Mi amigo pregunta en el facebook en qué momento de la vida se es “adultomayor/abuelo/viejodemierda”.
No lo escribe con mayúsculas pero el fondo a color que le puso lo hace parecer un grito.
Atraviesa como todos, un tiempo de incertidumbres en medio de esta pandemia que ha creado una “nueva normalidad” a la que intentamos adaptarnos como podemos:encierro,aislamiento,recomendaciones/prohibiciones, cambio de hábitos, de higiene, ausencia o modificación del trabajo, escolaridad diferente y tanto más.
Interesante pregunta.
Ahora que asistimos absortos, viendo por las multi pantallas cómo va cambiando el mundo frente al miedo, la enfermedad y la muerte. En estos aletargados días de ocio en el que, con una lupa gigante observamos nuestro andar pequeñito en este mundo hostil, pienso qué responderle. Ameritaba un chiste, pero no.
Porque sabemos que existe el tiempo cronológico y también el biológico de cada ser humano.
Muchos viejos están enojados con la pandemia y la prohibición de salir si se tiene más de 60 años. La mayoría es obediente, algunos muy atemorizados, otros angustiados de ver marchitar cada día la valiosa libertad. Todos preguntándose si realmente están tan viejos como para perderse el crujir de las hojas en las veredas del sol.
Las noticias, los sanitaristas, los números y los gobernantes dicen que es lo mejor.
Así parece, pero…
Tengo un vecino, por caso, que anda en bicicleta con balde y manguerita, lavando autos y veredas en veinte cuadras a la redonda. Se levanta a las 5 de la mañana feliz para hacer sus changuitas, conversar con los vecinos, reírse. La semana pasada cumplió ochenta.
Vital, con la energía y lucidez de un hombre de cincuenta. Tuvo que recluírse como todos. Obedece, pero se siente enfermo en la quietud de su casa, dice que le duele el cuerpo de no moverse. El es, en el movimiento de cada día, no se reconoce de otro modo.
Cuando apareció el ser humano sobre la tierra la expectativa de vida era de 30 años. Quien llegaba a esa edad era anciano. Pero la medicina con las vacunas, antibióticos, alimentos, investigaciones y demás fue alargando progresivamente la vida (no siempre la calidad de la misma, claro) y hoy es muy fácil conocer gente de ochenta o más años.
Entonces, ¿cuándo se es viejo?
Pacho O Donnel, el historiador argentino no solo divulga historia a través de las redes sociales, también habla sobre el tema. Cumplió los 80 y hace unos pocos años descubrió las bondades de la gimnasia y cómo esa disciplina ha logrado cambiar su cuerpo y hacerlo disfrutar de una vitalidad que no conocía. Últimamente se ha convertido en algo así como un influencer sexi (de la tercera o cuarta edad), mostrando sus bíceps, su espalda torneada y hasta hablando de historia por Instagram con la camisa abierta, riéndose abiertamente de su corpórea vanidad, de los piropos y las críticas y disfrutándolas.
Él arenga a las viejas y viejos “Vejez no es igual a deterioro. No hay que permitírselo, ni tampoco ser material de descarte. No compremos esa idea, tenemos que tener capacidad de reacción, hay que trabajar el cuerpo y la vitalidad”
A las constantes incertidumbres que vivimos, se le suma ésta que – sonrisas aparte- desvela a muchos que parecen ir a contramano de lo que sus datos cronológicos afirman, que se niegan a la ñoñería de que los llamen con diminutivos, que invisibilicen sus deseos y necesidades; que minimicen sus opiniones, que no los tengan en cuenta – más allá del hiper cuidado que reciben ahora en la pandemia, que les digan abuelitos cuando a veces no lo son.
No es nueva esa infantilización de la vejez, solo que ahora la vemos más claramente. Se relaciona también con la poca capacidad de consumo en la vejez y el consumo es entre otras cuestiones, lo que la pandemia trae a la mesa del debate.
Hace unos años, con mi abuela longeva -de lúcidos noventa años por esa época -salimos a tomar un café y cuando nos sentamos el amable mozo le preguntó en voz muy alta:
“Abuelita, ¿que va a tomar Usted?”.
Ella lo miró fijamente, muy seria, hizo un silencio incómodo y cuando la tensión fue tal que el muchacho heló su sonrisa, le dijo con irónica dulzura y toda dignidad:
“Mozo, yo no sorda, tampoco soy su abuela…dígame señora, por favor. Es sencillo”.
(Patricia Patocco, 2 de mayo de 2020)