NUEVOS CÍRCULOS

Dante Alighieri, el poeta italiano nació alrededor de 1265 y desarrolló una intensa obra reflejo de la transición entre la Edad Media y el pensamiento renacentista

Escribió varios tratados sobre literatura, política y filosofía, pero, obviamente pasó a la historia por ser el autor de la Divina Comedia.
Una epopeya alegórica, en la que describe los círculos del infierno, el purgatorio y el paraíso, considerada una de las obras maestras de la literatura mundial, ilustrada por pintores de todos los tiempos.
Desde el Limbo, el primer círculo del infierno, donde van los no bautizados, pasando por la lujuria, la gula, la ira, la pereza, hasta llegar a la violencia, en cada uno de los nueve círculos van retratándose todos los males y pecados de la humanidad, así como los horrorosos demonios que la asuelan.
Pero con todos los diablos y bestias espeluznantes que Dante imaginó, nunca hubiera supuesto los que vemos ahora.
Es que en su época vivir hasta los 56 años, cuando murió, era fallecer de ancianidad extrema.
Jamás podría haber imaginado enfermar y comenzar el peregrinaje por los sistemas de salud privada. Ni hablar de la pública que, pese a las carencias y a veces, a los tratos indignos, muchas veces gana en eficiencia.
Las obras sociales nacieron justamente para el bien social común, todos contribuyendo solidariamente para utilizar cuando sea necesario. Hoy, un concepto bastante tergiversado al que se suman las “pre pagas”, con su lógica de mercado que en realidad, impregna a todos estos sistemas desvirtuando sus fines. Las personas pagan mes a mes sus cuotas, vidas enteras quizás, sanos, trabajando, aportando y cuando enferman…comienza el baile.
Y una persona enferma es…eso. Una persona que sufre, que está en situación de desventaja, que se encuentra vulnerable y no puede bailar al son de la musiquita que le marcan las reglas del mercado.
Y qué esperar si la persona es anciana o su enfermedad se torna grave?
Allí el infierno se despliega, en todas sus formas.
Comienza con la paciencia para la espera de turnos, luego sigue con la espera angustiosa para estudios y prácticas varias, luego la hora de las autorizaciones de estos sistemas que suelen objetar casi todo: dilaciones y solicitudes de historias clínicas de las historias clínicas, obedeciendo a oscuros entramados (porque salvo que sea un hipocondríaco el paciente quiere estar sano), luego las compras de medicamentos a precios vergonzantes, difíciles de alcanzar en la Argentina de hoy.
¿Por qué?, porque las reglas del mercado así lo marcan.
Después, si el paciente no es correspondido en su necesidad de atención, le explican que puede quejarse en la Superintendencia de Servicios Salud de la Nación. Este teórico contralor de los sistemas de salud es, de seguro, otro plano del infierno en el que atienden empleados muy amables, que luego de largas esperas (siempre está lleno de gente), indican cómo iniciar un reclamo, formulario y papeleríos varios previos. Reclamos que casi seguro llegarán a su fin…dos o tres meses después, con pocas posibilidades de que la teoría haya asistido a las personas.
Quizás entonces, corresponda un Recurso de Amparo. Un plano superior del infierno, porque las 48 horas teóricas, dados la cantidad de casos a resolver, corren el riesgo de transformarse en días. Y muchos días, porque ese sistema también está colapsado de denuncias.
Quién dude de esto, tómese el trabajo de mirar.
Basta ver la cantidad de gente enferma en consultorios, en obras sociales, en centros médicos, en centros radiológicos, de radiaciones, en sanatorios.
Obsérvense sus rostros desengañados, sus miradas tristes, su entregada calma que dan cuenta de todos los infiernos que van atravesando.
Sus historias hablan de los trámites en el transporte público para lograr una tarjeta gratis, de las ausencias de rampas para discapacidades, de los inalcanzables costos de los medicamentos no autorizados, de los malos tratos recibidos de parte de cualquier perejil, algunos con la petulancia del título o sin él, que ni mira a la cara para decir que le falta otro papelito, que vuelva a concursar, que esta vez no…
Desilusiones. Una tras otra. Al dolor físico, a la urgencia, se suma el dolor moral, el que más humilla y desgasta.
Quizás el enfermo abandone todo y se cure, quizás se agrave, quizás definitivamente entre a otros planos, a los cantados magníficamente por el Dante.
A los que entraremos todos, tarde o temprano. También los hacedores de los perversos sistemas de salud con sus indignos recovecos.
Dante Alighieri expresó en su obra un pensamiento aristótelico tomista, de allí la idea de infierno, purgatorio y cielo. La actual es la del capitalismo de mercado más burdo, aplicado a la salud.
Se necesita algún poeta de estos tiempos, que invente para sus hacedores mucho más que nueve círculos nauseosos de dolor y algo más grave que el lago congelado final.
Que invente algo así como la tortura de atravesar una y otra vez, pero una y otra vez definitivamente, los infiernos de un sistema de salud que se cae a pedazos y debe ser modificado urgentemente. Pero que los atraviese con una dolencia a cuestas y varios demonios a cococho.

(Patricia Patocco, 13 de abril de 2019)