ENTONCES, REINVENTAR SALTA

“Entonces, ensuit”, último disco de Sandra Aguirre, salto de otro orbe en la música de Salta, abre un nuevo tiempo.
Esta obra integral y sólida –desde la dirección artística, composición, ejecución y concepto general- es una suite o gran poema musical de cinco movimientos que fluyen inseparables. En el equilibrio de sus cinco elementos, Sandra transmuta y crea una inmensa raíz, hacia la entraña poética y musical de “estar aquí”. Un río de imágenes sonoras, de honda potencia
emotiva y residual, que sin dudas “viene de lejos” (y llegará lejos) comienza su aventura en nosotros.
Salta se merece esta obra para reinventarse en este siglo. Sabia heredera del Cuchi Leguizamón, Sandra Aguirre nos invita a un alto vuelo creativo. “Entonces” nos suspende en su exquisita textura musical y todas las memorias de “la tierra de
uno” despiertan sus imágenes, la metafísica “sombra de un molle” que revela y oculta, un aire de coplas junto a “un roce de cielo”, suspende la respiración “para no interrumpir la soledad”. Sandra nos propone un mito musical que nos sorprende a cada instante, con silencios de alta densidad expresiva, en un relato poético musical que crece en emoción y riesgo creativo, hasta arrojarnos
al abismo de su “Farol”, que corona el final del disco.
A lo largo de sus cinco exploraciones musicales libres de toda clasificación, en resonancias de tango, chacarera, baguala, zamba, huaino, copla, Aguirre va tejiendo un mundo poético y sonoro propio, de honda nostalgia, de permanentes descubrimientos. Un contrapunto creador entre la materia terrenal de su voz, el piano de Marcelo Katz y la percusión refinada de Mariana Mariñelarena, con la levedad de cuerdas y aires de otras tierras, entre las que se destaca el violonchelo, de Emma Chacón Oribe, que como una segunda voz, responde a los interrogantes
poéticos de cada movimiento. Los arreglos de Katz son pinceladas maestras a la altura de esta propuesta fundacional.
“Haiku”, primer movimiento, título como clave de este viaje de instantes de
iluminaciones, comienza con arreglos de antiguas aguas, que ascienden hasta una guitarra que abre esta balada, con aires tangueros, cada instrumento se presenta y trae un paisaje, hasta que llega la voz de Sandra, que ilumina: “simple fue el gesto / la mano en el agua / y un círculo se abre… “, cada movimiento, un círculo nuevo se abre hasta el origen, como los pétalos de las “flores” se abren hacia el centro.
Con la naturalidad de su propio aliento pasamos al segundo movimiento, “Rara virtud”, con el inconfundible sello del Cuchi, pero con la poética surrealista de un “árbol de fuego sobre mí / sobre mi frente de marfil / una luz ámbar para ir”, y un final sorpresivo y abierto a habitarlo. “Llueve con sol”, el tercer momento de esta suite, una baguala solar guiada en la belleza fresca del violín, viola y violonchelo -y un sutil charango- da paz y amparo, trae toda la sabiduría de
vivir en esta tierra norteña, condensada en su letra: “florcita azul de la cuesta / todos buscan la fresca / en mi gota desvestida”.

“Tapa un molle / sombra oscura”, una frase escuchada por Sandra en tiempos de carnaval,
en sus regresos de exilio porteño, fue la llave de ingreso a una salamanca, un sueño hecho balada en resonancias de huaino. Este movimiento se abre en la textura misteriosa y sugerente de violín, viola, violonchelo y saxo, en el que un piano estructura el silencio y nos sorprende con su carga expresiva, para que la voz pueda escucharse como un oráculo: “sólo la mitad se revelará / sólo la mitad de alguna verdad”.
“Farol”, la cima de esta obra, nos deja sin palabras. Sólo contarles que el farol en el norte es un mito vivo. Hace más de 20 años, en la peregrinación a las alturas de Punta Corral, saliendo de Tumbaya, los cardones iluminados por las velas y la lumbre del tabaco quedaron en mí, como un misterio inexpugnable de transmutación: “y en la noche que me toque andar / yo no temo, tengo mi lugar / Farol…Farol…Farol…”, resuenan las últimas palabras de esta magnífica suite.
Alta poesía la de Sandra Aguirre, en la constelación de Manuel Castilla, Carlos Hugo
Aparicio, Julio Espinosa y Luis Alberto Spinetta. Quien habla a lo largo de la obra es la voz de la tierra o Sandra transfigurada, como aspiraba el Grupo La Carpa en su texto fundacional, que Raúl Galán proclamaba como horizonte para todo creador en esta región, de “sólo estar aquí”, para no caer en la trampa de los regionalismos o nacionalismos. En la creciente desertificación de los montes y el sentido, en la desmesura de la inequidad y el vértigo global, esta obra se escucha con
contundencia, una afirmación en claroscuro donde el “verde siempre vuelve”, como decía Manuel Castilla, una rara forma de esperanza, donde Sandra-Tierra vence: “todo es verdor / y estoy de pie”, “llueve son sol”, “sin ansiedad”, dejando ir al caballo tatuado de mundo. Esta obra puede leerse, escucharse, verse y puede reinventar infinitos universos para quien se entregue a su río de fuego.
El arte de la tapa podría ser la imagen capturada de un nuevo ser mítico de la puna: la Aguirre sobre la sal del mundo, con su “ala de acero”, con su poesía indestructible. Y ahora, como productora y directora general de su trabajo. Hemos tenido el honor de vivir un recital íntimo de ella en nuestro espacio cultural Cebil, al comienzo de las yungas y del verano, ¿qué más se puede pedir para comenzar un nuevo tiempo?
Entonces, volar!

Ficha técnica
Entonces, ensuit. Sandra Aguirre, noviembre 2018.
Sandra Aguirre: dirección artística, diseño sonoro, letra y música de todos los temas, voz y
guitarra, también, a cargo de la producción fonográfica.
Marcelo Katz, exquisita composición de arreglos, piano y sintetizador.
Emma Chacón Oribe, violonchelo, casi una segunda voz.
Santiago Martínez (violín), Diego Barraza Delgado (viola), Mariana Mariñelarena (percusión), Pablo
Fauaz (guitarra y charango), Emiliano Álvarez (saxo soprano), músicos comprometidos con el vuelo
sonoro, a la altura del sueño.

Arte de tapa: Marina Mulatero (fotografía), Silvia Katz (intervención fotográfica), Santiago Leira /Dospordos (diseño gráfico)

(Texto Verónica Ardanaz, foto Griselda Moreno)