Estudió filosofía, trabajó desde muy joven en periodismo para después dedicarse a la enseñanza de la literatura. Perteneció, junto con Arturo Carrera y Néstor Perlongher, a la generación de poetas de los setenta llamados neobarrocos.
Sus ensayos sobre poesía argentina y latinoamericana son material de estudio en universidades argentinas y del exterior. Sus libros de poesía fueron total o parcialmente traducidos a diversas lenguas y es considerada una de las voces que influyeron sobre las nuevas generaciones de poetas.
Autora de una obra ecléctica que incluye libros como La boca del testimonio, El eco de mi madre, El libro de Tamar y Libros chiquitos, entre tantos otros.
La poeta, ensayista y docente, la “sujeta” que trascendió la primera persona y ensayó múltiples máscaras, reformulando y cuestionando sus propias convicciones, como si cultivara una conciencia refractaria a las normas, murió hace pocos días a los 74 años.
Lo de “sujeta” tiene una pequeña historia, en la previa de estos tiempos de lenguaje inclusivo. En La casa grande, de 1986, aparece la famosa palabra en femenino: “se interna sigilosa la sujeta/ en su revés, y una ficción fabrica/cuando se sueña”. Entonces todavía creía que escribir era opacar el lenguaje hasta lograr que pareciera levemente ilegible. En los años 80 estaba de moda hablar del sujeto. Ella decía que escribir es como andar medio a ciegas con alguna intuición y esa intuición, la palabra “sujeta”, la llevó de la nariz. También en ese momento le daba pudor decir “yo”. Así que para esquivar la primera persona inventó la “sujeta”.
Yo a esta altura de mi vida
me siento obligada a ser clara
aunque nada ni nadie me lo pida.
En un poema de 1986 me puse oscura
para decir algo que ahora
diría de otra manera.
Transcribo parte de ese poema con el único fin
de poder usar de nuevo sin avergonzarme
la palabra sujeta:
«Se interna sigilosa la sujeta
en su revés, y una ficción fabrica
cuando se sueña».
Para mí lo urgente a esa edad era
graduarme de mí misma retener
como diploma de adulta mi nombre propio
en una celda impersonal.
Para eso tuve que recurrir a la tercera persona
como si en verdad los sueños de la otra
los pudiera descifrar Tamara.
Esto no lo conté nunca a ninguno de los analistas:
en el colegio primario judío veíamos todos los años
la misma película de los campos de concentración nazi
esa donde unos cadáveres vivos cavan la fosa
después tiran adentro los huesitos de sus muertos
y después todavía son obligados
a empujarse a sí mismos suicidados por otros
que los fusilan para que de tan livianos caigan
sin comerla ni beberla.
No sé pero todavía hoy cuando un taxista dice
algo sobre los judíos me callo
no vaya a ser que por el espejo retrovisor descubra
que yo también estoy al borde de esa fosa.
Por eso no opino por eso me escondo
detrás de la primera persona.
Pero la fiesta engaña porque hay otra línea que sin embargo
de nuevo es la misma:
veinticuatro horas y ya pasamos al 2013.
Varios cambiaron hoy su foto de perfil y eso le gusta a Facebook
porque es bueno contestar a la pregunta íntima
con una imagen pública.
Si pudiera escribir como quien cambia su perfil subiría
unos versos de mi primer libro y los haría pasar como actuales.
Eso contestaría a la pregunta de cómo me siento:
«una piba», diría mi mamá.
Pero mis hijos me privan de hacerlo
si digito la contraseña las iniciales de ellos
me dejan entrar sólo a mi propia edad y eso me devuelve
a los límites del poema-libro.
( El libro de los divanes, 2014)
¿Ya hablé de la muerte?
¿Ya hablé de la muerte?
murió mi hermano
murieron mis padres
murió el padre de mis hijo
tantos amigos murieron
y dije y digo que no están más.
¿Eso es hablar de la muerte?
Dejé anotado que se fueron
Les dediqué libros los nombré
por sus nombres me anoticié
de que nadie me contestaba.
¿Eso es hablar de la muerte?
Ensayé todo lo que pude
insistí con estribillos ajenos
“debajo estoy yo” “debajo estoy yo”
pero Pizarnik ya había nacido
enterrada Alejandra Alejandra
se hizo llamar desde chica
y eso sí que es hablar de la muerte.
Yo solamente la cito
porque nací en una generación
y eso no es hablar de la muerte
si el cuerpo camina solo
plegarse con otros al paso del tiempo
es un deporte literario:
“La muerte y la vida estaban
En un cuaderno a rayas».
Cuando le cuento un sueño
Cuando le cuento un sueño a la analista de hoy
casi no dice nada una vez más se calla la boca
como si buscara que en el silencio de mi propia novela
hable mi realidad yo sin embargo
persisto no acabo de despertar
parece que necesito encontrarle un sentido freudiano
a lo que no tiene, ya lo dije, no tiene
vuelta atrás.
Eso me obliga a escribir sobre mí
y cada vez que una servilleta blanca se abre de su función
el bar transforma la indiferencia de los que me rodean
en una oportunidad voy bien me digo estoy escribiendo algo
después en casa lo paso lo imprimo y un día
si me llego a comprar un cuaderno por cansancio
voy a terminar cayendo en el diario íntimo y la poesía
tendrá que versar sobre otros asuntos
porque hay otra línea, tiene que haber otra.
De El libro de los divanes (2015)
La palabra femicidio
La palabra femicidio
no la teníamos
la palabra muso
no la teníamos
la palabra vata
no la queremos.
Pero la palabra poetisa sí
aunque nos avergonzaba.
Yo no soy poetisa soy poeta
me dije una y mil veces a mí misma
a los 20 años
no soy Tamara soy Kamenszain
me quejé siempre que alguien por escrito
aludía a mi obra llamándome por el nombre.
Cuando las poetisas uruguayas ya eran
puro nombre
cuando en Argentina no había divorcio
cuando en Argentina todavía ni hay aborto legal
Uruguay pequeño paraíso vintage
se sigue adelantando a nosotras
porque las poetisas con nombre son
Jóvenes viejas que si las leemos a nuevo
nos guiñarán el ojo más actual
para que la poesía de amor
renazca como renace
en unos versos de Cecilia Pavón
que dicen: «cuando voy en el colectivo, ex novio,
qué lindo es recordarte».
Alfonsina volvió ex al suyo
en una operación tan coloquial
que anticipo a Pavón mientras escandalizaba
la sobriedad borgiana:
«si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido»
escribió con un pie en el mar
porque parece ser que lo que empieza como poesía
está destinado a terminar como novela.
( De Chicas en tiempos suspendidos, 2021)