vaqueros, se llevó “Romeo y Julieta” porque había visto la película y quería saber cómo era el “original”. Y le gustó. Después caía por la casa y terminó leyendo mucho de Shakespeare y muchas otras obras de teatro. No sé qué encontró en el teatro, pero se prendió con eso. Algunos iban por música y por libros sobre música. A otros les gustaba dibujar y se llevaban colecciones de pintura o si estaban un poco más críticos, la revista Fierro. En el colegio 5050 había libros a disposición de los chicos los sábados y te aseguro que circulaban y mucho. “Sexo, droga y biología”, de Diego Golombek y parte de la colección Ciencia que ladra, fue best-seller y tuve que reponerlo varias veces, porque solía extraviarse de alguna mochila. Ahora hablemos de los grandes que dicen que los chicos no leen (me salió muy queísta). Que docentes de lengua o de cualquier otra materia no hayan entrado nunca al portal de Canal Encuentro o similares, o no hayan buscado material audiovisual sobre ESI disponible en plataformas de educación es una burrada, y no de los chicos. ¿Quiénes no leen? ¿Solamente se leen libros?

No tiene que ver con lo fragmentario o no de un pensamiento. La imagen, el fragmento están, sí, en la pantalla del celular y en el consumo, y los grandes consumidores son los grandes. Y también están en la lógica de estos tiempos. El changuito tiene los auriculares, chatea cada tanto, hace la tarea y de paso habla con vos, y no se pierde. Y si le preguntás por el Taj Mahal te va a llevar y te va a mostrar hasta los detalles de la cerámica en su celular.

Y creo, y esto sí tenemos que recordarlo y asumirlo los adultos, y más si sos docente y mucho más si sos padre, hay vida más allá de la pantalla. Más allá del consumo y de la marca.

Me refiero a proponerles deportes, actividades artísticas, talleres de lectura, de física, y pienso en el Profe Córdoba y los anfiteatros de la UNSa llenos de adolescentes los sábados, y van a ir. Creo que el tema de los chicos que no leen, que viven enchufados a una pantalla es también una construcción y que, en todo caso, los responsables de que eso suceda (si sucede) son los grandes, no los chicos. Y la escuela tiene mucho que decir sobre esto.

Entran con 12 años a la secundaria y egresan (con suerte) a los 18. En ese tramo de vida cambian radicalmente sus cuerpos, sus deseos, sus autorrepresentaciones. Ingresan niños y egresan con la posibilidad de ser padres de otros niños –algunos en ese trayecto lo son-. En el transcurso, socializan, ríen, lloran, comparten, padecen de amores, viven. Y de sexo y de elecciones y de identidades y colores de piel y de hormonas y redes e internet no se habla, comienza la invisibilización de los cuerpos nuevos de esos chicos por parte de esa entelequia que con reverencia denominan institución educativa, y que se torna ajena, de otro planeta. Y entonces, en esa lógica decimonónica, aparece el no a las netbook porque ven pornografía y el no a la ESI porque es ideología de género. Estoy poniendo ejemplos extremos pero reales. Por suerte muchos docentes asumen que los chicos son el centro de su trabajo y no la institución y mucho menos los esquemas y apuntes en blanco y negro sobre un mundo que ya no existe.

Y, por otra parte, o la misma, todos los chicos tienen que acceder al agua, a un techo, a una alimentación digna, a los juegos, a internet. Ese logro de la democracia de felicitar a responsables de comedores comunitarios porque cumplen 30 años de labor es una foto denigrante; al igual que la de una escuela que tiene como único atractivo el comedor. Y cómo será de preciso el sistema de exclusiones que habla de sectores vulnerables o de pobreza estructural cuando clasifica a estos niños, y la vez propone desalojos y topadoras y quita de subsidios a los padres de esos chicos, naturalizando con el mismo discurso políticas de Estado y la acción de los responsables de administrar una miseria planificada, que ya denunciaba Walsh en el 77, a un año de iniciada la última dictadura. Bueno, me fui del tema, derrapé fiero, como dicen los chicos.

¿Qué pensás sobre la cultura en la Salta de estos tiempos y sobre la Ley de Emergencia Cultural que se está pidiendo en forma urgente?

Mirá, no es nuevo lo que voy a decir. Cuando tuve un micrófono, una cámara, lo dije. Cuando coordiné talleres de educación no formal o en alguna biblioteca popular o en algún foro o jornada en la provincia, y el tema era la cultura, lo reiteré, porque siempre es hoy, ese frente es permanente. Tocar un instrumento, cantar, escribir poesía, ficción, leer, pintar, hacer teatro son derechos de los chicos porque nos hacen mejores personas y son formas de conocer lo que nos rodea; como adultos, debemos propender a que puedan acceder a esas experiencias y no solo como espectadores. Y aquí entran a jugar la formación y el compromiso, y me sitúo como docente y escritor, de la educación pública. Y la responsabilidad del Estado. Uno se pone viejo y trata de economizar malasangres, hacen mal. Amargan, y uno ya no está para ver fotos repetidas. Y, a la vez, tiene que arremangarse y tomar la pala diariamente porque hay cierta responsabilidad. Qué otra cosa hacía la Kuky Herran con su militancia por los derechos humanos, Ramón Vera para que sea realidad una escuela de arte en Rosario de la Frontera o una comparsa de indios en la villa, los enojos y pasiones de Walter Adet, los viajes tierra adentro de Manuel Castilla y el Cuchi Leguizamón para entregarnos piezas que nos devolvieran algo de nuestro espejo roto. Ese gigante del Dino Saluzzi haciendo su música tan nuestra como una zamba. La Melania Pérez, el Pitín Zalazar, el Perecito -Miguel Ángel Pérez- conduciendo “La noche de las condenadas”, con producción de José Issa, por radio. Los documentales de José sobre Regen y Adet. Carolina Grillo y su documental “Ver el aire”. La universalidad tan salteña de Lucrecia Martel. La Micaela Chauque, Balbina Ramos, Mariana Carrizo, las bandas de rock, de jazz, Perro, Niebla, LaForma, El Shaman, Santuario, Celeste Martín, las Wifi, la Sinfónica, Nikasio… Y así podría seguir y seguir… Salta es hermosa, su gente es hermosa y la producción artística desborda. Y te estoy hablando de lo poco que conozco, y sé que me quedo corto porque la changada nueva, los chicos que pintan, hacen música, escriben, actúan, son artistas callejeros, artesanos, es inabarcable. Uy, no hice más que una mínima enumeración y ya ocupé media página. Y lo que se mueve, lo que hay detrás de todos estos laburantes. Familias. Si entendés la cultura como algo vivo y necesario, tenés que respetarla. Es doloroso que un músico tenga que vender su instrumento para comer, para alimentar a su familia. Que un artesano se deshaga de sus herramientas. Que un artista no pueda ejercer su oficio. Seguramente en las tomas de tierras, en los asentamientos hay artistas que, además, son desocupados, que fueron expulsados de sus casas porque no pudieron pagar el alquiler. Sí, sé que la pandemia paró todo y todos estamos igual. Y por eso mismo tenemos que desterrar esa idea tan cuadrada de que el arte es algo elevado y está por encima de los hombres, esa Cultura con mayúscula -un par de oligarcones que hablan en francés sobre cosas bellas, mientras miran desde su castillo de cristal (por desgracia para ellos, traslúcido), cual Micky Vainilla, con el rabillo e inquietos lo inculto, lo salvaje que hay abajo- atrasa por lo menos un siglo y es irreal. Con la salud, con la vivienda, con el trabajo, con la educación, en democracia, hay una responsabilidad del Estado. Que te sugieran –desde el Estado- que vayas a una clínica privada a hacerte un hisopado (¿y la salud pública?, ¿y el sanitarismo de un Ragone, de un Carrillo?) es tan ridículo como machacarte que te laves las manos o ventiles los ambientes si vivís hacinado en una pieza sin luz y sin agua.

La ley de emergencia cultural es una manera de reconocer y saldar, de alguna forma, la situación de trabajadores desocupados. De reconocer que el arte es necesario y es un derecho.