Cecilia Sutti, teatro “LA OBRA PONE EN DIÁLOGO Y EN ABISMO LA RELACION PATRIARCAL”

Cecilia Sutti se encuentra en plena etapa creativa dirigiendo la obra teatral “La Alimaña”, de la autora rosarina Patricia Suárez.
Cantante, actriz, docente de teatro y directora, Cecilia ha transitado en lo que va de su vida por los más diversos escenarios salteños buscando a cada paso los modos de mostrar el arte que, como parte de su genética, viene en sus venas.
Creció en un mundo de artistas y conoce al dedillo mucho de la etapa teatral salteña desde el año 1979 en adelante, cuando unida a otros artistas como Chacho Siuffi, Daniel Chacón, Rodolfo Fenoglio, Susana Núñez armaron y desarmaron grupos pequeños y trashumantes según las posibilidades de cada año.
Antes, mucho antes, desde los siete años, había integrado coros y luego en la adolescencia bandas que se animaron ala música brasileña, al jazz y hasta al folclore.
Luego, se deslumbró con el teatro “Primero “La Comedia Salteña” – detalla- luego integramos una pequeña escuela de teatro, seguí investigando y me enteré que en Santa Fe se abría la carrera de Promotor Socio Cultural en Teatro y me fui a estudiar. Me recibí y en 1988 volví a Salta y me reconecté con el grupo aquel, al que se sumó Claudia Bonini, presentamos una obra de Arlt y armamos una escuela de la ATESA, la Asociación de Teatreros de Salta que funcionó en el subsuelo del Centro Cultural América e integramos el grupo La Guardia , al que se sumó Rafael Monti. Las enseñanza de teatro y los ensayos de obra se sucedieron con encuentros hermosos y hasta regionales como el Teatreando, que tuvo tres ediciones…”

-Ese tiempo no está muy contado en la historia teatral de Salta, no?
-Creo que no y me parece que tiene que ver con esa cuestión de no hablar de ciertas cosas que nos dejó el Proceso. No escribimos, no dejamos registro, hay como un vacío en la historia del teatro de esa época. Esto investigando justamente, especialmente por la presencia de José Luis Valenzuela en Salta, que luego se fue yendo a varias provincias. El teatro en Salta fue un movimiento continuo primero en la época del Phersu, luego Salo Lisé y el GAD, el teatro universitario, la Peña Española y luego fue sobreviviendo como pudo…Nuestro grupo quedó sin espacio y empezamos a alquilar para dar clases en una escuela. Había pequeños grupos diseminados por la ciudad: la Peña Española, El Galpón, Morata con su grupo, Gusils con el suyo, el grupo de la UNSa con Claudio García Bes… como siempre, un voluntariado difícil.
Luego en 1991 surgió La Sardinera del Norte, que fundé junto a Daniel Chacón que subsiste hasta ahora. En esta nueva obra por ejemplo, hace la producción.

Cecilia fue completando su formación cursando la Licenciatura en Teatro, de la Universidad de Cuyo, cuya tesis la tiene en plena etapa de investigación. “En la época de la Ley Federal de Educación se empezó a enseñar teatro en la escuela. El Profesorado de Teatro en el ISPA que creamos junto a Silvia Alday, cumple ahora veinte años, es la única carrera oficial, después hay algunas que dan certificaciones y varios talleres. Los alumnos salen avalados para dar clases pero también se fue creando el campo teatral, así que todos los egresados están trabajando en teatro en Salta, se fue abriendo el panorama y empiezan a surgir otras necesidades. Algunos se dedicaron más a los títeres, otros a la dirección pero hay mucha gente dedicada al teatro.
– ¿O sea que se puede esperar que de acá a veinte años Salta sea un polo teatral?
– Creo que ya está siendo un polo, falta el apoyo del Estado. Pero fíjate que casi todo el año hay presentaciones…
– Pero, ¿por qué casi ninguna obra puede presentar temporadas?
– Todo creció, siempre ves gente en los teatros, yo veo mucha gente…También está el tema de las salas, de los costos altos que tienen, los costos de luz, no es sencillo sostener eso. Pero con el tema del teatro independiente es igual en todos lados, aún en Buenos Aires.

– Hablemos sobre “La Alimaña”, tu cuarta obra dirigida, como surge la idea?
– Surge por un deseo profundo de dirigir y seguir investigando. Creo que surge a partir de la Licenciatura que cursé y que me hizo sentir que ya tenía un soporte teórico. Me contacté con la autora, nos vinculamos a partir de internet y comencé a leer con mucho interés su dramaturgia.
Leo mucha dramaturgia de mujeres, estoy en un grupo feminista de teatreras y empezamos a investigar la poca cantidad de obras dirigidas o escritas por mujeres y a preguntarnos qué pasa. A mi me costó animarme.

– ¿Qué riesgos asumiste para dirigir?
-Primero generar confianza en los otros, los actores. Empezamos a trabajar en enero con la particularidad de que la actriz protagónica Monchi Llaó, vive en San Carlos así que tiene que venir a ensayar y a las funciones desde allá. No fue sencillo organizarnos pero me he encontrado con un grupo humano tan respetuoso y actrices tan cumplidas que fue un proceso que implicó mucho placer. Es un esfuerzo enorme para todas y sigue siéndolo, todas trabajan intensamente en otras tareas y una de ellas tiene tres hijos pequeños. Así que valoro inmensamente lo que hacen, lo que ponen de sí para lograr la obra.

-¿Qué viste en esta obra que te movilizó tanto?
– Primero que toma un tema de una tragedia clásica, Medea. Nos pusimos a leer todas las Medeas y quisimos darle una lectura feminista, un posicionamiento político. Porque la política tiñe todos nuestros actos, a veces no se hace partidismo pero siempre se hace política, como espacios de pensamiento, de diálogos, de crítica. Hay un cimiento, pero es una obra abierta que va a seguir creciendo, yo trabajo el aquí y el ahora el personaje no sabe qué va a decir, es el actor el que sabe, el personaje lo va viviendo y construyendo en ese momento, para que sea algo vivo. Fue complejo el trabajo que las actrices tuvieron que hacer y valoro mucho esos esfuerzos…estamos todavía en ese proceso de “encarnar”.

– ¿Por qué te pareció una obra para esta época?
– La obra habla del último día que Medea está en Corinto, porque Creonte, el rey quiere que su hija se case con Jasón, el dueño del vellocino de oro y su marido hasta ese momento. Medea vive esa traición terrible y no permite que esto suceda y ocurre una venganza, de ser la hechicera pasa a ser la alimaña, la mujer despreciada.
Creo que pone en diálogo y en abismo esta relación patriarcal. El padre que define y elige con quién se va a casar su hija. Su hija que no se presta a esto, Nina, la nodriza que va mediando para auto salvarse y Medea que recurre a la venganza de matar a sus hijos ante la imposición del rey y la traición de Jasón, su marido. Es terrible, pero pensemos por ejemplo en el caso de Romina Tejerina, la chica de Jujuy que cuando nació su hija producto de una violación, terminó matándola…
Remite al juego de los mitológico, pero también nos trae a la reflexión de cosas que suceden aún hoy.
En realidad el texto de Patricia Suárez son varios monólogos y nosotras hicimos pequeñas y sutiles adaptaciones para lograr los diálogos y la autora que es tan generosa, nos lo permitió y prometió venir a verla el año que viene.

-¿Qué pasos sigue la obra?
– Tenemos fecha para darla en un terciario en Cafayate, el 1 de diciembre en el Salón Auditórium y pensamos seguir con la puesta al servicio de la juventud. Es una franja etaria que me apasiona y que me parece que tiene que ver teatro, así que vamos a insistir con ese público.

– ¿Qué le falta al teatro de Salta?
– A mi me gusta pensar que somos nuevitos y que lo que nos falta, es hacer. Porque hay diversidad, lo que es muy enriquecedor y da muchas posibilidades. Antes no había tanta posibilidad de elección, hoy sí.
Quiero agradecer profundamente a todos los que hicieron posible montar esta obra, las actrices, tan comprometidas: Gabriela Ojeda, Monserrat Llaó, Luz Larraux; la asistencia de dirección Goldy Ulivarri, las colaboraciones de Claudia Mendía y la mirada amorosa de Mirta Borgadasian, de Claudia Peña y de otras muchas personas que se acercaron con inmensa generosidad. Y por supuesto a la autora Patricia Suárez quien siempre habla sobre cómo la salva el teatro…

– ¿A vos también te salva el teatro?
– Si, Siempre, hace cuarenta años que me salva.

Patricia Patocco
Fotografía: Pablo Karanicolas